Capítulo 7: Tercera Noche

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97 HORAS ANTES

Alek arrancó el cartel de un manotazo e hizo un bollo.

—¡No hay nada que ver aquí! —gritó. Les ofreció a todos esa sonrisa cautivante que le daba un don de gentes, una que no se veía mucho desde el comienzo del juego—. Todo está bien, vuelvan a sus casas antes de que anochezca.

Las personas solían reaccionar ante el carisma de Alek, pero esta vez se lo quedaron mirando. Impaciente, se dio vuelta, con Ángela agarrada del brazo, y entró sin cruzar palabra con nadie más. Lanzó el bollo contra la mesa, como descargando el enojo en ese movimiento de brazo. Ángela recogió el papel, preocupada, mientras Alek respiraba lentamente para calmarse.

—Tenemos que esconderte.

—Yo no voy a esconderme en ningún lado —Ángela levantó la vista del papel con un movimiento tan brusco que le dolió el cuello—. Me quedé para jugar.

Él jugó con la manga de su camisa, desabrochando y volviendo a abrochar el puño. Se mordía el labio, apoyado de espaldas contra la mesa, como si quisiera decir algo, pero no supiera cómo. El silencio se extendió. Ángela se le acercó y le agarró la muñeca para que deje de mover las manos.

—Ya sé que no te gusta oírme decir que me quedé a propósito —susurró. Era muy baja como para juntar sus frentes sin que él se inclinara. Se decantó por apoyarse en su pecho, de la misma forma que hacía para dormir—. Dime qué estás pensando.

Él siguió sin hablar, pero le acarició el corte en el rostro, que apenas empezaba a sanar. Pasó los dedos callosos por la piel irritada, muy suavemente, temiendo causarle dolor. La sintió tibia. La mano le tembló un poco cuando percibió la fina línea de piel abierta.

Alguien tocó la puerta. Ángela maldijo por lo bajo y espió quién era, corriendo solo un poco la cortina.

—Es Maeve.

Alek empezó a decirle que no la dejara pasar, pero ella abrió la puerta antes de que pudiera terminar la oración. Maeve entró con una sonrisa tímida. Alternó la mirada entre ellos dos y el piso, y se tomó las manos detrás de la espalda. Un mechón oscuro le cubría parte de la cara. Ángela tuvo la sensación de que estaba tan tensa que no quería levantar la mano para correrlo.

Alek se irguió, con los brazos cruzados delante del pecho, y la miró con una ceja levantada.

—Di lo que viniste a decir o márchate. Estábamos conversando.

Ambas se lo quedaron mirando, impactadas por la diferencia entre el Alek carismático que habían visto afuera, y el hombre severo que las miraba en aquel momento. Maeve pareció aún más trabada, como si la lengua le resultara demasiado pesada para moverla y hablar.

—Maeve —Ángela intentó llamar su atención con un tono más tranquilo—, ¿qué quieres?

La chica se quebró cuando miró a Ángela a los ojos.

—Tienes que perdonarme por votarte antes. Laika, Laika me dijo todo tipo de cosas, que te había visto salir, y yo... —dejó la frase en el aire por un momento, moviendo las manos como para atrapar las palabras que le faltaban—, me dolía mucho pensarlo, pero si eras un Lobo, era lo más responsable. Lo siento tanto.

—¿Con qué derecho vienes aquí...?

—Déjame, Alek —interrumpió Ángela, sin dejar de mirar a Maeve—. Si era tan obvio que yo era un Lobo y que matarme sería lo más responsable, ¿por qué no viniste a hablar conmigo? Para decírmelo de frente, al menos, ya que llevamos una amistad de tantos años. ¿No crees que soy alguien responsable?

LUPUS I - A los Lobos les gusta jugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora