«Toda mi vida y hasta este momento creí que había hecho lo correcto. Pensé que había tomado la mano de un ángel y que había logrado escapar de las garras de mi más profundo miedo. Nunca pensé que estaba haciendo justamente lo contrario.»
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Pensar en los piratas que se unían al Capitán Garfio significaba traer de vuelta la memoria de mi hermano John.
No me despedí de él. Ni siquiera lo mencioné en la carta que le escribí a mi madre antes de partir. Y me arrepiento de ello.
John Darling era un fanático de las aventuras desde muy niño. Idolatraba a los piratas y deseaba conocer cada detalle de sus conquistas. Se sabía todas las partes de un barco y no perdía la oportunidad para demostrar su valentía en cada uno de nuestros juegos, especialmente si este implicaba salvar a la damisela en peligro; generalmente interpretada por mí, aunque no estuviera del todo de acuerdo. También le gustaba mostrarse caballeroso y obediente todo el tiempo, y disfrutaba cuando lo comparaban con nuestro padre. Claro, eso fue antes de que John considerara a nuestro padre algo cobarde. Le gustaban mis historias acerca de Peter Pan, y aunque sé que por dentro también lo idolatraba tanto como yo, su personaje favorito era el temible Capitán Garfio: dueño del mar, capitán del Jolly Roger y líder de los piratas.
Recordar a mi familia era de las cosas más difíciles que había intentado dejar de lado al poner un pie en Nunca Jamás, pero exigirme eso era algo egoísta y yo lo sabía. Los amaba demasiado y también les añoraba.
Puede que mi relación con mi hermano menor no fuera la mejor, pero debo admitir que algunas veces le envidiaba. Era el hijo perfecto.
Todos sabíamos acerca de la fascinación que tenía John por servir a la nación, y aunque no lo decíamos en voz alta, estábamos conscientes de que probablemente acudiría a la guerra cuando lo reclutaran. Es por eso que John confundía el miedo de mi padre con cobardía. Pero no, mi madre y yo sabíamos de sobra que eso no era cobardía; era simplemente amor paternal. George Darling tenía miedo de perder a su primer hijo varón y, tal vez, a su hijo favorito cuando la guerra llegara a nuestro hogar.
Discutimos antes de la cena en ese fatídico día.
"El mundo entero se está preparando para una enorme catástrofe Wendy, tal vez para una que termine por matarnos a todos. Y tú sigues escondida en tu por siempre feliz final de cuento. Por Dios."
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La imagen de mi hermano menor en su traje perfectamente acomodado, con sus grandes lentes circulares adornando su rostro y su cabello castaño siempre bien peinado, aparecía frente a mí al final de cada sueño. Soñaba que entraba a la sala de mi casa y lo veía parado frente a nuestra chimenea, luego se acercaba a donde yo me encontraba cuando me escuchaba llamarlo por su nombre. Me abrazaba y me decía que me perdonaba, que algún día volveríamos a vernos y que me amaba tanto como yo lo amaba a él y a mi otro hermano menor, Michael. Esperé a que mostrara la misma sonrisa tierna y llena de afecto que solía aparecer cada noche sin falta. Esta vez no fue así. En su rostro se formó una sonrisa mucho más siniestra a la que recordaba, más perturbadora y cínica.
—Abre los ojos Wendy.—Decía con un tono de voz irreconocible. Mi cuerpo se estremeció y se paralizó observando como sus ojos avellana cambiaban de color a unos de tono rojo sangre.
