CAPÍTULO 10

296 43 3
                                    

Llegábamos tarde y Chaeryeong aún no había decidido qué vestido ponerse.
―¿Este o este? ―me preguntó, enseñándome los que la hacían dudar.
―Los dos.
―No me ayudas ―puso un mohín de disgusto.
―Porque deberíamos estar en casa de Momo hace diez minutos y porque estarás preciosa con cualquiera de los dos.
Mis hijas, que me había tocado arreglar a mí, estaban como dos pinceles, pero sabía que era altamente improbable que llegáramos a casa de nuestros vecinos sin que se produjera un desastre, como una mancha inidentificable o una rodilla herida.
En cualquier otra ocasión, aquella velada de la comunidad me hubiera parecido detestable. Chaeryeong y yo hubiéramos discutido y ella me habría acusado de ser un insociable cuando me hubiera negado firmemente a ir. Sin embargo, hacía dos semanas que no sabía nada de YoonGi, y presumiblemente él estaría a allí.
Chaeryeong, al fin, se decidió por un vestido blanco y suelto, elegante, que resaltaba su largo y esbelto cuello.
―¿Qué tal?

Amaba a mi esposa y siempre me parecía deseable.
―Si no tuviéramos que irnos te lo arrancaría ahora mismo.
Sonrió. Al parecer eso era exactamente lo que quería oír.
Al fin partimos. La velada se celebraba en el jardín de Momo, nuestra vecina más eminente, y la responsable de la patrulla del barrio, de que no hubiera Mc Donalds por los alrededores y de que estuviera prohibido hacer barbacoas en el vecindario, lo que era todo un atentado contra la patria americana.
Cuando bajamos del coche mis hijas corrieron a unirse a aquel grupo de niños que saltaban sobre un castillo hinchable, y Chaeryeong fue a saludar a Momo. Yo me descubrí nervioso, con las manos sudorosas, mientras pensaba que al fin volvería a ver a YoonGi.
Me miré en el espejo retrovisor. Me había puesto una camisa celeste, con corbata en un tono azul oscuro, y una americana de un color similar. Me aparté el rubio cabello de la cara y me ajusté las gafas. Estaba guapo. ¡Joder! Estaba rematadamente guapo. Y hoy iba a lucirme delante de mi hombre. Si no podría tocarlo, al menos iba a hacer que esa noche él se tocara pensando en mí.

Sonreí ante la ocurrencia y me sumergí en la fiesta. Saludé a diestro y siniestro. Acepté una copa de vino, algunos canapés, y empecé a ponerme nervioso cuando no vi a YoonGi. ¿Había rechazado la invitación? ¿No estaba tan ansioso como yo porque nos viéramos?
Lo descubrí, al fin, junto a la mesa de bebidas. Un grupo de cinco tíos que estarían hablando de deportes. Estaba guapo como un demonio. Con unos chinos beige, camisa blanca y chaqueta azul marino. No llevaba corbata, por lo que el suave vello de su pecho asomaba por el cuello de la camisa.
Me quedé mirándolo. Supongo que con la boca abierta, babeando. Sus ojos grises eran impactantes, como su sonrisa fácil, de dientes blanquísimos. No podía creerme que aquel pedazo de espécimen de macho fuera mío, y que en cuanto pudiera estar con él a solas acordaríamos nuestra próxima cita. Solo de imaginarlo, desnudo sobre mí, noté que mis pantalones vibraban.
―Estás aquí ―me tomaron del brazo y tiraron de mí―. Todos te esperábamos, JiMin. Alguien ha tenido una buena idea.

Heechul era el marido de Momo, nuestro anfitrión, que ya me arrastraba hasta donde estaba YoonGi con los otros vecinos.
―¡Al fin! ―dijo uno de ellos al verme.
―Tío, tómate una cerveza ―me la alargó otro más.
Los saludé a todos, bromeando, preguntándoles qué tal iban las cosas, aunque dejé a YoonGi para el último.
Cuando al fin lo miré a los ojos, sentí aquella oleada de presión en mis oídos. ¡Joder, cómo lo deseaba! Le estreché la mano, algo muy viril.
―¿Qué tal todo, YoonGi?
―Muy bien. Hacía tiempo que no te veía.
―He estado liado. ¿Y tú?
―Un par de veces he estado a punto de pasarme por tu casa.
Dio un trago.
―¿Y eso?
«Porque te echo de menos»
―Porque quería devolverte aquella herramienta que me dejaste. No quiero que la necesites y te encuentres sin ella.
Estuve seguro de que me acababa de ruborizar hasta las raíces del pelo. Había una clarísima insinuación en aquello. Decidí no hacerme el mojigato y seguirle el juego.
―Pues la he necesitado, y mucho.
Él chasqueó la lengua.
―No te preocupes. Lo arreglo lo antes posible.
El miedo a ser descubiertos hacía que me sintiera inseguro en aquel ambiente. ¿Y si todos estaban escuchándonos detenidamente? ¿Y si todos había comprendido que la «herramienta» no era otra cosa que el enorme carajo de YoonGi? Sin embargo, mis vecinos seguían hablando entre ellos, ajenos a nosotros dos.
―Por cierto, JiMin―llamo mi atención Heechul, el marido de Momo―, alguien ha tenido una idea genial. Una acampada de vecinos en el bosque. Solo hombres, claro. Una forma de convivencia. En los lagos del norte. Nos hemos apuntado todos. Nos iríamos el viernes, pasado mañana. Te apuntas, ¿no?
Miré a YoonGi. Se humedeció los labios, y yo noté cómo mi polla volvía a palpitar dentro de mis pantalones.
―Claro, si vais todos supongo que Chaeryeong no pondrá pegas.
―Lo suponía ―nuestro anfitrión parecía encantado― y ya hemos repartido las tiendas. Son de dos plazas. Nos las deja mi jefe, pero debemos devolverlas en perfecto estado. YoonGi ha hecho el sorteo. Te ha tocado con él. Espero que no te moleste.
Tenía ganas de reír. El sinvergüenza de mi amante se las había aviado para estar conmigo. Sin embargo, di a entender que me era indiferente.

―Me da igual con quien me toque. Lo vamos a pasar bien.
La conversación siguió, pero yo no presté atención. Cuando me preguntaban, contestaba con monosílabos o frases hechas, porque solo tenía ojos para YoonGi. Intenté disimular tanto como pude. Notaba como a él le sucedía lo mismo. Nos lanzábamos miradas furtivas. Incluso en una ocasión él me tocó, me rozó ligeramente el antebrazo con la mano, cuando intentaba afirmar algo en la conversación. Fue como una sacudida eléctrica, como si me hubiera quemado.
La reunión de hombre se disolvió y lo volví a perder de vista. No estaba bien que nos vieran juntos, por lo que ninguno hizo por acercarse al otro. Fue un sufrimiento. Solo deseaba estar con él.
En algún momento fui a la cocina a por más cerveza. No había nadie. Acababa de abrir el frigorífico cuando YoonGi apareció por detrás, me abrazó hasta introducir una mano en mis pantalones, que cerró en torno a mi nabo, y me besó en el cuello. Sentí su polla entre mis nalgas. A pesar de no estar dura tenía el suficiente tamaño como para que pudiera sentir su peso. Y eso me excitó más que si me estuviera follando.

―Quiero hacer esto desde que llegaste ―me susurró al oído.
―Debemos tener cuidado ―yo estaba tan excitado como asustado―, puede entrar alguien en cualquier momento.
―No podía estar un segundo más sin verte.
―Te he echado de menos.
―No he podido desmotar lo de esa jodida acampada, pero al menos estarás conmigo.
Me di la vuelta y le comí la boca. Sabía a vino y a especias. Era tan deliciosa que me hubiera quedado colgado de allí toda la vida.
―Podemos escaparnos ahora mismo ―jadeó YoonGi entre mis labios―. Buscar un hotel. Con lo salido que estoy apenas tardaríamos una hora en ir y volver.
Lo deseé con todas mis fuerzas, pero era demasiado peligroso. Nuca había hecho algo así. Jamás me había arriesgado tanto. Estaba rodeado de vecinos por todos lados. A unos pasos podía estar mi mujer. Y mis hijas. ¿Cómo podía trastornarme tanto aquel hombre?, hasta el punto de olvidar las férreas reglas que me habían permitido hasta entonces conjugar mi íntima afición con mi vida de feliz hombre casado.
―No puedo  ―gemí―, Chaeryeong y las niñas me necesitan aquí.

Él se apretó más contra mí. Mi polla lagrimeó entre sus dedos. Sacó la mano de mis pantalones y los chupó. Lujuria y terror es lo que sentía
―Te deseo ―me dijo―. Joder, cómo te deseo. Estás jodidamente apetecible hoy. Seguro que lo has hecho para torturarme.
―Lo he hecho para que pienses en mí.
―Eso no dejo de hacerlo ni un segundo ―me pareció que sus ojos se le encendían. Se le acaba de ocurrir algo―. Prométeme una cosa.
―Te lo prometo.
―Aún no te he dicho qué es.
―Me da igual ―le lamí la boca―. Te prometería cualquier cosa.
Él se restregó un poco más. Mi polla estaba reaccionando. La suya también. Si alguien entraba, aunque nos diera tiempo a separarnos, nos vería empalmados.
―Esta noche ―me dijo―, cuando llegues a casa, hazte una paja pensando en mí. Yo haré lo mismo, e incluso es posible que nos corramos a la vez.
Oí voces procedentes del salón.
―Viene alguien.
Nos separamos. Él se apoyó en la encimera de la cocina, de espaldas, y empezó a enjuagar unos vasos. Yo seguí trasteando en el frigorífico. Al instante apareció Heechul, acompañado por otro vecino.

―¡Cervezas! Venía a por refuerzo.
―Pues te he adelantado ―dije yo.
Aún estaba ruborizado, y con los labios hinchados por los besos de YoonGi. Rogaba al cielo porque no se dieran cuenta
―Joder, chicos ―dijo nuestro anfitrión―. No sabéis las ganas de que estemos todos juntos y perdidos en el bosque. Lo vamos a pasar bien.
―Muy bien ―dijo YoonGi, alzando la cerveza y sin darse la vuelta―. Al menos JiMin y yo vamos a disfrutar de lo lindo.

LUJURIA | SAGA HOMBRES CASADOS #2 | ADAPTACIÓN YMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora