Capítulo 2. La Trampa de Rambouillet

235 3 1
                                    

(Punto de vista de Vuk)
20 de enero

08:30 de la mañana

Había recibido la llamada de mi presidente que tenía que prepararme para ir a París. Le había respondido que iría, pero, nada más despedirme con educación, había vuelto a tumbarme en la cama y me había escondido bajo las mantas, sólo para que nadie me oyera gritar de frustración. La cumbre era, según me había dicho Slobodan, para "tratar de alcanzar la paz". Y sí, quería la paz más que nadie, pero en los últimos días, Alfred Jones, que iba a estar en esa misma cumbre, no había parado de acusarme ante toda la prensa de perpetrar una masacre de civiles que yo no había perpetrado. Y no quería verle la cara a esa rata de vertedero estadounidense, a no ser que fuera para darle un puñetazo en la boca.

A eso de mediodía había logrado reunir fuerzas para bajar a la cocina, y prepararme un bol de cereales. Me lo había subido a mi habitación, porque no quería estar en habitaciones muy iluminadas y el piso de arriba de mi casa sólo tenía una ventana en el baño. No me había ni terminado el cuenco entero, y lo había dejado en la mesilla. Me había vuelto a tumbar, y a tapar con las mantas, sintiendo que el dolor de cabeza volvía a invadirme. Estúpidas sanciones ... Estúpido Alfred...

Sabía que me estaban llamando. No sabía quién me llamaba ni por qué, pero en ese momento, sólo quería que todos me dejaran en paz. No podía quitarme de la mente la cara asustada de Dhimitër en Račak, y me culpaba a mí mismo por no haber podido sacarle de la zona de peligro antes de irme del pueblo. ¿Dónde estaba? ¿Por qué se había ido de la casa en la que le había dejado? O, si no se había ido solo, ¿quién se lo había llevado de allí? ¿A dónde? ¿Y por qué? Eran muchas preguntas, e intentaba contestarlas todas con "simplemente habrá vuelto a Albania y estará a salvo", pero los rostros de los terroristas del OVK seguían grabados en mi mente. Una lágrima resbaló por mi mejilla. Me escondí de nuevo en mis mantas. Ahora, las últimas palabras que le había dedicado al pequeño albanés hace diez años me dolían mucho más. Sí, era un exigente y estaba harto de que reescribiera la historia de Kosmet para decir que era suya, pero tampoco le deseaba ningún mal.


(Punto de vista de Arisha)

Taganrog, ese mismo día, media hora después ...

Me he despertado al oír el teléfono. Me incorporé, despacio, en la cama. Me estiré, y fui a cogerlo. No sabía quién podía ser. No esperaba una llamada de nadie, de nadie que no fuese Jones para presumir de su estatus ventajoso como única potencia mundial, en su típico tono arrogante.

—¿Diga? —dije, simplemente, medio dormida, dejándome caer sobre el sillón de mi cuarto.

—¿Arisha?

Aquella voz me hizo despertarme de golpe. Era mi hermano pequeño, Vuk. Por fin, después de cuatro años sin noticias, iba a saber qué tal estaba.

—Hola, hermanito —respondí, amablemente.

—Menos... Menos mal que eres tú... —dijo Vuk.

Sólo su tono asustado ya hizo que aumentaran mis preocupaciones.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté, con calma.

—Verás, hace unos días... —comenzó, despacio, y con la respiración agitada— Bueno, el mes pasado mi presidente lanzó una ofensiva contra el OVK, un grupo terrorista que quiere... que quiere la independencia de Kosmet, y tuvo bastante éxito... —hizo una breve pausa, en la que asumí que intentaba tranquilizarse— Se supone que el resto de naciones ya sabe que es un grupo terrorista, pero... Pero, por alguna razón... Jones los ha invitado a... a formar parte de una mesa de negociaciones...

—¿Jones? ¿Alfred Jones? —le pregunté, procurando no perder la calma.

Da ... No sé qué le importa a él de mi provincia —respondió Vuk, en un tono indignado.

1999: El Fin del MilenioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora