Epilogo

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Cristian

Decir que soy feliz, era quedarse corto.

Después de haberle confesado a Vivían de mi Gran idea, donde pensé que la perdería, todo fue mejorando.

No solo había sido el día con más miedos y terror que había sentido en mi vida. Pensar en perderla me hacía perder la cabeza. Cuando ella me dijo que ya estaba enamorada de mí y aceptaba ser mi esposa todo cambio, todos esos miedos desaparecieron y se convirtieron en felicidad.

Pensé que nada haría que esa fuera la mejor noticia hasta que mi madre y mi tía les insistieron a las chicas en hacerse una prueba de embarazo, siendo el resultado positivo para ambas.

Ese día grité, lloré y me fui corriendo por la playa como si celebrara un gol de victoria.

No fui el único, ya que Fabián y nuestros padres se nos unieron mientras las mujeres nos miraban entre risas y lágrimas, viéndonos correr y bailar con las manos extendidas. Después fui donde mi mujer y la llevé a nuestra habitación donde le hice el amor despacio, despacito y al final de la noche la senté en mis piernas con nuestra familia alrededor de una fogata a la luz de la luna y las estrellas.

Lo más asombroso de todo esto es que mi chica y mi hermana estaban embarazadas y al final tuvieron los bebés el mismo día. El sueño de mi madre y de mi tía era no solo de tener una gran familia, sino de tener alguno de sus hijos el mismo día. Pues sus hijas lo cumplieron.

Estábamos en el almuerzo familiar, conversando y planeando los últimos detalles, ya que nuestras mujeres, a pesar de llevarse tan solo una semana, ya estaban a punto de parir. Fabián y yo estábamos con la paranoia y no dejábamos de vigilar a nuestras esposas y la primera en romper fuente fue mi mujer.

―Iré por un poco de agua―Se levanta y yo hago lo mismo.

―Déjame traerlo a mí, tú quédate quieta―Mi esposa rueda los ojos, no puedo evitar ser sobre protector con ella y más ahora que lleva a nuestra princesa dentro de ella.

―Caminar hasta la cocina no ve...―Sus palabras se cortan y mira hacia abajo ―Creo que me acabo de hacer pis―Observo hacia abajo y veo el piso mojado.

―Cariño, eso no es pis, es que has roto fuente―Dice mi suegra acercándose.

―¿Qué?―Decimos mi esposa y yo.

De inmediato todos se levantan de la mesa y empiezan a correr de un lado a otro. Mis padres le toman de la mano para que camine y yo me quedo en shock, en blanco, en el mismo sitio.

―¡Cristian! Mueve tu culo que tú...―Mi hermana deja de hablar y mira hacia abajo ―Ups, creo que yo también me hice pis―Señala el piso.

―¡Vamos a tener nuestras hijas el mismo día!―Dice Vivían levantando la mano para chocar las cinco con mi hermana.

En ese momento los gritos se hicieron más agudos y Fabián y yo empezamos a correr con nuestras esposas. Al llegar al hospital le dieron habitación a cada una, pero ellas insistieron que debían estar un lado de la otra y después de insistir y ellas amenazar en no parir a nuestras hijas y mi amigo y yo debimos amenazar al personal médico y dos horas después compartimos habitación con mi hermana y Fabián.

Escuchar los gritos de mi hermana y los gritos de mi esposa es algo que me va a atormentar toda la vida. Algunas noches me levanto lleno de sudor y de pánico y vuelvo a respirar al verla durmiendo tranquila a mi lado.

Después de eso todo ha sido perfecto. Aunque tenga discusiones con mi mujer, hay momentos buenos como él reconcilia. A veces pienso que a mi mujer le encanta pelear conmigo para llegar a la parte final. Lo bueno es que disponemos de niñeras y no hablo solo del servicio, nuestros padres discuten en ayudarnos a cuidar a nuestra pequeña y sobrina.

Las princesas de la casa tienen dos años y tres meses.

Hoy nos encontramos vigilando a nuestras pequeñas Zuleima y su prima jugando en el castillo que construimos junto con los hombres de la familia. Un castillo de dos pequeños pisos, con resbaladero a un lado y una puerta en el medio pintado de rosa. Mi pequeña sobrina Neris tiene uno igual en su casa.

Ósea, la casa de al lado.

―¡Llegamos!―Grita mi esposa llamando nuestra atención.

―Ya íbamos a ir a buscarlas ―Le digo y me levanto a abrazarla y a besarla.

―Qué exagerado eres, apenas salimos hace unas horitas.

―Salieron desde esta mañana y son las cuatro de la tarde, así que no digan apenas unas horitas―Dice Fabián tratando de sonar molesto.

―Nos demoramos porque les estábamos comprando unos regalitos―Dice mi hermana.

Los ojos de Fabián se llenan de brillo y aplaude como niño pequeño.

Ruedo los ojos y observo a las chicas sacar pequeños paquetes envueltos de papel de regalo y se lo pasa primero a nuestros padres y luego a Fabián y a mí.

―¿Qué es esto?―Pregunta mi suegro moviendo el paquete tratando de oír lo que hay dentro.

―Ya lo van a saber, pero deben abrirlo todos al mismo tiempo― Frunzo el ceño y mi padre empieza a destaparlo.

De inmediato todos lo hacemos y me quedo mirando una pequeña varita en mis manos.

―¿Esto es lo que creo que es?―Pregunta mi madre.

Observo que todos tienen una misma varita al igual que la mía y al darle la vuelta veo dos rayitas rosas. Mis ojos se abren, recuerdo que así se ve una prueba de embarazo.

―¿Pero quién?―Pregunta mi suegra ―¿Cuál de las dos está embarazada?.

Me levanto de un salto y miro a mi esposa esperanzado que diga que es ella.

―¡Las dos!―Gritan Janeth y Vivían al mismo tiempo.

Me acerco y abrazo a mi esposa llenándola de besos. Miro por un momento a mi amigo que está haciendo lo mismo con su esposa.

―¡Lo hicimos de nuevo!―Gritamos y chocamos las cinco.

Nuestra familia ríe y nuestras pequeñas se acercan con curiosidad mientras todos nos abrazamos y celebramos esta maravillosa noticia.

Fin.


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