CAPITULO 5

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Park Jung Min estaba cegado de euforia. Después de cuatro semanas, por fin, había logrado convencer a la asistente de su madre de que tuviese una aventura con él.

La querida señorita Yan era una mujer casada de treinta años a la cual le gustaba aparentar recato y sumisión. Era conocida por todos debido a la importancia de su trabajo, y reconocida por su asombrosa capacidad de adaptarse a las preferencias de cada uno de sus jefes. Nunca hablaba de su vida privada en el trabajo, jamás se quejaba de nada y le desagradaba la idea de involucrarse en chismes de pasillo. Eso fue precisamente lo que hizo más emocionante su conquista para Jung Min; El saber que involucrarse con él iba en contra de todos sus principios. Y orillarla a romper su promesa de fidelidad hacía su esposo.

- Deberíamos... dejar esto... para... la noche - opinó la asistente mientras recibía los apasionados besos de Jung Min con el entusiasmo de una adolescente. Para él fue decepcionante darse cuenta de que, a su edad, la señorita Yan no supiera corresponderle los besos. Ya se imaginaba el tipo de marido que tenía la pobre que ni siquiera le enseñaba a disfrutar de algo tan sencillo. Probó cambiando el ángulo de sus labios y esta vez no le desconcertó la respuesta que recibió.

La asistente alejó su rostro del suyo y apoyó la cabeza contra la pared. Su respiración agitada e irregular, su exuberante pecho subiendo y bajando con cada una de sus trabajosas inhalaciones.

- No puedo esperar - Jung Min apretó el pecho de la asistente con una de sus ansiosas manos. Sintió, a través de la tela de la camisa, como su pezón se contraía y endurecía bajo su contacto. Esto ayudó a que una parte de su propia anatomía se endureciera - Te deseo.

- Yo también lo deseo - envolvió la mano de Jung Min y lo instó a que aumentara la presión de su pecho. Cerró los ojos y soltó un gemido de placer - Me da miedo que nos descubran.

Ser descubiertos era más probable de lo que Jung Min podía reconocer en ese momento. Se encontraban escondidos en un armario de limpieza. En cualquier instante alguno de los conserjes requeriría aditamentos para continuar con su trabajo y los hallarían a ellos haciendo cosas indebidas sobre la mesa de esa andrajosa habitación. O contra la puerta o los anaqueles de madera repletos de botellas de detergentes. Se le ocurrían un sinfín de opciones en la cabeza, se ponía creativo durante sus recurrentes sesiones de sexo y se mostraba encantado de poder instruir a sus compañeras.

Solamente necesitaba tiempo, espacio y que su pareja no encontrara otro motivo para resistirse.

- ¿Te sentirías más tranquila si lo hacemos en mi oficina?

- ¿Se refiere a la oficina de la directora Park?

Jung Min sonrió con malicia. La directora Park nunca se enteraría, pero el recuerdo de haberse tirado a su asistente sobre el escritorio de su madre sería una anécdota divertida para contar a sus amigos.

- Esa misma.

- No lo sé - contuvo el aliento cuando él le acarició las caderas por debajo de la falda - Hay una cámara afuera de su oficina, cualquiera que nos vea entrar sabrá exactamente lo que vamos a hacer.

- ¿De verdad lo haremos? - él comenzaba a impacientarse, y a cuestionarse si valió la pena todo el esfuerzo que deposito en su conquista - Estoy comenzando a creer que te estas arrepintiendo.

- Solo quiero decir que si su madre se entera que lo seduje me echara a la calle.

Le fue inevitable reírse ante la idea de ser seducido por una mujer como esta. La secretaría Yan no era fea, pero si más simple que común. Se encaprichó con ella por el desafío de corromper a una mujer incorruptible. Hyun Joong tuvo razón al decirle que entendía el carácter de los estudiantes porque a él le encantaba jugar a los mismos juegos. La diferencia estaba en que con los años las mujeres se volvían más precavías, lo que conllevaba a un aumento en la dificultad. Lejos de eso, la satisfacción de salirse con la suya era igual de excitante.

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