Capítulo 14. Resolución 1244

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21 de mayo

Vuk se ha vuelto a despertar con fiebre. Ha mejorado un poco durante la mañana, pero no ha querido moverse de la cama. Lleva ya una semana bastante dura, y yo no me puedo quitar de la cabeza la conversación que tuve con Athene sobre la posibilidad de que la OTAN pudiera estar usando armamento prohibido contra Yugoslavia. Aún no sabemos nada de qué tipo podría ser. La OPAQ y varios equipos independientes siguen investigando. Athene dijo que me llamaría a la mínima que tuvieran novedades, pero de momento el teléfono no ha sonado en ningún momento. Ni el fijo ni el móvil.

Tendría que centrarme en rellenar los informes que me ha pedido el borracho de mi presidente (sigue obsesionado con que Alfred y yo tengamos una reunión, porque se ve que él y sus coleguitas oligarcas necesitan más dinero que despilfarrar). Y sin embargo no puedo dejar de mirar a mi hermano pequeño, tumbado en el sofá del salón, cubierto con una manta, ojeando una de mis revistas de ciencia viejas. Es que Yeltsin no lo entiende en absoluto. Da igual las veces que se lo explique o lo estresada y triste que esté cuando se lo digo; es una marioneta y cumple con su papel de marioneta.

Me terminé levantando de mi escritorio cuando Vuk tiró la revista al suelo, y se hizo un ovillo en el sofá, cubriéndose con la manta, y le oí llorar suavemente. Me arrodillé a su lado, y le acaricié el pelo, dulcemente. El pequeño asomó tímidamente desde debajo de la manta. Le brillaban los ojos por las lágrimas. Le puse la mano sobre la frente y le había vuelto a subir la fiebre. Miré mi reloj de pulsera y ya habían pasado cuatro horas desde que se tomó la medicina. Le cogí en brazos y me senté con él en el sofá. Vuk se hizo un ovillo en mis brazos. Le mecí dulcemente intentando consolarle. Se le escapó una leve tos. Cogí el vaso de agua que estaba en la mesita del salón, y le dije que bebiese un poco. Él bebió, y luego lo volvió a dejar sobre la mesa, y se apoyó en mi hombro.

—Qui-Quiero que esto se... se acabe ya ... m-molim te ... —sollozó, débilmente, con la voz ronca.

—Y se acabará, mi amor ... Ya lo verás ... —respondí, haciéndole una suave caricia en la mejilla.— Te pondrás bien. Te lo prometo.

Era mucho prometer. Por más que estuviera mandando ayuda humanitaria y que mis tropas estuvieran allí, de poco servía si no podían mantener a la OTAN a raya. Pero tampoco quería provocar una tercera guerra mundial: en el momento en el que Alfred viera que mis tropas estaban en Kósovo, el conflicto estaría servido. Daría igual que sólo estuvieran allí para evacuar y proteger a la gente.

03:30 de la tarde

He llevado a Vuk a mí habitación, y se ha quedado dormido en el momento en el que ha tocado la cama. Le he arropado con cuidado, y le he dejado que descanse. Ha comido bien, y es un alivio, porque en estas últimas semanas apenas ha tenido fuerza para comer más que una sopa y, a lo mucho, un trozo pequeño de pescado. Me dejé caer en el sofá, con la idea de descansar yo también, pero en ese instante sonó mi teléfono móvil, y me levanté a cogerlo.

Privet, ¿con quién hablo?

—Hola, Arisha —me dijo Athene— Te llamaba porque creo que hay algo que debes saber. Es sobre las armas que usa la OTAN contra Yugoslavia...

El tono intranquilo de su voz fue suficiente para que me tuviera que sentar otra vez, tras abrir la ventana del salón.

—¿De qué se trata? —pregunté, intentando que no me diera un paro cardiaco.

Athene tardó unos segundos en responder, segundos en los que la oí suspirar, nerviosa.

—He estado analizando algunas de las muestras que me dio uno de los investigadores griegos, y los resultados apuntan a que podría tratarse de... uranio empobrecido —me explicó, con calma, pero preocupada.

Aquello fue más de lo que podía abarcar. Me apoyé en el sofá, sintiendo que me faltaba aire. O sea que por eso Vuk había estado, y se encontraba tan débil y tan cansado, porque las armas químicas que estaba usando Alfred contra él no eran otras que proyectiles de uranio, una de las más tóxicas que existen en el mundo. De pronto, ya no me preocupaba tanto su estado actual, sino cómo iba a estar a futuro. La radiación no desaparece de un día para otro, puede tardar años, y sobre todo que los efectos de verdad no se empiezan a notar hasta bastante después de su uso. Por eso Daryna y yo sacamos a toda la gente que pudimos de Chernobyl y cerramos todos los accesos a la zona, porque las fugas de radiación eran muy peligrosas para la gente corriente. En aquella ocasión era sólo una zona, pero a saber en cuántas zonas de Yugoslavia ha usado el pindo sus asquerosos proyectiles.

—¿Arisha? ¿Te encuentras bien? —oí que me decía Athene, preocupada.

Respiré hondo, y conté hasta diez muy despacio, y conseguí calmarme un poco.

Da... Más o menos... —respondí, tratando que sonara lo más natural posible— ¿Uranio empobrecido, entonces?

—Todo apunta a que sí, pero podría haber algún error en el análisis —continuó la griega. Sé que estaba tratando de ablandar el golpe, pero aún así no ayudaba mucho.— Kristen Frei va a dar una rueda de prensa para dar explicaciones sobre estas sospechas.

—¿Cuándo dice que la dará?

—Sobre las diez de la mañana.

Spasiva. Estaré atenta para verla.

Hubo unos minutos de silencio.

—¿Qué tal está Vuk?

—Ha tenido una semana muy mala, con fiebre y mareos —dije, con tristeza.— Ahora está durmiendo. Por suerte hoy ha comido bien.

—Espero que sea sólo el cansancio de la guerra, y no...

Me dio la sensación de que ambas nos estremecimos. Finalmente, me despedí de ella amablemente. Al colgar, dejé el teléfono sobre la mesa, y me apoyé en el respaldo del sofá, más preocupada que nunca. Ni siquiera me dieron fuerzas para seguir con los documentos de Yeltsin.

04:20 de la tarde

Están llamando al timbre, y francamente no espero visitas de nadie, y no me gustan las sorpresas. A no ser que fuesen Viktor y Naya, por supuesto. Aquella posibilidad me dio un poco de ánimo, y me levanté del sofá. Antes de abrir, me recoloqué el pelo, sólo para que no me vieran desaliñada. Al abrir la puerta, me dieron ganas de vomitar, porque no era otro que el pindo imbécil. Estuve a punto de cerrarle la puerta en la cara, pero puso la mano delante.

—¿Qué diablos haces aquí? —le pregunté, lanzándole una mirada de profundo desprecio.

—Bueno, como no veías a nuestras reuniones, pues he decidido venir yo —respondió Alfred, con ese tonito arrogante y de autosuficiencia que suele tener, y que me pone de los nervios.— Casi me olvido de tu dirección...

Hubiera estado bien.

—Bueno, ¿y qué quieres? —dije, cruzándome de brazos.

—¿Paso y hablamos?

Le corté el paso antes de que pudiera poner un pie dentro de mi casa.

—No creo que sea necesario —le espeté, estirando el brazo, apoyándome en el marco de la puerta.

Hubo un momento de silencio tenso. Le lancé una mirada fulminante. No pensaba dejarle pasar. Mi hermano pequeño estaba herido y enfermo por su culpa. No podía creer que Alfred todavía tuviera la cara de venir hablarme después de lo que estaba haciendo en Yugoslavia.

—Oye, Arisha, mira... Se han dicho cosas, pero ninguna de ellas es cierta, te lo prometo —dijo Alfred, de forma apresurada, como intentando quitarse un peso de encima. Arqueé una ceja, incrédula.— Ya sabes que todas mis acciones son necesarias para el mantenimiento de la paz.

—¿Y qué me dices del uso de municiones de uranio empobrecido contra Yugoslavia? ¿Eso también es para "mantener la paz"? —le pregunté, haciendo el gesto de comillas con los dedos, y cruzándome de brazos nada más terminé la frase.

Alfred se puso serio de golpe, y le vi palidecer momentáneamente, aunque luego se cruzó de brazos, alzó la barbilla y me lanzó una mirada desafiante, digna del niñato malcriado que es.

—Yo no he usado proyectiles de uranio, y aunque lo estuviera haciendo, ¿qué piensas hacer para evitarlo? —me escupió, en un tono que me dieron ganas de estrangularle allí mismo.— ¿Mandarme al borracho de tu presidente a que me haga uno de sus bailes?

Se puso a imitar uno de los "bailes" que hacía tres años había hecho Yeltsin en un mitin electoral, y que francamente me había dado bastante vergüenza ajena. Me empecé a decir a mí misma que respirara hondo, que contara hasta cien, y que no me dejara provocar por sus estupideces. Sabía que me había puesto roja como un tomate, y que tenía los dedos tan apretados en mi brazo que las uñas me hacían daño.

—Ya veremos a ver qué es lo que dice Kristen mañana en la rueda de prensa —le respondí, haciendo que se detuviera en seco, tan de golpe que casi pierde el equilibrio y se cae por las escaleras.

—No va a decir nada que no le permita decir y... su canciller —Alfred se cruzó de brazos y alzó la barbilla con autosuficiencia.

Otro silencio molesto.

—¿Puedo pasar? —preguntó Alfred, fingiendo un tono amable y forzando una sonrisa. Intentó entrar por segunda vez.

Do svidaniya, pindo —y le cerré la puerta en las narices de un golpe.

Me di la vuelta, y me hice un leve masaje en la sien, intentando tranquilizarme, sin éxito porque el pindo había empezado a dar golpes en mi puerta.

—¡Arisha...! —oí, en medio de los golpes, que me llamaba la débil voz de mi hermano pequeño.

Eché el cerrojo en mi puerta y corrí la cortina de la ventanilla, y me aseguré de que estaba todo el piso de abajo cerrado, sólo por si a Alfred se le ocurría entrar por alguna ventana. Subí las escaleras. Vuk se había despertado, y se frotaba la mejilla despacio con la mano, ligeramente incorporado. Me senté a su lado, y le abracé.

—Era... Era horrible... J-Jones me g-golpeaba... delante d-de toda la ONU ... y ... y n-nadie hacía nada, y ... y a-algunos se reían... —me contó, en un susurro lloroso, escondiéndose en mis brazos. Sentía su pequeño cuerpo temblar. Le acaricié el pelo, cariñosamente.

—Tranquilo, Vuk. Sólo era una estúpida pesadilla... —le susurré, con un tono maternal. Le hice una suave caricia en la mejilla. El pequeño serbio alzó levemente la cabeza. Tenía otra vez aquella mirada de perrito abandonado.— No te preocupes, hermanito. No dejaré que te vuelva a poner la mano encima.

En ese instante, un golpe fuerte nos llegó de fuera. Vuk volvió a esconderse en mis brazos, asustado. Estreché mi abrazo, para mostrarle que no estaba solo.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó, mirando de reojo por encima de su hombro.

Sentí que un escalofrío me recorría toda la columna vertebral, cuando por mi mente se pasó la posibilidad de que Alfred nos hubiera estado espiando, en vez de haberse ido cuando le cerré la puerta. Me volví bruscamente hacia la ventana de mi habitación y la angustia sólo aumentó al ver que estaba entreabierta. ¿Nos había visto? Abracé al pequeño serbio con más intensidad, y sentí que él se agarraba a mí. Tenía muy presente lo que me había advertido Adele en febrero: si Alfred se enteraba de que Vuk era mi hermano, quién sabe lo que le podría hacer entonces. Bajo ninguna circunstancia quería que Vuk sufriera más de lo que ya había sufrido.

Respira, Arisha, me dije. ¿De verdad Alfred tenía la habilidad de trepar por la pared exterior de la casa hasta la ventana de mi habitación? Se me escapó una leve risa, y le hice una caricia a mi hermano en la mejilla. Vuk alzó la mirada. Al ver que yo sonreía, una pequeña sonrisa se dibujó en su cara.

—Tranquilo, Vuk, seguro que sólo ha sido una rama que se ha roto —le dije, finalmente, en un tono calmado.

22 de mayo

Mientras me preparaba el té del desayuno esta mañana, no dejaba de pensar en qué sería lo que podría decir Kristen sobre el uso de armamento de uranio empobrecido por parte de la OTAN contra Yugoslavia. Kristen Frei ha vivido muchos años en el Este conmigo, y mi impresión era que es muy reservada y le cuesta bastante hablar en público.

Tras tomarme la tostada, mientras removía el té, despacio, en mi taza, no dejaba de mirar el reloj, al mismo tiempo que comprobaba si Vuk venía o no. No sabía si estaría preparado para oír que Alfred había ordenado el uso de uranio contra él. Estaba físicamente muy débil y emocionalmente, muy inestable. Finalmente le vi bajar las escaleras, estirándose lentamente. Al llegar a la cocina y verme, sólo me señaló, y entendí que quería sentarse encima mío. Le dejé, y Vuk se apoyó en mi hombro.

—¿Qué tal has dormido?

—Lo poco que he podido dormir, bien —respondió él, con una media sonrisa.

Se sentó en una silla a mi lado, y se sirvió un poco de café en su taza, y cogió una de las magdalenas de la fuente. Apoyé el codo sobre la mesa, y la cabeza sobre mi mano, y nos quedamos en silencio mientras él se tomaba el desayuno. Me comían los nervios por dentro.

—Vuk, cielo... —dije. entonces, con naturalidad. Mi hermano me miró, mientras daba un trago de su taza.— Hoy Kristen Frei va a dar una rueda de prensa en televisión sobre un asunto importante sobre la OTAN —comencé a decir, sintiendo mariposas en el estómago, aunque, por el escozor, parecían más bien avispas— Creo que deberías verlo conmigo...

Vuk tragó lo que tenía en la boca, y frunció el ceño y dejó su taza de café de golpe en la mesa.

—A mí lo único que me interesa es que anuncien que se van de los Balcanes para siempre y que no vuelvan jamás —respondió, tras un resoplido de indignación. cruzándose de brazos.

—Bueno, podría ser que diga eso... —intenté decirle, juntando las manos sobre la mesa.

Vuk se levantó de la mesa dándole un golpe. Lo que quedaba en la taza saltó por los aires, poniéndola perdida. Tenía lágrimas en los ojos, y había aparecido un nuevo rubor en las mejillas.

—¡Eso es mucho suponer! ¡Yo quiero que lo digan de verdad! —gritó, enfadado, apretando los puños— ¡¡En el fondo es culpa tuya!! —me señaló con el dedo. Aquello me mosqueó y fruncí el ceño— ¡¡Si hubieras venido antes, nada de esto habría pasado!! ¡¡Pero noooo, como siempre tenías que esperar a que todo estuviera torcido!! —continuó, alejándose hacia el mesetón de al lado del fregadero.

—Oye, no te consiento que me hables en ese tono... —me levanté de mi silla, y me acerqué a él con los brazos en jarras.— Las cosas no son siempre tan sencillas, Vuk ... La política internacional es complicada, tienes que saber... —empecé a explicarle. Quise ponerle una mano en el hombro, pero mi hermano se apartó.

—¡Yo sé lo que hay que saber, que Jones es el enemigo y que no podemos ceder una coma ante él, pero eso es lo que hiciste tú, ceder, y ahora el Este está como está, porque tú fuiste débil recordando cuando erais novios y pensando que Jones también se acordaría de esos tiempos y tendría piedad! —interrumpió Vuk, levantando todavía más la voz. Le brillaban los ojos por las lágrimas.— ¡Pues mira, si tanto te gusta, puedes irte con él! ¡Vete con tu novio y déjame...!

Aquello me enfadó de verdad, y no pensé en consentirlo ni un momento y le di una bofetada. Un intenso e incómodo silencio se hizo a nuestro alrededor. Me miré la mano, y mi expresión se relajó, pero se me hizo un nudo en la garganta. Miré a mi hermano, que también me miraba, sorprendido. Poco a poco, empecé a ver un brillo en sus ojos, pero en aquella ocasión era de temor. Lo reconocí porque era el mismo que vi en abril, cuando estábamos huyendo de las bombas. Se llevó poco a poco la mano a la mejilla, y entonces vi lágrimas resbalar por sus mejillas. ¿Qué he hecho? ¿Por qué le he pegado? A mí también se me nublaron los ojos por las lágrimas. Me acerqué a él, despacio, y esperé que el pequeño serbio me empujara a un lado y saliera corriendo, pero no a su cuarto, sino lejos de Taganrog.

Y me sorprendió cuando simplemente me abrazó llorando desconsoladamente. Le devolví el abrazo, y mientras sentía que más lágrimas resbalaban por mis mejillas.

—L-Lo siento ... Y-Yo ... N-No era m-mi intención ... —sollozó Vuk, escondiéndose en mi regazo.

—Shh, hermanito ... N-No pasa nada ... —le susurré, acariciándole el pelo, con cariño.— Yo ... Yo sí que lo siento ... No he debido pegarte ... —añadí. El dolor de garganta se había hecho más intenso. Vuk alzó levemente la mirada. Le hice una caricia en la mejilla en la que le había dado, y le di un beso en la frente.— E-Escucha ... No ... No sé qué nos ha pasado ... Estoy segura de que sólo es el estrés por la guerra... —Vuk meramente volvió a esconder la cara en mi regazo. Le volví a abrazar.

Le llevé al salón, y me senté con él en brazos. Vuk se hizo un ovillo y me agarró suavemente la blusa. Le di la mano y le hice una leve caricia en el torso con el pulgar. No puedo culparle por haberme gritado. Sé que tiene razón, había sido una completa idiota al pensar hace ocho años que Alfred aún recordaría algo de la época en la que fuimos amigos y volver a confiar en él. Si nunca hubiera soñado que podría recuperar aquellos tiempos, quizá hubiera podido proteger a mi hermano pequeño desde el principio. Bajé la mirada, y vi que me estaba mirando, con aquella carita de perrito. No puedo enfadarme con él, y él sabe bien. Sonreí, cariñosamente, y le hice una caricia en la mejilla.

—Mi amor, no volveré a hacerte daño, te lo prometo —le aseguré, alzando mi meñique. Vuk se tapó la boca con la mano, y se le escapó una leve risa. Su meñique se entrelazó con el mío, y terminamos con un abrazo más intenso.

—Y ... Y yo no te volveré a gritar, hermana mayor... —dijo, en un murmullo casi inaudible. Cambió de tema:— ¿Y qué tiene que decir Frei?

Sonreí. Aunque después de nuestra pequeña discusión no tenía muchas ganas de escuchar noticias negativas, Vuk debía saberlo. Era sobre su salud y sobre el bienestar de su pueblo. No podía ocultárselo. Cogí el mando de la mesa de centro, y encendí el televisor. Fui pasando de canal, despacio, hasta que encontré en el que ya estaba hablando Kristen. La alemana tenía una cara nerviosa. Llevaba puesto su nuevo uniforme militar y no dejaba de juguetear con los papeles que tenía entre las manos. Subí el volumen, y sólo se oían por el momento, los murmullos de los periodistas de fondo.

La cámara le hizo zoom, y comenzó la rueda de prensa. Kristen empezó saludando a los periodistas, y simplemente a exponer todo lo que ya sabíamos hasta ahora. Se me escapó un bostezo, y me sentí tentada a apagar la televisión, pero la mano de Vuk cogiéndome el brazo de la mano en la que tenía el mando me hizo simplemente dejarlo sobre la mesa y volverme hacia él. Vuk recogió del suelo la revista, y nos pusimos a ojearla juntos.

—¿Qué nos puede decir sobre los rumores de que la Alianza está utilizando municiones de uranio empobrecido contra Yugoslavia? —preguntó, de pronto, un periodista, haciendo que tanto Vuk como yo nos volviéramos sobresaltados a la televisión.

Vi que Kristen palidecía en pantalla, y que agachaba la cabeza con nerviosismo mirando los papeles que tenía delante. El silencio llenó la sala de la rueda de prensa, sólo interrumpido por los flashes de algunas cámaras. La vi especialmente nerviosa, como si quisiera irse del estrado y pasarle la palabra a otra persona. Entonces, ¿se confirmaban las sospechas de Athene? ¿Las armas prohibidas eran proyectiles de uranio?

—Bueno ... Yo ... A ver, no... —comenzó a intentar responder la alemana, mirando a cámara. Reconocí aquella mirada de súplica aún sin estar allí con ella, y me entraron ganas de abrazarla. Tenía pinta de que Alfred le había encargado a Kristen dar explicaciones a sabiendas de que tenía pánico escénico, sólo porque así le costaría más dar información que destruyera su narrativa contra Vuk como un castillo de naipes.

—¿De qué está hablando...? ¿Cómo que armas de uranio? —preguntó Vuk. Me miraba con una carita asustada. Le hice una caricia, dulcemente.

—Verás, en esta semana que has estado enfermo, la OPAQ y varios equipos de investigación independientes han estado investigando las tierras atacadas por la OTAN en Yugoslavia... —le expliqué, sintiendo un nudo en la garganta. Si quería pegarme por habérmelo callado, no le culparía.— Athene me llamó ayer. Y me dijo que había sospechas de que las armas prohibidas que ella mencionó que podrían ser de uranio empobrecido...

Vuk se escondió en mi regazo. Lloraba en silencio. Le acaricié el pelo, intentando consolarle, en vano. Es joven, pero no estúpido: incluso él, que no tiene mucha experiencia con armas químicas sabe lo dañinas que son. Volví a mirar al televisor. Adele se había acercado a Kristen y le susurraba algo al oído. Cuando se retiró, la alemana sonrió, y se volvió de nuevo hacia los periodistas.

—Se han oído muchos rumores acerca de que la Alianza Atlántica ha estado usando proyectiles de uranio empobrecido contra Yugoslavia, y yo he venido a callar esos rumores... —le respondió Kristen al periodista, en un tono más seguro que el de antes, pero aún jugueteando con los papeles entre sus manos:— Son ciertos.

En la sala de la rueda de prensa hubo un gran revuelo colectivo. Sentí un escalofrío subir por mi espalda y abracé con más intensidad a mi hermano pequeño. Ya no había duda. Por eso Vuk había estado tan débil en estas últimas semanas y por eso su salud estaba yendo a peor.

Los periodistas empezaron a hacer varias preguntas a la vez. Que si cuánta cantidad de uranio se había vertido, que si se contemplaban consecuencias graves para la salud de la gente en el largo plazo... Kristen, con Adele a su lado, empezó a responderlas todas una a una, haciendo que me entrase más la preocupación. Le tapé los oídos a Vuk, porque no quería que se angustiase más de lo que ya estaba. En ese instante, Emily apareció en escena.

Sorry, pero se nos ha acabado el tiempo, tenemos que irnos —dijo la inglesa, mirando a cámara, con una sonrisa más falsa que la una. Le susurró algo a la alemana al oído y luego, ambas salieron fuera de foco. Adele lanzó una sonrisa inquieta a cámara, y después también se fue, dando paso a la publicidad.

Apagué el televisor, y acto seguido se me cayó el mando de la mano, rebotando levemente con la alfombra del salón.

03:00 de la tarde

He preparado sopa de verduras para comer. Vuk apenas ha probado bocado todavía, sigue removiendo el contenido de su cuenco con la cuchara, con el codo apoyado sobre la mesa y la cabeza apoyada en la mano derecha. Tiene las mejillas coloradas y húmedas en lágrimas. Le he dado la medicina, porque le ha vuelto a subir la fiebre.

Sonó mi teléfono, y lo descolgué.

Privet... —respondí, tras un suspiro cansado.

Chaírete... —dijo Athene, en un tono igual de triste que el mío.— Supongo que ya lo habéis visto...

Da... Es peor de lo que me temía —me apoyé sobre el respaldo de la silla, y me llevé la mano libre a la cara.— Treinta mil proyectiles que dicen que han usado. Eso son unas cuarenta y cinco toneladas...

Por el rabillo del ojo, vi que Vuk estaba llorando en silencio. Me levanté, sin quitarme el teléfono de la oreja, y me acerqué a él. El pequeño serbio me abrazó. Temblaba, no sé si de frío por la fiebre o de miedo.

—¿Vuk lo ha oído también? —preguntó Athene.

—Estaba conmigo cuando han dado la noticia —respondí, mientras trataba de consolar a mi hermano.— No quería que lo viera conmigo, porque esta mañana se ha despertado emocionalmente inestable...

Traté de no echarme a llorar yo también.

—Tranquila, Arisha. Has hecho lo que tenías que hacer. Ahora que ya sabemos la causa de su enfermedad, será más fácil encontrar una cura, o al menos un tratamiento —me intentó animar la griega, en un tono conciliador.

La posibilidad me animó. Vuk lo debió oír también porque dejó de llorar, y levantó la mirada.

—¿Cuántos medios estaban allí? —pregunté, con curiosidad.

—Esa es la única parte positiva —me contó Athene.— Todos los medios de Europa. Que Alfred usa armas de uranio lo van a saber hasta en las revistas del corazón.

24 de mayo

Ya que no puede combatir en estos momentos, Vuk nos ha estado ayudando a Viktor, Naya y a mí a cargar un nuevo camión de ayuda humanitaria. Ayer pasó un día de los peores, pero hoy se ha levantado bien. La que no me he levantado muy bien he sido yo, esta vez por dolor de tripa, sumado a mis ya habituales migrañas y el mareo. El plan de seguir mandando ayuda humanitaria sigue adelante, y me alegraba de ver toda la gente que se estaba implicando. Pese a nuestra mala situación, no dejábamos de ayudar a los demás, por más que Yeltsin nos fastidiara.

Viktor tiene una radio portátil en su riñonera, que va dando noticias sobre la situación en Yugoslavia y dentro de mis tierras. Parece ser que las tensiones en Chechenia se han relajado, pero en Daguestán la gente sigue preocupada, y me huelo lo peor.

—¿Cómo crees que se habrán tomado la noticia de las armas de uranio en otras partes de Europa? —preguntó Naya, mientras ayudaba a dos chicos a llevar una caja pesada al camión.

Levanté la mirada de mi bloc de notas, apoyado sobre mi diario.

—No lo sé. Pero ayer en la rueda de prensa Kristen parecía enfadada con los promotores de los bombardeos —respondí.

—Jones los tiene a todos controlados, no creo que eso vaya a cambiar nada... —comentó Vuk, que estaba sentado en una caja ya cerrada a mi lado. Me agaché a su lado, y le puse una mano sobre el hombro.

—De algo servirá, ya verás. Acuérdate de Lena y Hans, que nos están ayudando —le guiñé un ojo, con una sonrisa cariñosa.

Vuk sonrió también, y se levantó de la caja. Me puse el bloc debajo del brazo y le ayudé a levantarla. Cuando ya estábamos cerca del camión, los dos dejamos un momento la caja en el suelo para descansar. Vuk se sentó sobre la caja, y yo en el suelo a su lado. Viktor se acercó a nosotros, con la radio en la mano.

6 de junio

1999: El Fin del MilenioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora