CAPÍTULO 4

332 47 5
                                    

El segundo hombre con el que me acosté después de JungKook fue un vecino de mi hermana, con quien Chaeryeong y yo pasábamos una temporada.
Yo tenía veintidós años y él había cumplido los cuarenta.
Lo conocí en una barbacoa del vecindario a la que mi esposa se había empeñado en ir, a pesar de mis quejas. Por supuesto estaba casado, y sus hijos y yo éramos de edades similares. Ahí estaba una de las normas que me había inculcado JungKook: la única manera de hacerlo sin peligro era que el otro tuviera esposa. Así se lo habían enseñado a él y así me lo había trasmitido a mí.
El vecino de mi hermana era un tipo rudo, machote y judío. Muy moreno, con poco cabello aunque lo llevaba rapado, y con el cuerpo tatuado. Era amigable, extrovertido y volvía la cabeza cada vez que pasaba una mujer por su lado.
Aparte de su aspecto de jugador de rugby, me atrajo de él la imposibilidad absoluta de que un hombre así pudiera acabar en mi cama. Era un reto, y yo, acabado de ser iniciado en este mundo, estaba completamente salido, había descubierto cuánto me gustaban las pollas, y estaba dispuesto a correr el riesgo por comerme aquella.
Tenía a mi favor tres bazas, según JungKook: Uno, yo era un tío guapo y la belleza siempre atrae. Dos, estaba casado, lo que no levantaría sospechas. Y tres, mi aspecto y mis maneras me retrataban como a un perfecto heterosexual, por lo que podía acercarme a él sin problemas.
No fue fácil. Entablamos un par de conversaciones para encontrar temas comunes, y a partir de entonces, el joven hermano de su vecina, o sea, yo, en vez de salir de copas con sus hijos, aparecía de manera casual por su casa y se quedaba con él en el garaje, viendo cómo arreglaba su viejo Chevrolet. Yo lo miraba trastear con gomas y bujías, con las manos manchadas de grasa, y me ponía cachondo solo de pensar en cómo follaría un tío así. Nos hicimos amigos. Fuimos a un par de partidos juntos, quedamos algunas noches para ver fútbol en la tele y, por más que lo intentaba, aquel pedazo de hombre no mostraba el más mínimo interés por mí.
Como me había enseñado JungKook, yo debía descubrir y ofrecer señales que me indicaran (y a él) que la veda estaba abierta: una mirada mantenida un poco más de lo normal; un contacto físico casual, como piernas que se rozan y que ninguno hacemos por apartarlas; una conversación subida de tono donde tuviera la oportunidad de insinuar algo.
Dos meses después, no había llegado a nada y estaba tan salido como decepcionado.
Una de aquellas tardes fui a su casa por orden de Chaeryeong a recoger una de sus fiambreras. No había nadie, pero estaba encendida la luz del garaje. Llamé y él abrió. Estaba liado, como siempre, con su Chevrolet, que necesitaba un ajuste más. Exactamente no sé cómo ocurrió. Recuerdo que bajó la persiana en cuanto entré, lo que me extrañó, pues hacía calor allí dentro. Solo tuve que andar un par de pasos cuando noté cómo sus manos me sujetaban, para arrojarme boca abajo sobre el capó del coche. Allí me inmovilizó, usando sus dedos como cepos, y me bajó los pantalones.
Reconozco que la sorpresa no me dejó reaccionar. Iba a decirle que tranquilo. Que precisamente era aquello lo que quería, cuando noté cómo su polla se apretaba, completamente dura, contra mi esfínter. Lo oí jadear, y sus manos tiraron de mis brazos para que mi abertura quedara más expuesta. Me la metió sin lubricarme y sin una preparación previa. Creo que grité de dolor, pero él no estaba dispuesto a parar. Sin embargo, poco a poco, el dolor fue cediendo, y un placer hasta entonces desconocido lo sustituyó.
Vi la sorpresa en sus ojos cuando pude librarme de aquel cepo, giré medio cuerpo como pude, y le comí la boca mientras le rogaba que no parara de follarme. Él, al principio, no supo cómo reaccionar, pero cuando me liberó las manos tomo mi rostro y me metió la lengua hasta la garganta. Fue un polvo increíble. Sus dedos me recorrían el cuerpo y su boca no dejaba de besarme mientras su polla se clavaba, insistente, en mi culo. Jadeamos sudorosos, y me folló tan a fondo que me hizo sangrar. Pero... ¿Qué me esperaba, encaprichándome de un bruto así?
La segunda vez lo hicimos en un hotel.
Durante el camino no hablamos y cuando entramos en la habitación me di cuenta de que él no sabía qué hacer. Cuando le puse la mano en el paquete y se ruborizó, tomé las riendas y me porté como una auténtica putita. Yo era su primer hombre y tuve que enseñárselo todo. Su polla circuncidada no era tan grande como gorda. Estaba rodeada de vello oscuro, con huevos pesados, redondos, encajados en un dilatado escroto que me encantaba chupar y que me proporcionaban un placer increíble.
Nunca hablábamos de lo que existía entre los dos. Esas cosas entre tíos se hacen pero no se comentan.
Manteníamos largas sesiones de sexo. Muy a menudo de toda una noche, donde él nunca se cansaba de probar, de joderme, de chuparme.
Había sido mi relación más intensa, y quizá hubiéramos seguido viéndonos durante mucho tiempo, como con JungKook, pero lo trasladaron a otra ciudad. Me pidió que me fuera con él, pero eso era inaceptable. Estaba fuera de toda norma. Las reglas eran claras si queríamos tener una vida normal y encajada en la sociedad: discreción, una relación breve y nada de amor. Así que tuvimos una última sesión alucinante y no volvimos a vernos.
Aún me masturbo al pensar en él. En aquella forma bruta y a veces infantil de poseerme.

Algo de aquella pasión era lo que empezaba a despertar YoonGi en mí.
Regresé a casa después de abandonar la casa de YoonGi. Mi mujer ya estaba dando el desayuno a las niñas.
―¿Te ayudo? ―me ofrecí, dándole un beso.
―¡No, por dios! ―dijo de buen humor―. Date una ducha. Apestas.
Obedecí sin rechistar y subí al baño de nuestra habitación.
Cuando me quité la ropa, los calzoncillos sucios de YoonGi cayeron al suelo.
Algo en mí reaccionó al instante, erizándome la piel. Solo de pensar que una prenda que había estado aprisionando su sexo, hubiera estado en contacto con el mío me ponía cafre.
Los tomé con los dedos y entré en la ducha. Busqué un poco de crema y me la vertí en los dedos. Después lubriqué mi polla, que empezaba a reaccionar sabiendo lo que venía a continuación.

Empecé a machacármela con la derecha, mientras con la izquierda me llevaba la ropa interior de YoonGi a los labios. Impacté contra la nariz la parte justa donde debía de haber reposado su carajo. Había allí una pequeña mancha amarilla, quizá un poco de semen reseco. El olor me atravesó, como una flecha. Era completamente excitante. Hormonal. Mi nabo se puso duro, y me lo machaqué con más energía, yendo desde la base hasta el glande, bajando la mano para acariciarme los huevos, y estimulando ligeramente mi esfínter con pasadas suaves y cremosas.
Intenté contener los jadeos, que no traspasaran la puerta del baño, porque aquella prenda olía a sudor, a semen, a orina, con un fondo de suavizante. Olía  a hombre, a macho, a polla, a sexo, a promesa.
Sostuve los calzoncillos de YoonGi con los labios para dejarme la otra mano libre, y me introduje dos dedos por detrás. Estaba tan dilatado que entraron sin problema. Mi boca, mi lengua, absorbía la tela, se llenaba de estímulos, que mi mano derecha recogía para convertir en placer con la izquierda.
No sé cuánto tardé en correrme, pero fue muy poco.
Apreté la frente contra la pared, chupé la prenda íntima de YoonGi justo donde estaba aquella mancha amarillenta, y un chorro de lefa se estrelló contra las baldosas, mientras mi culo se contraía alrededor de mis dedos.
Fue una paja sucia, tanto como lo que pasaba por mi cabeza, y me imaginé cómo sería con el dueño de aquella ropa interior dentro de mí.
Cuando terminé, me reí a carcajadas de mí mismo. Estaba loco. Me acababa de pajear con los calzoncillos sucios de un padre del colegio. Era la primera vez que me pasaba algo así, y no estaba muy seguro de qué significaba.
Aún tembloroso, me sequé, me vestí, y guardé la prenda en mi maletín de clase, que era el sitio más seguro. No sabía si conseguiría avanzar seduciendo a YoonGi, pero en caso de no lograrlo, aquella prenda podría serme útil en la ducha unas pocas veces más.

LUJURIA | SAGA HOMBRES CASADOS #2 | ADAPTACIÓN YMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora