Cansado y con el cuerpo adolorido, por lo que paso anoche y en la escuela, Hugo busco entre sus cosas la llave de la casa, para luego adentrarse en ella, mientras mantenía una expresión triste ya que no podría volver a ver su nuevo amigo, Hugo dejó caer su mochila y camino desanimado hacia la cocina para buscar algo que comer, pero cuando estaba a punto de revisar el refrigerador, escucho como la puerta principal era golpeada y el grito de su madre retumbó en la casa, alterando su corazón.
— No por favor — murmuró aterrado intentando buscar algún escondite, así que por inercia corrió hacia su cuarto y cerró la puerta cuidadosamente, poniendo algunos objetos en ella para que hicieran de traba, aunque esto podría molestar a su progenitora aún más.
— ¡Hugo! — los pasos cada vez iban acercándose más y el miedo del niño iba en aumento — ¡¿Dónde estás gilipollas?! — gritaba azotando las puerta en busca de su hijo, quien apretaba sus manos nervioso intentando calmarse — ¡¡Hugo!! — demandó casi llegando a la habitación del pequeño, el cual observo la ventana abierta y estuvo dispuesto a tirarse por ella, así que exaltado corrió hacia esta y miró preocupado la altura, pero le dio igual y cerro sus ojitos apunto de tirarse, aunque esta acción nunca se realizó dado a que alguien tiró de él hacia dentro del cuarto.
Asustado porque fuese su madre comenzó a patalear y tirar puñetazos, pero grande fue su sorpresa cuando de pronto unos brazos lo cubrieron y lo arrastraron hacia debajo de la cama.
— Shhh — chisto cubriendo la boca del menor, quien -todavía impactado- observaba atentamente a la hermosa criatura que se escondía debajo de su cama.
— ¡¡Hugo!! — entró bruscamente su madre, mirando la habitación y observando que su hijo no estaba allí - Pequeña mierda - murmuro para luego cerrar la puerta con fuerza y marcharse de la casa.
Y cuando todo estuvo en silencio, Ruiz se dignó a hablar.
— Sigues aquí — declaró feliz viendo con ilusión al contrario, pero las lágrimas no se hicieron de esperar e invadieron los ojos del asustado niño, quien abrazo a Lukyan y lloró desolado en su pecho, mientras las cálidas manos del ángel acariciaba su cabeza y espalda, permaneciendo así por unos cuantos minutos.
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Catarsis
RandomHugo, de solo 8 años, siempre subía la gran colina que había detrás de su casa solo para soltar un globo como obsequio al cielo, con el pensamiento de que éste algún día llegará a las manos de su difunta abuelita, pero quién realmente los recibía er...