CAPÍTULO 3

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Llegué a casa tarde y Chaeryeong ya estaba dormida.
Después de darle un beso a mis hijas me acosté y dormí profundamente, abrazado a mi preciosa esposa.
Amaneció un sábado nublado y frío, muy diferente al día anterior, donde las temperaturas habían superado los veinte grados.
Me levanté temprano, me puse ropa de deporte y salí a correr. Necesitaba desentumecer los músculos y aclarar la mente después de la charla y la sesión de sexo que había tenido con JungKook. Tomé la carretera del bosque y subí hasta la colina. Tardé cuarenta minutos en llegar a la cumbre, y cuando estaba arriba me encontraba agotado y empapado en sudor. Hice estiramientos y me quedé unos minutos observando la ciudad desde allí arriba: los rascacielos a lo lejos, las casas familiares de los suburbios, los campanarios y torres. Era una vista que lograba trasmitirme paz.
―Hola. Te llamabas JiMin, ¿verdad?

Me giré de inmediato. No era habitual encontrar a nadie allí, y menos a aquella hora tan temprana.
Mi corazón empezó a palpitar acelerado cuando me di cuenta de que quien estaba a mi lado era el señor Min, YoonGi, precisamente el tipo que quería sacar de mi cabeza. Ni siquiera lo había oído llegar.
Llevaba uno pantalones de deporte muy cortos y sudadera de mangas largas con capucha. Estaba tan sudoroso como yo. Al parecer también había llegado por la empinada cima corriendo. Tenía apoyadas las manos en las rodillas e intentaba recuperarse.
―Y tú eras el padre de Yeon―reaccioné al fin.
Le tendí la mano, y él se incorporó para estrechármela. Olía a sudor y a ropa recién lavada, una mezcla que me volvía loco. Rogué porque aquellos estímulos no alcanzaran mi polla, ya que mis ajustados pantalones deportivos podían dar el espectáculo.
―No sabía que corrías ―me preguntó, inclinando la cabeza con curiosidad.
―Eso suena a que no te parece que esté en forma.
―Nada de eso ―rio, pasándose la mano por la barriga―. Ya veo que estás cacha. Lo que quería decir es que... no sé lo que quería decir.
Entonces fui yo quien sonreí, y YoonGi se ruborizó. Creo que fue justamente aquel rubor, aquella manera en que ese hombre absolutamente machote y deseable se mostraba, por un instante, vulnerable, lo que me hizo decidir que iría a por él.
―Si eres aficionado, podemos quedar de vez en cuando ―dije como por casualidad―. Conozco algunos circuitos muy tranquilos.
―Es una buena idea. Aún no tengo muchos amigos aquí. ¿Te parece si volvemos? Hoy me toca la colada y Ailee ha quedado con sus compañeras de trabajo.
Asentí y emprendimos el camino de regreso. Corríamos codo con codo, aunque de vez en cuando me volvía discretamente para mirarlo. Era un hombre guapo, tremendamente guapo y atractivo. Muy viril, como a mí me gustaban. El esfuerzo marcaba los músculos de sus piernas y me pregunté cómo sería sin ropa. Ya había intuido sus fuertes bíceps y sus apretados pectorales. ¿Cómo sería su vientre? Era una de las zonas más erógenas de un hombre para mí. Decidí dos cosas: que haría por vérselo y que tenía que dejar de pensar de aquella forma en él o se daría cuenta.
―YoonGi, ¿Te puedo hacer un pregunta indiscreta? ―dije, cuando ya estábamos cerca de nuestra urbanización.
―Dispara.
―He estado viendo la ficha de tu hijo, de Yeon. Tiene siete años. O te cuidas muy bien o tuviste que tenerlo muy joven.

―Un poco ambas cosas ―rio de buena gana y yo lo imité―. Ailee tenía diecinueve y yo diecisiete cuando se quedó embarazada. Ha sido un poco duro. Quizá nos hemos perdido muchas cosas. O hemos tenido que hacer lo que nos tocaba en vez de lo que queríamos. Acabo de cumplir los veinticinco y llevo siendo un padre responsable desde que recuerdo.
―Eso está bien.
―¿Tienes hijos?
―Dos niñas, de nueve y diez años. Dos auténtico trastos que me vuelven loco. En todos los sentidos.
―Terminé la carrera el año pasado. A Ailee le ofrecieron este destino y a mí me pareció que cualquier lugar podía ser bueno para empezar a buscar trabajo.
―Periodismo.
―Periodismo deportivo.
―La caña.
―No está mal.
Uno minutos más tarde llegamos a la intercesión de calles donde me había dicho que vivían.
―Creo que estamos cerca de tu casa.
―Tienes buena memoria. Es esta. ¿Por qué no entras y te tomas un vaso de agua? Estas empapado y seguramente deshidratado.
Lo miré a los ojos a través de mis gafas. ¿Había alguna insinuación en ese ofrecimiento? Pero su mirada era limpia y transparente. Le sonreí. ¿Por qué no iba a entrar? Cuanto más cerca de él estuviera antes podría meterlo en una cama de hotel. Y tendría que ser una cama muy grande, porque YoonGi era inmenso. ¿Todo en él sería igual de grande? De nuevo intenté que mi mente se focalizara en otra cosa para no quedar en evidencia.
La casa tenía la misma distribución que la nuestra, dos manzanas más allá. La mudanza aún estaba a medias, con muchas cajas cerradas aquí y allá, pero lo que veía era de buen gusto.
Entramos en la cocina. Había un niño terminando un cuenco de cereales, que supuse que era Yeon. Era muy guapo, moreno y con los mismo ojos grises que su padre. Nos miró extrañado.
―Te he visto en el cole ―me dijo.
―Es el señor Park. Trabaja allí.
Le tendí la mano y él me la estrechó sin rastro de timidez.
―¿Puedo ir a ver la tele, papá?
―Claro que sí, pero solo un rato. Después tienes que ponerte con tus tareas.
El pequeño Yeon abandonó la cocina sin dejar de protestar, y su padre y yo volvimos a estar solos.
―Tu agua ―me tendió un vaso helado que bebí con ganas.

Él estaba enfrente de mí, a unas pocas pulgadas, con las manos apoyadas en la encimera de la cocina, y me miraba fijamente. Tenía la frente perlada de sudor y los labios enrojecidos por el esfuerzo. Verlo así, expuesto y cansado, como después de una sesión de sexo, consiguió excitarme de nuevo. Yo me encontraba apoyado en la isleta central, justo frente a él. Terminé de beber y me relamí los labios. YoonGi apartó la mirada.
―Voy a quitarme esto antes de que me enfríe.
Se subió la sudadera para sacarla por la cabeza, y la camiseta interior subió con ella. Allí estaba, su duro vientre. No había un atisbo de grasa. Era plano, de estrechas caderas, con el músculo inguinal muy marcado, y ligeramente poblado de vello oscuro. Era exactamente el tipo de vientre que me ponía a cien. Tragué sin darme cuenta, cuando una voz me trajo a la realidad.
―Creo que no nos conocemos.
Miré en aquella dirección. Una mujer rubia y muy bonita acababa de entrar en la cocina, llevando una cesta de ropa sucia bajo el brazo que dejo en el suelo, al lado de la puerta del lavadero. Había algo elegante y seductor en ella. Comprendí que YoonGi se hubiera enamorado de una mujer así.
―Es JiMin―nos presentó―. Te he hablado de él. Nos hemos encontrado haciendo running.
―¡JiMin! ―parecía encantada. Vino hacia mí y me estrechó la mano―. El jefe de estudios del cole de Yeon. Me alegra conocerte ―por un momento pareció contrariada―. Hoy me tengo que marchar, pero otro día podrías pasarte a tomar algo.
―Me encantaría.
―¿Te importa si te robo a mi marido un momento?
―Es todo tuyo.
YoonGi ya se había sacado la sudadera, y la camiseta de mangas cortas estaba en su sitio. Al estar empapada me ofrecía una visión de su tronco superior que me dejó sin aliento. Aparté la mirada mientras YoonGi iba hacia ella y la besaba en los labios. Ailee lo tomó de la mano y ambos salieron de la cocina.
Me quedé allí solo, pensando en qué carajo estaba haciendo. Pero la cesta de la ropa sucia me atrajo la atención, porque lo que había encima eran unos calzoncillos sucios del tamaño de YoonGi. Se me hizo la boca agua. Me mordí el labio inferior y me recriminé que estaba loco. ¿Y si..?
Alargué la mano y los cogí para olerlos. Oí ruido. El pantalón de deporte no tenía bolsillo, así que me los metí directamente en el paquete.
―Ailee me ha pedido que me despida por ella. Tiene diez minutos para ducharse y arreglarse y yo...
―No te preocupes, ya me iba. Quizá podríamos quedar para tomar algo uno de estos días.
Intenté que mi voz no sonara demasiado ansiosa.
―Una salida de tíos ―sonrió mientras se pasaba la mano por el pelo, en un gesto en verdad seductor―. No sabes cómo lo echo de menos.
―¿Mañana domingo? Hay un bar en la carretera que pone la mejor cerveza del estado.
―Me parece bien. Nos llamamos.
―Genial.
Me acompañó hasta la puerta, y cuando ya me marchaba volvió a hablar.
―JiMin, te agradezco esto. Tu amistad. Cuando te mudas a un lugar nuevo cuesta hacer amigos.
Yo asentí, y regresé a casa sintiéndome un miserable, porque mientras él pensaba que había encontrado a un colega, en verdad solo se había topado con un tío que iba a ponerle la vida del revés. Y a comerle la polla.

LUJURIA | SAGA HOMBRES CASADOS #2 | ADAPTACIÓN YMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora