Capítulo Once

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No sé cuánto tiempo estuve dormida, cuando noté las llaves en el pestillo de la puerta y en breve, se hizo la luz. Sin embargo, la oscuridad volvió.
Abrí en pocos segundos nuevamente los ojos y vi que Adriel estaba ante mí con una bandeja en la mano.
―Buenos días, Mellea.
―¿Cuánto tiempo he dormido? ―le pregunté.
―El suficiente. Te quedaste exhausta después de poseerte.
Él me puso la bandeja encima de la cama e incorporándome, probé un bocado.
―¿Qué le parece mi mundo, señorita Campbell? ―me preguntó.
―Muy doloroso ―le dije―. Pero a la vez muy placentero.
―Me alegra escuchar eso.
―Pero no se volverá a repetir, señor Giuliani.
―¿Por qué motivo, señorita Campbell?
―Por qué no me gusta sentir el dolor como lo sentí ayer con esa bola puesta.
―Lo de la bola es un castigo por las bofetadas que me diste hace días. Pero también te di tu recompensa.
―Un orgasmo forzado ―dije.
―Pero uno que le gustó, ¡verdad!
Sin embargo, no le di ninguna respuesta.
Le di otro bocado a la tostada y él me acompañó para desayunar.
―Espero que después de lo de anoche tenga buen material.
Tragué el bocado y me miró volviendo a decir:
―Aunque me gustaría seguir enseñándola señorita Campbell.
―¡Enseñarme a que!
―A ser mia y ver que este mundo no es tan malo.
―No voy a hacer eso ―le dije mientras que daba otro bocado a la tostada.
Le miré y me estaba sonriendo malvadamente.
Después retiró la bandeja de encima de la cama. Donde lo puso encima del tocador.
En breve, se subió encima de la cama de nuevo y me tumbó en ella, mirándome a los ojos.
―Quítese de encima.
―No lo haré ―me respondió―. Estoy deseando de darte otro orgasmo que todo el mundo te escuchará.
Noté sus manos sobre mis muslos y me recorrió muy despacio hasta que llegó a mi sexo.
―Mellea, las dos veces que he mantenido relaciones contigo me han gustado ―me dijo―. Incluso me gustó más dominarte. Yo no te he pedido algo formal, pero si algo para divertirnos.
―Es que no quiero ser su sumisa.
―¿Por qué? ―tras su pregunta, noté que acariciaba muy despacio mi clítoris.
―Ah... ―un gemido fue mi respuesta.
―¡Ves! Esto te gusta tanto como a mí.
Hizo una breve pausa.
―Comencemos desde algo sencillo. Y si cometes un error, te castigaré.
―¿Y... ah... el anuncio? ―le pregunté mientras que el continuaba tocándome.
Él paró de tocarme el clítoris y volvió a acariciarme los muslos y me dijo:
―El anuncio puede irse al carajo. Solo tuve la intención de conocerte por que tu cara en la foto del despacho de tu padre me dijo que eras misteriosa. Y a mí me gustan los misterios.
―Entonces, era cierto lo que pensé.
Adriel dejó de tocarme finalmente y me dijo a los ojos:
―No es así. Al principio lo del anuncio era verdad como sabes. Sin embargo, tu estancia en mi casa hizo que cambiase todo. Me gustan las mujeres difíciles y misteriosas como tú Mellea. Esas mujeres me la ponen dura.
Pero no le dije nada.
―Recuerda que un amo no tan solo recibe, si no, también da.
―Me gustaría marcharme ―le dije mientras que cambiaba de conversación.
Adriel se quitó de encima y volvió a poner la bandeja encima de la cama.
―Piénsalo. Es lo único que puedo decir.
Y continuamos desayunando.
Cuando terminé de hacerlo, me fui a dar una ducha. Pues Adriel me lo permitió.
Me puse la misma ropa de la cena y después me marché de la casa de Adriel hasta mi oficina.

A media mañana, no lograba concentrarme. Ya que el hecho de pensar en los roces de Adriel me excitaba al igual que lo que me hizo la noche anterior: Al principio lo del anuncio era verdad como sabes. Sin embargo, tu estancia en mi casa hizo que cambiase todo. Me gustan las mujeres difíciles y misteriosas como tú Mellea. Esas mujeres me la ponen dura.
¡Cambió en qué sentido! Sin embargo, sus palabras seguían en mi cabeza tanto como sus roces.
Piénsalo. Es lo único que puedo decir.
Sabía que Adriel Giuliani no era Oscar. Y sabía que, si jugaba al mismo juego que Giuliani, acabaría siendo seducida por él. Y no es que el sadomaso fuera mi punto fuerte. Pero lo que viví la noche anterior, me hizo sentir un poco más viva. Sin embargo, no quería estar al mismo nivel que ese hombre.
La puerta de mi despacho sonó y después se abrió.
Vi entrar a mi madre en mi despacho con una de sus sonrisas de siempre.
Me levanté de la silla y le fui a recibir con un abrazo.
Después fuimos hasta mi escritorio y ella se sentó mientras que yo iba a mi asiento.
―¿Cómo has estado? ―me preguntó―. ¿Qué tal tu viaje por Londres?
―Bien mamá ―le respondí―. Aunque un poco corto.
―Me alegra escuchar eso.
―Quería verte y decirte que fueras a cenar. Pero Rafael me ha dicho que tienes una reunión hasta más tarde.
―Así es. Pero te prometo que será otro día.
―Vale.
Mi madre me miró a los ojos y bajé enseguida la mirada.
―¿Duermes bien?
―Si. No te preocupes.
―¿Sigues pensando en Oscar?
―No. Aunque hablé ayer con él porque papá lo vio y supo que su madre había muerto.
―¿Tu padre también te ha dicho que lo han ascendido en el cuerpo de policía?
―No me lo ha dicho. Pero tampoco es que quiera saberlo.
―Ya. Al menos fue tu única relación que valió la pena. Axel se comportó como un psicópata.
―No quiero recordar el pasado mamá. Axel fue mi primera relación y quisiera olvidar lo que pasó. Oscar solo me ayudó a salir del bache en esos cinco años. Por eso no quiero pensar más en el puto pasado.
―Vale. Pero deberías de quedar como amigos con Oscar a pesar de lo que te hizo.
―Lo pensaré. Tu ya sabes lo que opino de los hombres.
¡Hipócrita!, me dije a mi misma.
―Bueno todo eso pasará cuando conozcas al hombre adecuado.
―No hay un hombre adecuado para mí y nunca lo habrá.
O no hacía falta un hombre, pensé en lo que había pasado la noche anterior.
―Prometo que iré otro día a cenar.
―Vale.
Entonces, mi madre se levantó y volvió a darme dos besos en la mejilla.
En breve, se marchó y me quedé a solas con mis pensamientos. Incluso esos pensamientos que no quería sacar a la luz.
Después, me puse a terminar de hacer el informe. Ya que tenía que dejar de pensar en todo lo que tenía en mente.

Llegué a las nueve de la noche a mi departamento. Cerrando la puerta a mi paso.
Dejé las cosas encima de una silla y fui hasta el reproductor de música.
Comenzó a sonar La Lagrimita de Nino Vargas y Pepe Bernabé en el instante. Eso me relajó mientras que me quitaba los zapatos de tacón e iba hasta la cocina para prepararme algo rápido para cenar.
El timbre de mi departamento sonó. Por lo que tragué saliva y abrí la puerta en breve.
Me quedé sorprendida al ver a Oscar ante mi puerta.
―¿Qué haces aquí? ―le pregunté.
Su respuesta tardó en llegar mientras que escuchaba la música.
Cada vez que yo la miro se me cae la lagrimita, cada vez que yo la miro sueño con que es mia. Cuando está contigo más me muero de envidia. Porque quiero que me mire como a ti te mira...
―Es nuestra canción ―dijo finalmente.
No le dije nada.
―He venido a hablar contigo ―me dijo mientras que me enseñaba una botella de vino y comida rápida―. Prometo que no te haré nada.
―¿Hablar de qué?
―De nuestra relación. También he venido a entregarte algo más.
Le hice pasar y cerré la puerta.
―Enhorabuena por tu ascenso ―le dije mientras que caminábamos hasta el salón.
―Gracias Mellie.
Ahí, nos miramos fijamente por unos segundos y después bajé la mirada para ir a por unas copas y unos platos.
Volví al cabo de unos segundos y mientras Oscar empezó a servir una copa, yo lo hice con los platos.
―Te escucho Oscar.
―He venido a pedirte perdón.
―¿Y por qué ahora?
―Me he dado cuenta a raíz de la muerte de mi madre.
―No tengo nada que perdonar. Tu no me hiciste tanto daño como lo hizo Axel.
―La infidelidad es hacerte daño, Mellie.
―Pero lo que Axel hizo, fue mucho peor que eso.
―Lo sé.
Hicimos una breve pausa.
Después le di un sorbo al vino y picoteé de la comida rápida que trajo.
―¿Qué has sabido de él? ―me preguntó.
―Nada.
―Yo sí.
―Ya. Pues no me interesa nada de su vida. Así que no menciones nada de él.
―Vale.
Parecía que tenía algo que decirme, pero se contuvo.
En breve, él comenzó a comer y comenzamos a hablar de lo que había pasado. Donde en breve, me entregó un cheque. Era del valor de lo que había ganado en los meses que viví con Oscar. La cuenta justa.
Terminamos de cenar y de tomar vino en media hora.
Óscar terminó por marcharse y al fin me volví a quedar sola con mis pensamientos.
En breve, fui hasta la habitación y me puse el pijama de seda que me regaló mi madre en mi cumpleaños del año pasado.
En minutos, me metí en la cama y cerré los ojos muy despacio. Ya que estaba cansada, un poco dolorida y exhausta por todo lo que había pasado últimamente.

Enséñame a Ser Tuya (Pasos De Acero #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora