04: Hora del paseo.

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Unos fuertes ruidos sonando contra la puerta de mi camarote me obligaron a abrir los ojos

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Unos fuertes ruidos sonando contra la puerta de mi camarote me obligaron a abrir los ojos. Gruñí. Mi cabeza dolía tanto como la primera vez que acudimos a casa de los Dawkins para celebrar el cumpleaños del colega favorito de mi padre. A veces, cuando ni mi padre ni mi madre estaban presentes, me quedaba con mis hermanos menores e imitaba el chistoso caminar del señor Dawkins, con los talones de los pies chocando y las puntas de estos, separadas. Muy parecido al caminar de un pato o un ganso. Michael sonreía y aplaudía intentando imitar con su voz la forma demasiado propia de hablar del Señor Dawkins y John giraba los ojos en un intento de ocultar las ganas que tenía de unirse a nuestras carcajadas. Al final siempre cedía.

Aquella vez confundí mi copa con la copa de mi padre y el amargo y profundo trago que le di a esa bebida fue lo suficientemente fuerte como para terminar mareada al cabo de unos minutos. Mi madre, tan buena y tan sabia, presintió lo que había pasado y se excusó diciendo que teníamos que regresar porque tenía "problemas de mujeres" y necesitaba descansar.

Al llegar a la casa, me quitó el molesto sombrero de plumas verdes, me ayudó a lavarme el rostro para retirarme el maquillaje y me acostó.

En estos momentos quisiera estar junto a mi madre. Tan dulce, tan gentil. Claro que, al día siguiente mi padre no tardó en regañarme recordándome lo mucho que pude haber avergonzado a mi familia y que daba gracias al señor que el mayor de los hijos de los Dawkins no estaba presente en la cena.

Toc Toc Toc.

De mala gana, me levanté para iniciar un día más en esta nueva aventura abordo del barco pirata. Seguramente Geraldine me estaba esperando al otro lado de la puerta con el pirata-vigilante que me habían asignado, ambos con una mirada para nada amigable.

Tallé mis ojos y solté un ruidoso bostezo. Sería un día largo.

Caminé hacia la puerta, giré el picaporte y al abrir esta, mi mandíbula se tensó al instante.

El insoportable capitán se encontraba a dos pasos de distancia. Su cabello negro nuevamente estaba atado por un listón, pero en esta ocasión era uno de color azul. Traía puesta su característica camisa blanca y sus pantalones combinaban con el color del listón, solo que estos poseían un tono más oscuro. Debo admitir que se veía muy bien. Sus ojos me prestaron atención y yo sentía que estos en cualquier momento leerían mis más profundos pensamientos, así que me obligué a dejar la mente en blanco.

—Buenos días, madame.—Sonrió. Mi mente traicionera recordó al héroe de cuento que tanto había esperado la noche anterior, al escuchar aquella palabra.

—Capitán.—Contesté sin mucho ánimo.—Pensaba que el capitán de un barco no tenía mucho tiempo para visitar a su prisionera. Qué equivocada estuve.

—Llámeme James, por favor.—Jamás. Ese nombre me hace querer escupir y maldecir a la vez. El inevitable silencio entre ambos se rompió cuando el capitán carraspeó.—Quería saber si podía hacerme el honor de tomar un paseo conmigo el día de hoy.—Por poco me ahogo con mi propia saliva.

NEVER EVER | Peter Pan retelling.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora