- Capítulo 5

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Después de una semana y muchas pociones calmantes fui capaz de volver al trabajo.

En esos días no lo vi. Yo quería verle pero no acudió a mi tienda.

Quítatelo de la cabeza.

Auque negué, no. No podía apartarlo de mi mente.

¿Estoy enamorada o solo es atracción?

Se me hacía estúpido hacerme esa pregunta. Apreté mis sienes y suspiré mientras lavaba los platos.

Entonces vino él. No me atreví a levantar la mirada. Llevaba una semana sin verle...

— Buenos días —dijo y se sentó en la silla que suelo poner para que mis clientes esperen. Su armadura rechinó.

— Buenos días... —suspiré.

Puse la poción sobre la mesa.

— La Shaod —dije.— La probaré esta noche y si funciona está terminada.

— ¿La vas a probar? —alzó una ceja.

— No puedo arriesgarme a darte algo defectuoso, imagina que matas a quién se la das... ¿o quieres eso? —ya no me molestaba en indagar en sus asuntos.

— No. Necesito que solo tenga el efecto por unos cuatro o cinco días. Sin matar al consumidor.

— Bien. La que he preparado durará solo unos minutos. Si funciona seguiré adelante.

Hrathen asintió.

— Hoy voy a hablar junto a Dilaf. Hemos estado haciendo diversas charlas durante esta semana —levanté la mirada.— Me gustaría que vengas, _____. Mientras no has estado hemos tenido la oportunidad de hablar con un elantrino en persona.

— Debe haber sido interesante.

— Sí —dijo.— Espero verte esta tarde.

Asentí.— Vendré.

Y así fue.

Me presenté junto al gran grupo de gente reunido en una plaza. Empezó hablando Dilaf. Criticando a los elantrinos, sin duda seguían una táctica fuerte: asociar Elantris con el Shu-Korath.

De repente, unos sacerdotes abrieron unas antorchas y un elantrino atado a un poste surgió a la visión de todos. Estaba lleno de cortes y parecía moribundo.

— ¡Matemos a este svarkiss! —gritó Dilaf.— ¡Demonios apoyados por el Shu-Korath!

Los vitores del público aumentaron mientras Dilaf se acercaba con una antorcha en mano.

Corrí a través de la multitud intentando parar ese desastre. Hrathen actuó parando la acción de Dilaf. Habló como debía. Calmando la situación. Dando motivos razonables.

La reunión terminó al cabo de poco.

Solo quedaban los sacerdotes con sus túnicas rojas y Hrathen con su armadura escarlata.

Y... el elantrino.

Me acerqué al pobre desgraciado y lo observé. Me dolía el pecho verle así. Ni siquiera podía saber quién era. No hablaba. Pero me recordaba a mi padre. Y había una mínima posibilidad de que fuese él... sino, aunque no lo fuese. Mi padre ahora era así, y ese hombre seguro que no merecía lo que le habían hecho.

Hrathen se había llevado a Dilaf a un rincón del lugar.

El hombre susurraba cosas. Se parecía tanto a mi padre... no quería admitir que lo era...

Pero... es imposible... hay muchísimos Elantrinos. Aunque los más débiles son los que están más cerca de la puerta, seguro que estaba asustado...

Tragué saliva y observé al gyorn. Dejó a Dilaf a un lado y se acercó hasta llegar a mi lado. Yo tenía una antorcha en mis manos, que temblaban.

Dilaf prendió la pira con velocidad.  El elantrino ni siquiera gritó.

Me dejé caer de rodillas. Mis mejillas estaban empapadas.

Los sacerdotes dorathi caminaron hasta Dilaf.

Hrathen, para mi sorpresa, se agachó a mí lado.

— Levántate, ______.

No dudé en hacerle caso. Puso una mano en mi hombro rodeándome con un brazo.

— ¿Por qué Dios permite que pase esto? No puede ser una prueba, no; es cruel.

Hrathen suspiró.

— Estoy casi segura —dije con un hilo de voz.— De que era mi padre. Sus ojos... eran los mismos.

El elantrino ardía, sin decir nada. Parecía sentir paz.

El gyorn se quedó en silencio a mi lado y yo apoyé el lado de mi cabeza a la armadura que cubría su brazo.
Lloré.

— Yo tampoco lo entiendo —susurró. Las llamas ardían y la ceniza era llevada por el viento.— ¿Por qué? Creo que está fuera de nuestra comprensión.

— Tu fe, Hrathen... —dije con un hilo de voz.— Algún día me gustaría saber qué pasó con ella. Lograste que yo tuviera por un tiempo también... ahora... ya no. Pero tú... pareces igual.

Hrathen se tensó, no dijo nada. Solo se alejó un poco de mí mientras observábamos al elantrino volverse cenizas.

Esa noche fui a la muralla de Elantris, como de costumbre. Más tarde tenía que probar la poción. Necesitaba despejar la mente.

No me giré al oir su armadura, sabía que estaba allí.

Cerré los ojos intentando despejar la cabeza de todo lo que había pasado ese día.

— Todos los días. Y cada vez más —dijo con su grave voz apoyándose a la barandilla.

Le miré de reojo y antes de decir nada se adelantó el.

— Dudo de mi fe. Eso es un pecado. Aún así, lo hago. Una vez me preguntaste qué pasó con mi fe. Dakhor. Fue culpa de eso.

Tragué saliva sin saber qué decir.

— Tienes que disculparme... —Hrathen se giró a mirarme.— Por quejarme tanto.

Sonreí levemente entre lágrimas.

Él se acercó más a mí y me rodeó con un brazo.

Me apoyé a él, cerrando los ojos. Me sentía bien así.

Aunque sentía que eso no era correcto.

— No sé si esto está bien... —susurré. Él me miró, con su expresión seria de siempre. Negó.

— Lo está —susurró.

Observamos la oscura Elantris por unos minutos más. El viento nos agitaba el pelo y la capa de Hrathen ondeaba.

Me separé de su abrazo mirando al suelo. Sin duda él no solía ser así, ni conmigo ni con nadie.

— Buenas noches —dije dándole la espalda.

— Te acompaño.

Me encogí de hombros.

Pasamos por las calles de Kae. Estaban silenciosas y poco iluminadas. Me sentí protegida con él a mis espaldas.

Le miré de reojo mientras sacaba un botecito de mi bolsillo y lo bebía. Él me observaba.

— ¿Es la misma que me diste a mí?

Asentí.

— Quiero trabajar esta noche. Tengo que mantenerme despierta.

Llegamos a la puerta de mi tienda. Levanté la mirada para mirarle a la cara. No sabía muy bien qué decirle.

— Gracias por acompañarme... —estaba tan cerca de mí que mi voz fue un susurro.

— No es nada —dijo mirándome a los ojos.— Descansa.

Se dio la vuelta y marchó. Su capa escarlata ondeando a su espalda.
Mis ojos hipontizados en su figura.

PECADO | Hrathen x TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora