07: La paz verbal.

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He de confesar que, tras esa inesperada muestra de apoyo a los planes del capitán hace unos días, las cosas habían tomado un rumbo que, para ser honesta, comenzaba a agradarme

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He de confesar que, tras esa inesperada muestra de apoyo a los planes del capitán hace unos días, las cosas habían tomado un rumbo que, para ser honesta, comenzaba a agradarme. Para empezar, Allan ya no custodiaba día y noche la puerta de mi camarote, lo cual era un gran avance, pues me hacía sentir que finalmente me había ganado buena parte de su confianza. Sinceramente, desconozco qué tan peligroso o digno sea ganarse la confianza de un marinero, pero tengo que admitirlo: sentirme bienvenida en un lugar, aunque fuera un barco pirata perdido en la nada, rodeado de un montón de hombres que la mitad del día se la vivían en estado de ebriedad, me complacía.

Las visitas del capitán se habían vuelto más recurrentes desde que nuestro pacto se había sellado. Cada atardecer y sin falta tocaba la puerta como señal de que había llegado la hora de acompañarle a su camarote y así pudiéramos trabajar en lo que hasta el momento se había convertido en el sueño más recurrente que acechaba a mi inconsciente al caer la noche, y ese sueño era la versión del mapa final que nos conduciría a la salida de Nunca Jamás.

Y pareciera como si toda la tripulación se hubiera enterado de este plan porque desde entonces su comportamiento hacia mi persona cambió en un tris tras: Aceptaban la comida que les servía gustosos, incluso cuando no había bebida alcohólica para ofrecerles por las tardes, y hasta parecían darnos las gracias a Geraldine y a mí dejando los platos sin sobra alguna sobre ellos. Nadie rechistaba. Nadie hacía comentarios innecesarios hacia mi persona que pudieran sacarme de mis casillas. Todo, curiosamente, se encontraba en una inquietante pero agraciada armonía. 

Incluso Geraldine ya no era tan fría ni borde conmigo. Me hablaba como si fuese su mano derecha; me levantaba todos los días contándome algún chisme interesante sobre algún miembro de la tripulación para que me familiarizara con ellos y si no lo terminaba a la hora en la que debía arreglarme, lo continuaba en la cocina, en la bodega, o incluso hasta en el comedor. La charla no tenía límites.

Geraldine se había vuelto mi confidente y las horas pasaban volando a su lado, tanto así que los momentos en donde ambas nos encontrábamos a solas se habían convertido en mis partes favoritas del día. La sensación de soledad que siempre me invadía al llegar a mi camarote se borraba en cuanto pisaba la empolvada y oscura bodega del navío y ella comenzaba a cotillear haciéndome compañía. El único comportamiento que definitivamente no había abandonado era el de ser una persona sumamente mandona.

—¿Te aseguraste de que todas las llaves estén en su lugar?

—Cada una de ellas.—Respondí.

—¿Y acomodaste ya los condimentos en...

—En la bodega, sí.—Terminé por ella.—En el mismo orden de siempre.

La mujer me observó disimuladamente por unos instantes para después continuar con su labor lavando la vajilla. Unas horas antes, todos los piratas se habían deleitado y atiborrado con su exquisita comida. A este punto, como "invitada" ya había aprendido a entender y a descifrar cada uno de sus enigmáticos gestos, y en el mundo de Geraldine, sabía que esa breve y ligeramente pesada mirada significaba un "estoy satisfecha con tu trabajo".

NEVER EVER | Peter Pan retelling.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora