-28-

580 69 1
                                    

Los ojos caramelos miraban su delgado reflejo, sus pupilas muertas encajaban con lo grises de sus ojeras y su respiración entrecortada, cada vez más fuerte, cada vez más enojada, cada vez más asqueada. Apretó su mandíbula y tiro con odio todo lo que ocupaba el lavabo del baño, grito desgarrador para rasguñar una y otra vez su desnuda anatomía, como si estrellas fugaces de escarlata comenzarán a acompañar los colores albos y carmín de su cuerpo. Perú lloraba a montones en el rincón de las cuatro paredes, odiando su cuerpo y sintiendo asco de este, odiaba que fuese tan delgado, odiaba que tuviese tantas cicatrices, odiaba que tuviese nuevas heridas, odiaba que se comportará como una zorra. Podía recordar esos labios besar su cuello, esas manos tocar sus caderas y ese miembro entrar en el lentamente mientras le susurraban el cómo se sentía. Como un maldito juguete, un jodido juguete sexual que comenzó todo. ¿Qué pensaría ahora sus queridas cincuenta estrellas?, lo mirarían con repulsión al enterarse de la pequeña infidelidad con la persona con quien compartía sangre, se sentía tan culpable como si su amado hubiese sido un santo. Al finalmente calmar sus sentimientos llevo sus pupilas al techo de espejo, mirando nuevamente su triste y repugnante anatomía, viendo como con cada día pasado los huesos comenzaban a sobresalir de su propia piel, culpo al feto que crecía en su útero, lo culpe de cómo se veía y el como la pasaba y le hizo merecedor de los golpes que se daba en su vientre, con la esperanza que alguno lo matase, con la esperanza que alguno no lo obligase a ser padre.

Abecés se preguntaba cual había sido el pecado que cometió para sus tantas vidas, para que el mundo fuera tan cruel con él, para seguir buscando el amor en aquel americano que a duras penas volteaba a mirarlo. Como recordaba su juventud, tan nostálgica, tan perfecta, donde el amor era tan puro e inocente, donde las caricias que le daba las estrellas solo eran para él y únicamente para él, donde los besos eran puros y hacer el amor se sentía como una confesión más que como algo perverso. Como recordaba su familia, las risas que compartía con Argentina, los debates que daba con Bolivia, las peleas que se tiraba con Chile y aquellos momentos tan pacíficos que se la pasaba con México, con el hermano que prometió quedarse hasta en sus momentos más deteriorables, con el hermano que lo abandono y rompió aquella promesa, con el hermano le dio la espalda para nunca más volver a aparecerse en su vista. Ya ni siquiera recordaba sus voces, era doloroso, aun recordar una pequeña fracción de tu familia cuando esta ya te olvido por completo. Quería verlo, quería que lo abrazara, quería que alguien lo abrazara como si nunca más lo vaya a soltar, susurrándole que todo iba a estar bien, que él iba a estar bien. Pero Perú solo se sentía así si su amado era quien lo abrazaba.

Se levantó del suelo con dificulta, siendo tambaleado por su propio cuerpo y viendo por última vez su rostro en el espejo. Sintió su estómago revolverse como ácido y sin aguantar el dolor vomito lo poco que había en su estómago, llorando desgarrador al sentir aquel ardor que había en su estómago ahora en su garganta. Rápidamente abrió el grifo del caño, tomando a grandes cantidades la fresca agua que escapaba de esta, aliviando el ácido en sus entrañas, mientras calmaba su respiración vio como un par de Suris nadaban entre su vómito, conocía aquellos gordos gusanos, típicos de sus tierras, era curioso, no había visto uno desde su último viaje a la Selva. Se agacho para recoger los gusanos, que comenzaban a caminar en la palma de su mano como si fuese su hogar y arrastrando el vómito del que estaban bañados en la piel del peruano. Este sonrió cansado y llevo a los bichos a su boca, masticando estos para finalmente tragárselos.

Salió del aposento aun desnudo y camino directo a la habitación donde dormía plácidamente el canadiense, lo miro detalladamente al acercársele, sobre todo a aquel tatuaje enorme en su espalda, el rostro de un venado con unos cuernos gigantescos, sinceramente se veía muy bien. - ¿USA tardara? - Se preguntó a si mismo desilusionado y triste, gracias al estado de la francesa y demás temas, su amado cada vez se mantenía afuera más tiempo, sin siquiera llamarlo o enviarle un mensaje, preguntando como estaba, si ya había comido o el cómo se sentía. Era deprimente que su amado se olvidara cada día más de él, como si ni siquiera le importara su existencia. ¿Porque?, si él lo amaba con todo su corazón, ¿acaso habrá hecho algo malo?, ¿algo que lo enoje?, tal vez esto es su culpa, tal vez USA se comporta por cómo se comporta por su culpa. -Oh, USA una vez me dijo que le había gustado el suspiro limeño. Tal vez si le sorprendo con eso hoy, el estará muy feliz. Si, a él le encantara. - Un bello color rubí nació en sus mejillas, no podía esperar por ver la felicidad en el rostro de su amado cuando pruebe aquel postre del que solía alardear tanto.

















Pero el de cincuenta estrellas se sentía muerto por dentro como para siquiera mostrar sus dientes, sentía como si mundo se derrumbaba, sentía como sus razones para ser fuerte se iban, como volvía a ser aquel niño tímido y sumiso que había dejado atrás junto al pasado. Solo se quedaba en silencio con un nudo en su garganta, junto a aquella japonesa que recostaba su cabeza en el hombro del americano y tomaba su mano con el más suave tacto, acariciando su fría piel y aquella cicatriz que ya se había adueñado de todo su brazo. Llevo sus ojos carbón a los zafiros que ahora parecían grises, esos ojos que siempre habían demostrado alegría y egocentrismo ahora no mostraban nada. Japón sintió sus pupilas llenarse de lágrimas, su mano que acariciaba los dedos del americano ahora fueron a sus mejillas, acariciando una de ellas con la misma suavidad que el algodón, acerco sus labios albinos a los de su chico, siendo rechazada del beso. USA se levantó sin decir nada y salió de la habitación, por primera vez Japón decidió no seguirlo y darle aquel momento a solas que cualquiera necesitaría en aquellos pesados momentos.

FBI: No puedo creer que ninguno de ustedes pudo haber notado un intruso, hablamos de cuidar a un país. ¿La dejaron sola porque sí?, ¿aun sabiendo que hay alguien que trata de asesinar a todo el jodido mundo?, ¿Saben lo importante que era ella?, no solo para la investigación, si no para millones de personas. - Regañaba sin tacto alguno a los que se hacían llamar doctores profesionales, tan profesionales que un país que estaba a su cuidado fue asesinado y nadie lo noto hasta horas después. Realmente no entendía aquel descuido de las personas.

Japón no quería quedarse ahí y pasado los minutos salió de la habitación en busca de las cincuenta estrellas que poco a poco se apagaban sin dejar rastro alguna de lo que una vez fue el magnífico Estados Unidos de América. Recorrió los albos pasillos a un paso calmado y silencioso, topándose solamente con doctoras y enfermos, mas no con el hombre que buscaba. Aun así, no detuvo su andar hasta salir del hospital eh ir a una solitaria esquina, donde finalmente pudo encontrar un estadounidense sentado en el suelo, con cigarrillo en manos y llorando como si fuese un niño pequeño con un celular que mostraba el sin fin de llamadas que le había realizado al único hermano con quien podía contar en aquel momento, pero que aun así no respondía a sus gritos de dolor. Había algo que decía, que los ojos son las ventanas al alma, bueno, si realmente ese fuera el caso, USA ya no tenía alma sin duda alguna. -... ¿Porque me la quitaron?... ¿p-porque a ella? - Hablo USA con un tono roto, refiriéndose a la madre que tanto amor le había brindado desde el día que nació, aquella mujer con sonrisa y alma tan dulce que podía apaciguar hasta al monstro mas feroz. Con aquella dulce voz que te convencía que ningún demonio debajo de la cama vendría por ti al cerrar los ojos e ir con Morfeo o que ya era hora de ir a la escuela porque de lo contrario se harían tarde y no les dejarían entrar a su institución.

En el mundo las personas más inocentes a veces suelen ser las más dañadas, y aquí querido lector son hasta los que aún no vez.

-No lo soporto... ya no puedo más, Japón, ya no puedo vivir más de esta manera tan cruel, ya no puedo...- Esa voz tan suplicante y apagada dejo temerosa a la chica de que el norteamericano haga alguna tontería, se sentó a su lado para hacerle la compañía que a el tanto le hacía falta por más que tratase de negarlo. La compañía que le hacía falta desde los primeros párrafos de la historia. Acariciando los cabellos del estadounidense con cuidado mientras este lloraba en su hombro sin cesar, USA jamás lloraba delante de la gente, pero aquel día, aquel momento se sentía tan roto que no le importaba nada más que finalmente soltar todo lo que su pecho había contenido.- Pude evitarlo... pude detenerlo... es mi culpa.- Japón sintió pena y suspiro, no sabía cómo empatizar totalmente con aquel hombre, después de todo siempre se trató de sexo y jamás de emociones, aunque a ella no le agradaba aquel trato, ella siempre quiso conocer a USA como Perú lo conocía, ella siempre quiso amarlo y ser quien vea el lado más dócil del hombre más fuerte.

-Acabare con esto... terminare de una vez con esto...

Celos enfermisos_USA x Perú ♡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora