CAPÍTULO 6

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Al tercer hombre con el que me acosté lo conocí en el supermercado.
Hacía tres años que había terminado mi relación con el vecino de mi hermana, y a JungKook apenas lo veía. Si acaso, una vez en primavera y otra en verano.
Yo intentaba decidirme por una marca de cereales para mis hijas cuando un tipo apareció a mi lado y me dijo que no lo dudara, que los de miel y arroz eran los mejores. Lo miré sorprendido. No lo conocía de nada. Era más joven que yo y aunque no era guapo sí me pareció muy atractivo. Todo hubiera quedado ahí si a la salida del súper, media hora después, no hubiera estado esperando.
―Llevas el carro muy cargado. He pensado que necesitarías ayuda.
Lo miré detenidamente. Con un poco más de color hubiera sido pelirrojo. Tenía un rostro pecoso y simpático, y bajo la ropa de deporte se adivinaba un cuerpo atlético, de anchas espaldas y culo prieto. Como me había enseñado JungKook, le miré las manos. Había un anillo de casado... y dedos largos. Lo dudé un instante. Algo así era la primera vez que me pasaba.

―No iba a casa ―le dije sin dejar de mirarlo a los ojos―. Iba a hacer una parada en un motel.
Vi cómo tragaba saliva. Hasta ese momento había estado expectante.
―Yo llevaré las bolsas.
Apenas cruzamos más palabras. Lo monté en mi coche y me dirigí a un motel de carretera en el que había estado con JungKook. Cuando entramos en la habitación me tomó por la cintura y me comió la boca. Estaba ansioso, acelerado, tanto que temí que no llegara al final.
Lo calmé, separándolo un poco y besando sus labios con más cuidado. Pero él no estaba dispuesto. Me abrió el pantalón, se puso de rodillas y me comió la polla. Mi gorda polla rubia que ya estaba dura y dejaba escapar algunas gotas de líquido preseminal. Eso sí sabía hacerlo muy bien. Lo dejé chupar. Parecía hambriento. Vi cómo recorría con la lengua el grueso cordón central, y de qué manera me lamía los huevos. JungKook decía que mi nabo, sin ser espectacularmente grande como el suyo, era de los mejores que se había comido, porque lanzaba una gran cantidad de precum, lo que lo volvía jugoso y muy apetecible.
Tuve que apartarlo para no correrme.

―Despacio ―le dije―. Tenemos tiempo.
―No puedo. Me gustas demasiado.

Nos quitamos la ropa a manotazos. Tenía un cuerpo que dejaba sin aliento. Se le marcaba cada músculo bajo la piel blanca y pecosa, sin un solo vello. Ahora me tocó a mí ponerme de rodillas. Su polla era muy clara, la primera que me comía que no parecía tostada por el sol. Más ancha a la altura del glande que en el nacimiento, lo que me resultaba muy apetecible, y aquella pelambrera pelirroja me gustaba. A pesar de estar completamente dura, aún se encontraba cubierta con el prepucio. Lo retiré con los labios, dejando a la vista un bálano delicioso que desprendía aroma a sexo. Mi amigo estaba tan excitado que tras un par de mamadas me pidió que parara.
―Me corro ―suplicó.
Nos tiramos en la cama y nos acariciamos. Él volvió a comérmela. Parecía famélico de sexo, de esperma, y yo se la chupé a la vez, en un sesenta y nueve perfecto. Nos corrimos uno en la boca del otro, con apenas unos segundos de diferencia. Aquel chico pelirrojo tenía un semen ligero y picante, delicioso.
Aquella tarde volví a probarlo, y también me corrí cuando lo empalé. Por su parte, él decidió masturbarme y en el tercer enviste, al fin, me folló hasta dejarme satisfecho.
Mientras nos pasábamos un cigarrillo de boca en boca, tumbados y abrazados en las sábanas manchadas de semen, me preguntó si estaba casado.
―Sí. Tú también ―afirmé.
―También. ¿Lo haces a menudo? Así, con el primero que te entra como he hecho yo.
No. No lo había hecho nunca antes. Solo con JungKook. Al vecino de mi hermana fui yo quien el entró.
―Es la primera vez ―contesté.
―También es la mía.
Di una calada. No fumaba, pero me gustaba el sabor del tabaco en su boca.
―¿Y por qué lo has hecho? ―le pregunté―. ¿Por qué me has abordado en el supermercado? Podría haberme molestado. O haberte partido la cara.
Él sonrió y se puso encantadoramente rojo.
―Te he visto y he pensado que no te me podías escapar. Eres el tío más jodidamente bueno con el que me he atrevido. Estaba temblando cuando te he aconsejado lo de los cereales, y ya me había ido y había vuelto tres veces antes de que salieras. Si me hubieras dicho que no, me habría pegado un tiro. O me hubiera matado a pajas pensando en ti durante los próximos meses.
Me reí, y se lo agradecí dándole un largo beso en los labios.
―¿Has estado con más hombres? ―le pregunté, porque aquella ansiedad, aquel hambre, se parecía demasiado al mío de hacía algunos años.
―Solo con uno antes de hoy. Supongo que tú con muchos.
―Dos en mi caso. Eres el tercero.
―No me lo creo. Con esa cara y ese cuerpo, solo con chasquear los dedos puedes tener en tu cama al cuerpo de marines.
Fue entonces cuando lo comprendí.
―Tienes un mentor, ¿verdad? ―le dije.
―Joder, sí. ¿Y tú?
―Ser discreto ―empecé a enumerar las tres normas básicas―, una relación corta...
―Y no enamorarse.

Nuestra relación duró un año. Al principio nos veíamos todas las semanas y si por él hubiera sido, todos los días. Era insaciable, y llegó a convertirse en el mejor amante. A veces, yo unía varias clases en el cole para tener tres horas libres. Otras, sustituía el gimnasio y mis carreras nocturnas por el parque a cambio de una sesión de sexo.
Creo que él se enamoró. Yo tuve claro desde el principio que teníamos que seguir las normas. Lo dejamos, lo nuestro, porque si hubiéramos continuado se habría ido todo al carajo. Lo mío con Chaeryeong, con las niñas, se hubiera ido a la mierda.
No lo volví a ver. Él fue mi última relación antes de conocer a YoonGi.
Solo había estado con tres hombres en mi vida, y eso había sucedió en el espacio de diez años.
Aquella noche, tras haberle metido la mano en el paquete al padre de un alumno, apenas dormí.
Su imagen mirándome sorprendido no salía de mi cabeza. Durante toda la madrugada me había recriminado mi arrojo. Nunca lo había llevado a tal extremo. Siempre había sido paciente. Pero con YoonGi... con YoonGi era completamente diferente.

Llegué al colegio esperándome lo peor. Era muy posible que YoonGi ya hubiera ido a hablar con el director para poner en conocimiento la forma en que me había comportado.
Yo podía haberlo estropeado todo y entonces estaría realmente jodido.
Pasaron las horas y no sucedió nada. Nadie vino a buscarme en clase. Ninguna mirada acusatoria mientras estaba en la sala de profesores. A mediodía no tenía ganas de comer, decidí que debía de hablar con alguien y llamé a JungKook. Lo tenía en mi agenda como «Servicio técnico», otro de sus buenos consejos.
―No te esperaba a esta hora ―me dijo sorprendido.
―He metido la pata.
―Cuéntame.
Le narré los acontecimientos con detalle, las señales equívocas, cada uno de sus gestos. Y la forma en que me dijo que lo dejara, mientras yo mantenía su gran trozo de carne caliente sujeto en mi mano.
―Te has precipitado, lo sabes ¿verdad?
―Lo sé.
Hubo un silencio. Sabía que estaba intentando encontrar el consejo adecuado.
―Creo que deberías pasar de ese tío, JiMin.
―Sé que tengo que hacerlo.
―¿Pero lo harás?

Acababa de conocerlo, y a pesar de que desde entonces no había salido de mi cabeza... la mancha de la mora con otra verde se quita.
―Sí. Lo haré.
JungKook pareció satisfecho.
―Tienes dos opciones: aparentas que aquello fue una estupidez, que te volviste loco llevado por la bebida y no lo refieres nunca más, o le pides disculpas y le arrancas la promesa de que será discreto.
―Me gusta hablar las cosas ―le dije―. Llevaría mal lo de hacer como si no hubiera pasado nada.
―¿Necesitas algo más de mí?
Aquella era su frase. Me gustaba cuando me la decía. Ponía en mis manos su confianza, su corazón y su enorme polla.

―No... ―le contesté―. Sí. Porque ayer me puse tan cachondo que tengo que verte.
JungKook soltó una carcajada que me reconfortó.
―Me estás convirtiendo en tu putita, ¿lo sabes?
―¿Te importa?
―Ya sabes que no ―su voz volvía a ser aquella que me susurraba guarradas mientras me la metía―. Follarte es una de las mejores cosas que han pasado en mi vida, pero así no funcionan las reglas, JiMin. Lo sabes. Tú y yo deberíamos de haberlo dejado hace años.
―Eso también lo sé.
―Busca a alguien ―me aconsejó―, pero sigue los pasos.
―¿Cuándo nos veremos?
Tardó en responderme, creo que consultó su agenda.
―Pasado mañana. Hasta entonces no puedo.
―¿Dónde siempre?
―No. Toma nota.
Lo hice y JungKook colgó.
Estaba en un lío, y tenía que salir de él como fuera.

LUJURIA | SAGA HOMBRES CASADOS #2 | ADAPTACIÓN YMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora