capítulo O3

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— ¿Qué? ¿Así que ahora eres valiente? — se quejo el grandote empujando el cuerpo del contrario — ¿Quieres tu comida?...— preguntó de forma diabólica — Pues aquí tienes — dijo arrojando la malteada sobre la cabeza de Hugo, dejando su negro cabello de un color rosa — Hay tienes tonto — exclamó mientras reía.

— ¿Po... Por qué lo hi-hiciste? — preguntó Ruiz mientras la voz se le quebrada.

— Porque eres un llorón — expresó el contrario para luego soltar toda la comida de Hugo al suelo — Si quieres comer, hazlo como el perro que eres — comentó mientras se cruzaba de brazos y observaba cómo los ojos del pelinegro comenzaba aguarse.

— Mírenlo, esta por llorar — se burló otro compañero haciendo gestos con su cara y manos — Que alguien le traiga su biberón — añadió haciendo reír a muchos. 

— No se burlen o llamara a su papá... Oh cierto ¡no tiene! — dijo con malicia mientras estallaba a carcajadas.

— Oigan niños ¿qué están haciendo? — llego un profesor para comprobar la situación, a lo que Hugo salió corriendo.

. . .

Encerrado en la última cabina y con la cabeza sobre sus rodillas, mientras abrazaba sus piernas e intentaba callar su llanto, Hugo hacía todo lo posible para calmarse y respirar con normalidad, pero no podía, y los recuerdos de su madre y sus compañeros maltratandolo solo provocaba que las lágrimas salieran con mayor frecuencia de sus hinchados ojos.

— ¿Po-Por qué?... ¿Por qué na-nadie me qui... ere? — se cuestionaba mientras limpiaba por octava vez sus lágrimas — ¿Q-Qué hice yo? — mordió con fuerzas sus labios — Yo... Yo solo quiera... un-un amigo — alegó hundiendo su cabeza entre sus piernas y cerrando los ojos con fuerza — Por favor... quien sea — expresaba con tristeza.

. . .

Cuando pasaron alrededor de treinta minutos y cuando Ruiz sintió que las lagrimas ya no saldrían más, terminó por dirigirse hacia su salón, en donde se encontró con todos sus compañeros y el profesor mirándolo con intriga.

— ¿Dónde estabas Hugo? — demandó el adulto observando el niño que estaba parado en el marco de la puerta.

— Lo siento, no me sentía bien — mintió — ¿Puedo pasar? — le preguntó con la cabeza agachada.

— Si, entra — accedió el educador siguiendo con lo que estaba haciendo antes de que Ruiz le interrumpiera — Muy bien chicos, ahora quiero que copien lo que acabo de escribir — introdujo el mayor dando comienzo a la clase.

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