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El peliverde observaba sentado a un lado como la lluvia golpeaba constantemente la ventana arropado en mantas para no pasar frío, pues sabía que cuando se enfermaba de la gripe, esta siempre subía a fiebre. Desde pequeño siempre se enfermaba, a pesar de nacer y crecer en la capital, donde nieva todo el año, no desarrolló la gran resistencia al frío que caracterizaba a la gente de ahí y al verse amenazada su salud si se quedaba, se mudó a Tereida al cumplir los 17. 

Su madre aún vivía en la capital pues estaba acostumbrada al frío y si se mudaba con él le podía dar un choque de calor.

Tomó una cucharada del caldito que le había preparado Tsuyu el día anterior. Estaba rico. un poco espeso pero era la textura que le gustaba, las verduras estaban bien cocidas y-

—Puuff, ay, kion —había mordido un trocito de kion que se hizo pasar por papa. Bueno, le ayudaría en caso de un resfriado.

Se le antojaba algo dulce, pero no podía salir a comprar, se podría enfermar y de todas maneras seguro habrían cerrado las tiendas por la lluvia.

Así que se mató la mente imaginando cosas ricas.

Okonomiyaki.

Taiyaki.

Teriyaki.

Dango.

—Ahora que recuerdo... pedimos para llevar

Como ya habían comido solo tomaron algunas cosas y la mayoría para llevar. 

La bolsa de papel estaba en la mesa.

—...

Rápidamente se levantó con el plato vacío en mano y se dirigió a la cocina. 

Si, Izuku era un goloso y la falta de cosas que hacer —no habían trabajos ni clientes para atender  tampoco— lo llevaba al antojo.

Lavó el plato —no dejaba que se acumularan las cosas sucias— y se volvió a encerrar en su cuarto con la bolsa de dulces.

Se arropó en la cama sentado, agarró una de sus libretas para ver los apuntes que había hecho y se dispuso a comer una brocheta de dangos. 

—...no hay jarabe para bañarlos —comentó con tristeza para sí mismo. Suspiró— algo es algo

Hojeó página por página mientras comía rememorando el cómo había conseguido la información escrita, escuchando anécdotas y observaciones de Uraraka, Tsuyu y Kacchan, los chismes del pueblo, experiencia propia, como cuando se dispuso a probar que tan poderosos eran los jugos gástricos de una planta carnívora.

Llegó a la última página y cerró la libreta, en su mano ahora se encontraba un merengue verde limón a medio comer. Paseó su vista por la habitación.

Silencio.

Todo estaba en silencio y era aburrido. 

Su mirada se posó en su mesa donde se hallaba el jarrón con las flores que le había dado el cenizo.

¿Tendrán agua?

Se levantó dejando la libreta a un lado y el merengue dentro de la bolsa de papel para asomarse a ver si el agua del jarrón se había agotado o no.

Estaba bien, tenía la cantidad perfecta de agua para todas ellas. 

Se quedó observándolas.

Farolillos, las primeras que recibió.

Las que expresaban el agradecimiento. Por cuidarlo cuando fue hechizado y ayudarle a transformarse de nuevo.

Violetas de Parma. Una solicitud de amor.

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