Capítulo 11. Reconciliación

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2 de mayo

Me levanté más pronto de lo normal, desayuné a toda prisa, me arreglé y me puse mi mejor ropa. Liu iba a llegar en cualquier momento. Me pasé toda la mañana limpiando y dejándolo todo perfecto. Pude limpiarlo todo menos mi habitación, porque Vuk aún dormía. Cuando por fin lo tuve todo limpio, me planté delante del espejo de la entrada, y el silencio de la casa me envolvió por completo. Cerré los ojos, respiré hondo, y luego me volví a mirar, y el rubor no sólo no había disminuido sino que se había hecho más intenso.

Se me escapó un suspiro de tristeza. Ojalá nunca hubiera discutido con Liu. ¿Qué se supone que debería decirle? ¿Que no era mi intención? ¿Es agua pasada, miremos hacia adelante? ¿Importaba, acaso? Probablemente casi cualquier palabra que nos condujera al origen de nuestra discusión generará una situación innecesariamente incómoda. Quizá lo más sensato era evitar el tema. Necesito su ayuda. Sacar temas del pasado no me servirá de nada. ¿Y si lo sacaba ella? ¿Cómo debería responder?

—Arisha... —me llamó mi hermano pequeño.

Vuk estaba en el rellano de las escaleras. Se había vestido, e incluso tenía mejor cara. Me acerqué a él, y terminó de bajar los escalones, para esconderse en mis brazos. Le devolví el abrazo. Nos sentamos en el sofá, se apoyó en mi hombro. Le toqué la frente, y suspiré, aliviada, al notar que, por primera vez en dos semanas, se despertaba sin fiebre.

—¿Qué tal has dormido? —le pregunté, sonriéndole amablemente.

Vuk me miró, con una sonrisa que indicaba que volvía a sentirse seguro de sí mismo.

—Bastante bien.

—Me alegro mucho, hermanito.

—Creo que voy a volver con mi ejército. Me necesitan allí...

Que hoy no tuviera fiebre y se encontrara bien no quería decir que estuviera bien de salud del todo. Aquella determinación me llenó de preocupación por una milésima de segundo. Sacudí la cabeza, y le sonreí de vuelta. Vuk me miraba con un brillo de esperanza en sus ojos. Le hice una suave caricia en la mejilla.

—Regresaremos a los Balcanes después de la reunión con Liu, hermanito —le prometí. Vuk me abrazó.

Hvala...

12:30 de la tarde

Sonó el timbre de entrada. Me levanté del sofá, despacio, y me dirigí a abrir la puerta. Un escalofrío me recorrió la espalda, cuando mi mano se giró en torno al pomo, y, al otro lado, estaba Liu Zhang, con su típica sonrisa amable. Iba vestida con uno de sus vestidos tradicionales, rojo granate, con un cinturón dorado y un broche en forma de conejo blanco, que tenía un zafiro a modo de ojo. Siempre se viste de aquella manera, tan elegante y madura. Lo único un poco más infantil y juguetón era su peinado, recogido en dos moños, uno a cada lado, sujetos con dos broches de plata y oro. Respiré hondo, y le sonreí de vuelta, amablemente, y la invité a pasar.

Nihao, Arisha —me saludó, amablemente, según entraba. Se quitó los zapatos, y los dejó cuidadosamente colocados bajo el perchero de la entrada, donde dejó colgado su abrigo.

Tardé un minuto en reaccionar. Sentía ganas de llorar. Pestañeé varias veces, tratando de contener las lágrimas. Volví a respirar hondo, y, volviendo a sonreír, le respondí:

Privet, Liu...

Nos sentamos en el salón. Vuk se sentó a mi lado, y me dio la mano, un gesto que, sin duda, le agradecí. El silencio nos envolvió, la estancia se quedó helada bajo los rayos del sol de mayo que entraban por la ventana. Se podría percibir el sonido de un alfiler cayendo al suelo. No sabía ni con qué frase empezar la conversación. Ni por qué tema deberíamos empezar.

03:00 de la tarde

La hora de la comida nos ha desaturdido a Liu y a mí. Nos hemos puesto al día de lo que hemos estado haciendo durante todos estos años, desde asuntos cotidianos como temas más personales, como las relaciones con nuestros respectivos presidentes.

Hemos vuelto al salón, ahora en un ambiente infinitamente menos tenso que el de esta mañana, sentadas las dos en el sofá, una a cada lado. Le he dado a Vuk un águila blanca de peluche que tenía en una de las estanterías del salón, y está sentado jugando con ella. Verle feliz me complace. Liu mira por la ventana, distraída.

—¿No vas a decir nada? —me preguntó, de pronto, haciéndome saltar en mi sitio.

—¿Sobre qué?

En realidad, sabía perfectamente a lo que se refería.

—Sobre nuestra discusión.

Era cuestión de tiempo. Tragué saliva.

—Ah, sobre eso... —respondí, amargamente— Escucha, yo... Yo no quería...

Me dolía la garganta. Agaché la cabeza, y me cogí el pelo, y empecé a darle vueltas con el dedo, sintiendo que la temperatura subía hasta muy por encima de los cuarenta. Una lágrima consiguió escaparse de mis mejillas. Por un momento, sentí que me iba a desmayar. Hasta que sentí que Liu me ponía una mano sobre el hombro cariñosamente.

—Arisha, tranquila —me hizo una caricia en la mejilla. Al mirarla, me sonreía, con aquella sonrisa madura y maternal que solía tener.— No te culpo.

Me limpié la mejilla, y respiré hondo, para tranquilizarme.

—¿No...?

—No. Todos estos años lo he estado pensando, y he llegado a la conclusión de que fue una tontería dejar de hablarnos sólo por tener opiniones diferentes.

Ahora lo recuerdo.

—Tienes razón... Fue una tontería.

No pude evitar una risa, pero bastó que me hiciera una suave caricia para abrazarla entre lágrimas. Y ella me devolvió el abrazo, y sentí que también estaba llorando. Tantos años habían pasado desde la última vez que nos abrazamos. Jamás me volveré a pelear con ella, y si volvemos a tener cualquier problema, no dejaríamos de hablarlo hasta encontrar una solución. Liu no es sólo una aliada más. Cuando era pequeña, y las tropas mongolas nos invadieron, Liu fue lo más parecido a una madre que tuve. Sigo sin poder perdonarme lo que mis zares le hicieron, junto a otras naciones europeas. Me alegra mucho tenerla a mi lado.

Al separarme de Liu, mi mirada se fue de nuevo a Vuk. Ya no jugaba. Se había levantado, y se había sentado en el sillón del alféizar de la ventana. Me levanté, y me acerqué a él. Mi hermano pequeño me miró. Tenía las mejillas sonrojadas y le brillaban los ojos. Me senté a su lado, y Vuk se recostó en mi regazo. Lloraba en silencio, mientras me agarraba la bufanda débilmente. Le acaricié el pelo, tratando de consolarle.

—¿Cómo ha estado estos días? —preguntó Liu, acercándose a nosotros. Se sentó a mi lado.

—Ha tenido fiebre... —respondí. Vuk alzó ligeramente la mirada, y miró a Liu, ahora con una sonrisa tímida. Se apoyó en mi hombro.

—¿Todos los días o sólo algunos?

—Algunos no tenía, pero sí la mayoría. ¿Por qué?

Liu se quedó callada, pensativa, mirando por la ventana.

—Podría deberse a alguna sustancia tóxica —comentó Liu, haciéndole una suave caricia a Vuk en la mejilla. Se le escapó una leve risa tímida, y luego volvió a esconderse en mi regazo. Le puse una mano sobre el hombro.

La llamada de Athene de hace unos días vino a mi mente.

—Athene me contó hace unos días que la OTAN estaba usando armamento prohibido por la ley internacional —dije, preocupada.— Pero no mencionó cuál.

—Habrá que investigarlo. Hay que involucrar a la OPAQ en esto.

—Buena idea.

Liu y yo estrechamos la mano, sonriéndonos la una a la otra. En ese instante, Vuk me soltó un momento, y abrazó a Liu, llorando emocionado. Liu tardó un poco en reaccionar, pero finalmente le devolvió el abrazo, y le hizo una suave caricia en el pelo. Yo también la abracé. Me alegra que esté de nuestra parte. Y me alegra aún más que volvamos a ser amigas.

1999: El Fin del MilenioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora