Capítulo 20. Fin de Año

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1 de diciembre

11:00 de la mañana

Después de despedir a Natalia y Kyura en la estación, Vuk y yo nos fuimos a dar un paseo por el Parque Gorki, que, como de costumbre, volvía a estar nevado. Pensé que Kyura iba a poner pegas porque le estuviera mandando tan lejos de Chechenia, pero sólo me sonrió y me dio las gracias. En el fondo, sentí que estaba tan harto de la guerra como yo.

Estuvimos sentados en un banco, mirando a la gente pasar delante nuestro durante largo rato, hasta que Vuk estornudó levemente, que fue cuando decidí que sería mejor regresar a casa y tomarnos un chocolate caliente. Nos cambiamos de ropa y nos fuimos al salón. Vuk sacó el tablero de ajedrez y decidimos echar una partida. Hasta que empecé a oír el sonido del teléfono. Me incorporé, despacio, y me estiré, para responder a la llamada.

На проводе? —pregunté, con calma.

What's up, russkie? —respondió una voz asquerosamente familiar al otro lado de la línea.

Me aparté por un minuto el aparato de la oreja y lo tapé con la otra mano. Cerré los ojos y empecé a contar hasta cien, muy lentamente, intentando tranquilizarme. No me lo podía creer. A pesar de haber agredido a mi hermano pequeño, a pesar de haber metido las narices en mis asuntos internos y haber amenazado de muerte a Kyura cuando me lo encontré en Kizlyar, a pesar de haberse burlado de mí por el ridículo que solía hacer Yeltsin ... Alfred seguía llamándome como si nada hubiera pasado. Como si nunca hubiera roto absolutamente todas las promesas que me hizo hace diez años, cuando decidí confiar en él y retirar mis tropas de Alemania (el pindo aún no ha retirado las suyas). Vuk debió intuir que algo no iba bien, porque se levantó y sentí que me agarraba suavemente el brazo. Abrí los ojos, y me sonreía, aunque le noté nervioso. Le sonreí de vuelta y volví a acercarme el teléfono a la oreja.

—¿Qué andas haciendo, russkie? —preguntó el pindo, en su típico tono arrogante.

—Nada que te importe, pindo —le respondí, en el tono más calmado y educado que me salió.— ¿A qué debo el placer de tu llamada? —no creo que en mi vida haya usado la palabra "placer" de forma más sarcástica.

—Oh, nada ... Es que me preocupa la situación de los rebeldes chechenos contra los que estás luchando —comenzó a decir Alfred.

Acababa de llamar "rebeldes" a los terroristas islámicos del Cáucaso. Ya sabía por dónde iba. Y me empezaba a hervir la sangre en las venas. Aún así, respiré hondo y me armé de la poca paciencia que pude encontrar dentro de mi ser.

—Terroristas —le corregí, entre dientes.

Yeah, eso, los rebeldes moderados —no sé ni por qué me esfuerzo en ser cortés con Alfred. De los nervios, pulsé sin querer el botón del altavoz.— Creo que tus tropas no están respetando la ley internacional...

Vuk y yo nos miramos, ambos con la misma cara de indignación y perplejidad. No podía creer que tuviera la tremenda osadía de decirme eso a la cara. Y más después de todo lo que había hecho aquel año. Miré de reojo a mi hermano pequeño. Se había cruzado de brazos, y miraba al suelo. Le brillaban los ojos, y un ligero rubor había aparecido en sus mejillas. Miré al techo con cara de paciencia.

—Jones, ¿me permites que te haga una pregunta? —le dije, tras un bufido.

—Dime.

Me lo podía imaginar apoyado en la pared de su casa, con aire de superioridad, y cara de creerse mejor que los demás.

—¿Por qué no te metes de vez en cuando en tus puñeteros asuntos? —le espeté.

—Mi deber es defender la democracia en...

No dejé que acabara la frase, y simplemente colgué el teléfono de un porrazo. Apoyé el codo sobre mi rodilla, y oculté mi cara en mi mano. Se me escapó un resoplido de indignación. Genial. No tenía ya bastante con que se hubiera abierto una segunda guerra en mi región del Cáucaso, encima tenía que aguantar que ese pindo estúpido les estuviera apoyando. Sentí una mano sobre mi hombro. Levanté la mirada, y Vuk me sonreía tímidamente. Cuando me abrazó sentí que mi enfado se disipaba.


2 de diciembre

1999: El Fin del MilenioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora