03. La curiosidad mató al gato

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𝔰𝔥𝔲𝔠𝔨 /𝔖ℌǝ𝔨/ (𝔫). 𝔘𝔫 𝔦𝔪𝔭𝔯𝔬𝔭𝔢𝔯𝔦𝔬 𝔭𝔞𝔯𝔞 𝔢𝔵𝔭𝔯𝔢𝔰𝔞𝔯 𝔣𝔯𝔲𝔰𝔱𝔯𝔞𝔠𝔦ó𝔫.

Al abrir mis ojos ya no me encontraba en aquella habitación de madera en el área

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Al abrir mis ojos ya no me encontraba en aquella habitación de madera en el área. Estaba en otro lugar. No sabía dónde.

Era de paredes blancas e insípidas que dejaban un mal sabor en mi boca. Los techos tenían luces blancas demasiado potentes para mis pobres ojos. Me encontraba en una habitación. Había un pequeño closet, un escritorio en una esquina y en el centro del lugar, una cama de dos plazas con su respectiva mesita de noche a un lado.

Lo que hizo que mi corazón saltara, fue darme cuenta de que en esa cama había alguien más.

Me acerqué a paso cauteloso. Quería saber quién era esa persona. Una vez estuve a un lado de la cama, intenté correr las sábanas para verle la cara, pero me fue imposible. Era como si fuese un espectro. Mi mano pasaba a través de las sábanas sin siquiera afectar la materialidad de estas. ¿Estaba muerta?

¿Acaso esos estúpidos habitantes me asesinaron mientras dormía?

Eso es caer bajo.

De pronto, las puertas de la habitación se abrieron y por ella ingresó un hombre de cabello grisáceo, lentes que hacía que sus ojos se vieran cuatro veces más grande. Llevaba un feo overol de color verde y guantes amarillos. Como si estuviera haciendo un experimento peligroso. De su bolsillo, sacó una bocina y la hizo sonar, cosa que me obligó a cubrir mis oídos.

La persona descansando en la cama saltó de un brinco, permitiéndome verle el rostro. Era una niña pequeña, de unos cuatro o cinco años. Sus ojos tenían un tenue azul, pestañas largas y cabello rubio con tonalidades algo marrones en la raíz. Algo en mi interior me decía que yo conocía a esa pequeña, pero nuevamente, no sabía de dónde.

- Sujeto X02 -sentenció el hombre, haciendo que la pequeña se le quedara mirando con el ceño fruncido-. Su presencia es requerida en la sala neuronal.

Estaba sorprendida por dos cosas: la primera era que ninguno de los dos parecía notar mi presencia y la segunda era la sorpresa que me provocaba ver a una niña pequeña dentro de un lugar así. Era obvio que no quería estar allí. Sus ojos estaban enrojecidos, al igual que su nariz, como si hubiese estado llorando toda la noche.

- No -respondió la niña firmemente.

- ¿Quieres repetir lo de ayer? -preguntó el hombre cruzándose de brazos como si el comportamiento de la niña fuera algo usual.

- N-no -respondió ella temerosa-. Quiero volver con mi mamá.

- ¿Con la que te abandonó aquí? -respondió él.

Sentí una cólera enorme. ¿Cómo se atrevía a hablarle de esa forma a una niña?

- No me hagas tomar el camino difícil -pidió-. Contaré hasta tres.

La Chica Del Laberinto -NEWTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora