La hora de irse a casa había llegó al fin, así que -Hugo siendo uno de los primeros- se apresuró a salir del salón para dirigirse a la puerta principal, y una vez fuera; caminó con pasos veloces hacia su casa, la cual estaba algo lejos, pero aun así no quería tener que compartir autobús con los chicos que lo molestaban, por lo tanto se armo de valor y se encaminó hacia su hogar.
. . .
Cuando pasaron aproximadamente unos treinta minutos, Ruiz al fin había llegado, así que inmediatamente buscó las llaves de la casa en una de las macetas que estaban fuera -donde su madre siempre las ponía- para así poder entrar, pero nunca las encontró, pensó que tal vez se le había olvidado esconderlas en el mismo lugar y ahora estaban en otro lado, de tal manera que siguió buscando.
Los minutos pasaban y el pequeño niño seguía sin poder encontrar las llaves, por lo que comenzaba a sentir pánico, ya que no quería que su madre lo golpeara por no haber hallado las benditas llaves.
"A lo mejor mamá se descuidó y dejó la puerta abierta" intentó convencerse.
Así que, sacudiendo su ropa -sucia y desordenada por causa de su búsqueda- se apresuró a acercarse a la puerta para luego tomar la manija e intentar abrirla, más esta no se movió ni un poco, logrando así que el menor comenzara a empujarla con más fuerza.
— Por favor, por favor, ábrete — suplicaba Hugo sacudiendo, golpeando, tirando e incluso zarandeando el objeto de madera para que se abriese, pero en ningún momento lo logró, por lo tanto, se dio por vencido, dejándose caer a los pies de esta.
Agitado por todo el movimiento, se dispuso a dejar su mochila en la entrada y a caminar hacia la parte trasera de la casa, para -a continuación- dirigirse a su lugar favorito, la gran colina.
Con pasos ligeros llegó a la punta de la loma, viendo desde lo alto las diferentes casas y el gran campo de trigo de su vecino, el cual parecía un gran laberinto.
De un momento a otro, no supo cuando, las oscuras nubes ocuparon el cielo, a la misma vez que de estas caían excesivas gotas de agua, dejando al pequeño niño empapado, pero aun así Ruiz no se quejo, es más; lo disfrutaba.
Levantando su rostro hacia el cielo mientras sacaba la lengua saboreando el inexistente sabor de la lluvia, pero cuando abrió sus ojos, observo como algo caía desde las alturas y aterrizaba con impuso en el campo de maíz.
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Catarsis
RandomHugo, de solo 8 años, siempre subía la gran colina que había detrás de su casa solo para soltar un globo como obsequio al cielo, con el pensamiento de que éste algún día llegará a las manos de su difunta abuelita, pero quién realmente los recibía er...