CAPÍTULO 5

306 46 17
                                    

Me miré una vez más en el espejo del dormitorio. Estaba nervioso, como un quinceañero. Con mi pelo sabía que no había nada que hacer. Tenía vida propia. Pero aquel día no estaba mal y me daba el aspecto de un escritor bohemio. Me había cambiado dos veces de ropa. Al final me había decidido por tejanos, zapatillas de deporte y camiseta blanca de manga corta. Ya era hora de que YoonGi viera a qué se enfrentaba, porque todas mis horas de running y de gimnasio se esculpían bajo el suave algodón. Una cazadora negra cerraba el conjunto. Me retiré una vez más el cabello de la cara, aunque sabía que era para nada, y baje al salón.
―Estás guapo ―me dijo Chaeryeong, que intentaba terminar un proyecto que se había llevado a casa―. Espero que no se te acerque ninguna lagarta.
―Te aseguro que no la dejaré.
―¿Volverás tarde?
―Supongo que no. Es solo una cerveza. No me apetece nada ―mentí―, pero el vecino ha insistido y no he sido capaz de decir que no.
―Haces bien. Es duro mudarse a un nuevo barrio.
Sonó un claxon. Era YoonGi. Había insistido en recogerme y yo había sido preciso con la dirección.
―Me tengo que ir ―le dije, dándole un beso―. Llámame si te agobias de estar sola.
―Pásalo bien.
Reconozco que cuando salí me sudaban las manos. Lo cierto es que era nuestra primera cita, de YoonGi y mía. O al menos así quería verlo.
Él me llamó desde la ventanilla del conductor. Ya era de noche y con la luz de las farolas sus ojos me resultaron aún más grises. Me senté a su lado sin saber cómo saludarlo. Me estaba observando con los ojos entornados. ¿Me había mirado de arriba abajo? No estaba seguro, pero notaba que el corazón me palpitaba con fuerza.
―Tú dirás ―me dijo.
Estaba apoyado en el volante, y vuelto hacia mí. Me ruboricé porque sabía de la forma en que estaban mirándolo mis ojos. Era un tío, no solo increíblemente guapo, sino tremendamente sexi. Aquel día no llevaba esa americana tan formal, sino tejanos y camiseta negra. Parecía la versión contrastada de mí mismo. Estaba apetecible como nunca y mi intención era probarlo aquella noche.
―Tenemos que tirar hacia las afueras. Te voy indicando.

Por el camino hablamos de trabajo y de los vecinos: el colegio, su redacción, y la gente que nos rodeaba. Poco a poco me fui relajando, y la conversación se convirtió en la que podrían mantener dos buenos amigos.
Llegamos a El Refugio de Rosie veinte minutos después, y YoonGi se detuvo donde le indiqué, justo detrás, en aquella especie de aparcamiento lleno de pedruscos y matorrales. Nos habíamos pasado una docena de buenos locales por el camino, pero aquel era tan oscuro, anónimo y lejano como yo necesitaba. Una tasca de paredes de madera, una gran barra en el centro y mesas de billar que en esos momentos estaban vacías. No había mucha gente. Era un domingo por la noche y El Refugio cerraba temprano. Nos sentamos en la barra y pedí dos cervezas con tequila.
―Parece un lugar tranquilo ―dijo YoonGi mientras alzaba su copa.
En verdad era un antro, pero si conseguía seducirlo, había un par de rincones oscuros donde podíamos apartarnos y a Rosie no le importaría.
―Por ti y tu nueva vida ―alcé yo la mía.

Brindamos y le dimos un buen trago. Teníamos enfrente un gran espejo que reflejaba nuestra imagen. Hacíamos una buena pareja. Él moreno y yo rubio, aparentábamos la misma edad aunque yo era cinco años mayor que él, y teníamos una complexión similar. Dos tipos jóvenes, guapos y sexis. Y uno de ellos, yo, ansioso por comerle la polla al otro.
Charlamos de nuevo de nuestros trabajos, y una vez más de nuestros vecinos. Echamos un par de partidas de billar.  En una ocasión me pareció que me miraba de esa forma especial que yo había visto otras veces, en otros hombres. Pero con él nada era seguro. ¿Serían imaginaciones mías?
Él alcohol sí logró que yo perdiera el control y comenzara a observarlo con descaro. Me encantaba cuando se ponía ambas manos tras la cabeza mientras esperaba a que yo lanzara mi bola. La camiseta se le subía ligeramente sobre el cinturón y dejaba al descubierto su vientre firme. Una de las veces se acercó a mí para evaluar la partida. Pude oler aquel aroma picante, a detergente y a macho, que me había vuelto loco mientras me la cascaba en el baño.

Ya era tarde, se había ido todo el mundo y Rosie nos ofreció la última cerveza. Nos la tomamos en la barra, dando tragos largos.
―¿Desde cuándo estás casado? ―me preguntó
―Aún estaba en la universidad. Tenía veinte años. Chaeryeong se quedó embarazada y decidimos hacerlo. Éramos dos críos, pero qué te voy a contar a ti.
Llevaba cinco meses casado cuando conocí a JungKook, de eso me acordaba perfectamente.
―A veces la vida es caprichosa ―dijo YoonGi tras un suspiro.
―No sabes cuánto.
―Pareces un buen tipo.
―No lo soy.
Lo dije en serio. ¿Cómo iba a ser un buen tipo si con lo que pretendía hacer era posible que le jodiera la vida?... y a él.
YoonGi tenía los ojos clavados en su copa, pero los alzó un momento y se cruzó con los míos.
―Me gustaste desde que te vi en el colegio.
Sentí que me ruborizaba, pero no de pudor, sino de deseo.
―¿Te gusté?
―Ya me entiendes.
―Tú también me gustaste.
―Me alegro.

Tragué saliva. Aquella era la señal. Ya había pensado en un motel de carretera que casualmente estaba a cinco minutos de allí.
―¿Y qué se hace en este pueblo para divertirse? ―me preguntó YoonGi.
―Hay varias opciones. Depende de los gustos ―lo observé por encima de mi cerveza―. ¿Cuáles son los tuyos?
―Supongo que me gusta lo mismo que a ti ―contestó.
Dentro de mis pantalones mi polla empezó a moverse.
―Entonces podremos pasarlo bien juntos.
Él alzó la copa.
―Estoy seguro de eso.
Rosie nos hizo una señal. Ya era hora de cerrar, lo que me venía muy bien.
―Deberíamos irnos, ¿no? ―me dijo tras apurar la cerveza.
Asentí, y tuvimos una pequeña disputa por quién pagaba las cervezas. Insistí en hacerlo yo y salimos del bar. Las farolas ya estaban apagadas, y el camino a nuestro coche, el único que quedaba en el parking, era boca de lobo.
Anduvimos casi a tientas, riendo y gastando bromas. El vehículo estaba en paralelo al recio edificio de madera, en aquel terreno abrupto y lleno de piedras. Si no fuera por mi teléfono móvil hubiéramos tropezado.

Llegamos al coche, y mi corazón bombeaba con toda su fuerza. Si no le decía nada... si le dejaba escapar sin más... ¿cuándo tendría otra oportunidad tan perfecta como aquella?
Cuando guardé mi teléfono en el bolsillo para quedar amparados por la oscuridad YoonGi estaba trasteando con la cerradura. Tragué saliva y le puse una mano en el hombro. Aunque ya no nos alumbraba la luz de mi teléfono, nuestras pupilas empezaban a acostumbrarse a la oscuridad. Él se volvió para ver qué pasaba y quedo frente a mí.
Me aparté el cabello de la cara e intenté ver en sus ojos una señal, aunque fuera insignificante, de que tenía camino libre. Lo deseaba tanto que me dolían los huevos.
No la hubo, pero actué. Me mordí el labio y puse la mano sobre su paquete. Él no se movió, ni siquiera se echó hacia atrás. Apreté, y pude acariciársela hacia arriba y hacia abajo. Aquel tacto me volvía loco porque era la promesa de un buen festín. YoonGi no estaba excitado, pero aun así el bulto que atesoraba entre las piernas era bastante grande. Miró hacia mi mano, hacia aquello que yo estaba haciendo.

―Yo... ―intentó decir.
Tiré de la cinturilla de su pantalón para hacer hueco, y le metí la mano hasta los huevos. Eran dos bolas grandes y peludas, deliciosas, como a mí me gustaban. Los masajeé mientras mil ideas pasaban por mi cabeza. Mire a YoonGi y volví a tragar. Él estaba paralizado. Intenté vislumbrar aquella jodida señal. ¿Me dejaba seguir o no? Él no reaccionaba. Abandoné sus huevos y le cogí la polla. Aquel gran trozo de carne caliente. Seguía sin estar dura pero ocupaba toda mi mano. Sabía que sería así, gorda y muy rica. Lo sabía. La masajeé, pasando el dedo pulgar por el glande. Yo estaba tan excitado, tan jodidamente excitado...
―JiMin, yo no... ―repitió ―. De verdad que no.
Me sentí completamente abochornado.
Él miró a ambos lados. Ahora sí se le veía incómodo.
―No. No puedo.
Saqué la mano y me quedé allí, enfrente, sin poder moverme.
―Será mejor que nos vallamos ―dijo YoonGi al fin―. Te llevaré a casa.
Me subí en el asiento del copiloto, pero solo fui capaz de mirar al frente. Por el camino, ninguno de los dos dijimos una palabra. Tampoco lo mire cuando descendí del coche y entré en mi casa. Di gracias a dios porque Chaeryeong estaba acostada.
Cerré la puerta y permanecí apoyado en ella, muy quieto en la oscuridad, hasta que oí el motor de su coche arrancar, y me pregunté qué diablos acababa de hacer.

LUJURIA | SAGA HOMBRES CASADOS #2 | ADAPTACIÓN YMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora