CAPÍTULO 1

397 56 2
                                    

Una compañera del colegio asomó la cabeza por la puerta de mi despacho.
―JiMin, te ha llamado tu esposa. Ha preguntado si podrías pasar tú a recoger a las niñas.
A pesar de que yo era el jefe de estudios de una de las mejores escuelas del distrito, teníamos a nuestras dos hijas en un colegio privado al otro lado de la ciudad. Cosas de Chaeryeong y los métodos de educación respetuosos con la naturaleza.
―¿Qué le has dicho?
―Que sí, es lo que he supuesto que dirías.
Se lo agradecí con una sonrisa y continué rellenado informes. Acabábamos de empezar el trimestre y tenía papeleo pendiente, además de mis clases. Levanté de nuevo la cabeza. Mi compañera no se había marchado.
―¿Hay algo más?
―El padre de un alumno. Está aquí. Quiere hablar contigo.
―¿Ha pasado algo? No es hora de visitas.
Se encogió de hombros. Los horarios de atención estaban bien definidos en el calendario escolar y ese día yo no tenía ni un segundo libre.
―Bien, pues hagámoslo pasar.

Suspiré. ¿Para qué me iba a disgustar? Ella asintió y desapareció, dejando la puerta encajada.
Había tardes que parecían no terminar nunca, y aquella iba a ser una de esas. Aún tenía por delante un par de horas de papeleo, después encadenaría tres clases seguidas, iría a recoger a mis hijas, y tendría el tiempo justo para llevarlas al dentista y dejarlas en casa con Chaeryeong, porque a última hora de la tarde había claustro y sería necesario que volviera a la escuela. Si no estaba demasiado agotado pasaría por el gimnasio o, en caso contrario, me cambiaría allí mismo y, como todos los días, volvería a casa haciendo running. Ese era mi estresante plan vespertino, y solo acababa de empezar.

Me miré en el reflejo que me devolvía el retrato de Chaeryeong con las niñas que estaba sobre mi mesa. Como siempre, mi rubio cabello estaba despeinado y las gafas se me habían resbalado hasta la punta de la nariz. Las puse en su sitio. A veces usaba lentillas, pero todos convenían en que estaba más atractivo con gafas. Sabía que era guapo e intentaba no creérmelo, pero reconozco que me sentía bien cuando alguien se quedaba mirándome o se volvía cuando yo pasaba por su lado, cosa que seguía sucediendo tan a menudo como cuando era un jovencito atolondrado. He de reconocer que, además de unos bonitos ojos azules y un rostro que a mis treinta años era igual de atractivo que con dieciséis, siempre había cultivado mi cuerpo con el deporte. Una de mis compañeras de claustro decía que con mi cara, mi cuerpo y mi actitud de niño bueno ponía calientes a la mitad de madres y padres del colegio, y yo le respondía, en broma, que podían ponerse como burros si querían, pero que nunca mezclaría trabajo y pasión.
―Hola.
Levanté la cabeza, saliendo de mis pensamientos, para saludar a quien acababa de entrar en mi despacho. No lo había visto antes, aunque supuse que se trataba del padre que estaba esperando.
Era más alto que yo. Un hombre joven, veintipocos, plantado en la puerta sin atreverse a entrar. Vestía bastante formal, chaqueta, corbata y tejanos, pero no pude dejar de apreciar que su vientre era completamente plano y sus pectorales estiraban la tela de la camisa. Me miraba con curiosidad, quizá con timidez. Tenía los ojos claros, adiviné que grises, enmarcados en unas cejas espesas y masculinas. Estaba muy bien afeitado y su cabello oscuro lucía peinado, aunque crecido.
Me miró contrariado ante mi mutismo, pues yo no respondía.
―Siento haber entrado sin llamar. Pensé que podía...
Al momento caí en mi error, aquel tipo pensaba que me había molestado por no tocar a la puerta. Me puse de pie y le tendí la mano.
―Discúlpame. Estaba distraído. Eres el padre de algún alumno, ¿verdad?
Él sonrió de forma amigable. Tenía dientes blancos y perfectos, y una sonrisa cálida y acogedora.

―Soy el padre de Yeon. Me llamo YoonGi. Min YoonGi.
Tardé un poco más de la cuenta en devolverle la mano, pero al instante le ofrecí una silla.
―Siéntate, YoonGi―intenté parecer profesional―. Yo soy JiMin, el jefe de estudios. Pero eso ya debes saberlo.
Me sentí idiota, ¿Qué me estaba pasando? Atendía a padres de alumnos todos los días. ¿Por qué me ponía nervioso delante de aquel tipo?
―¿En qué puedo ayudarte? ―dije al fin.
Él tomó asiento, con las piernas muy separadas y una mano apoyada cerca del paquete. Me descubrí mirando hacia allí, pero solo fue un instante. Me sentía avergonzado y rogué porque no se hubiera dado cuenta.
―Mi mujer y yo acabamos de mudarnos al barrio y hemos conseguido matricular a Yeon―me dijo―. Quería asegurarme de que todo es correcto y de que no hay problemas con el cambio de colegio. Ya sabes, los chicos pueden ser crueles con los nuevos. También quería conocerte. Me tienes a tu disposición para lo que necesites.
―Por... por supuesto ―tartamudeé―. Si quieres, puedo hablar con sus profesores, ver qué tal va todo, y te llamo.

―Me parece genial.
―¿Dónde os habéis mudado?
―Northcote con Ruston.
―¡Eso está cerca de casa! Somos casi vecinos. Incluso podemos vernos por ahí.
―Claro ―miró a ambos lados. Parecía incómodo. ¿Se habría dado cuenta de mi mirada? Preferí pensar que no.
―Ahora tengo que marcharme ―me tendió de nuevo la mano. Era grande, de dedos largos y gruesos―. No quiero molestarte por más tiempo.
―No es molestia ―se la choqué fugazmente―. Te llamo en cuanto sepa algo. Supongo que tu teléfono está en la ficha.
―Espera ―sacó un trozo de papel del bolsillo interior de su americana y un bolígrafo, y garabateó un número de teléfono ―. El que está en la ficha es el de Ailee. Este es el mío. Trabajo en el periódico local. Espero tu llamada.
Hizo un gesto con la mano y abandono mi despacho. Yo me quedé allí sentado, con las gafas otra vez en la punta de mi nariz, pensando en qué diablos me acababa de suceder.

LUJURIA | SAGA HOMBRES CASADOS #2 | ADAPTACIÓN YMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora