Capítulo 16: Noctis Finalem - Amara Ruinam

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CUARENTA MINUTOS ANTES

"Temer se debe solo a aquellas cosas que pueden causar algún tipo de daño;mas a las otras no, pues mal no hacen."

Dante Alighieri, La Divina Comedia, Canto II, versos 88-90.

Se sacó la capa; de repente sintió un calor en el cuerpo, un impulso de descubrirse, de dejar que la vieran. Se arremangó el vestido y observó la cicatriz rojiza, sus letras de sangre, su carta. A esa altura no le preocupaba la pena por mostrar su símbolo. Ya no había mayor castigo. A decir verdad, la traición le dejaba un regusto dulce en la boca. Después de sufrirla, se envalentonaba, y la sangre y las sonrisas falsas no le hacían tanta mella. Sintió el impulso de un ardor interno, en el corazón, una fuerza desconocida. Pero no se puede confiar en la osadía que brinda la traición, pues es cruel y desenfrenada, tan apasionadamente destructora que carece de retorno.

Trató de calmarse. Respiró hondo, y el mundo pareció ralentizarse por un momento. La luna ya asomaba y a Ángela le pareció más blanca y brillante que nunca. Podría haberse quedado una hora, o tres, embelesada con su luz, y no se habría dado cuenta. Recordó todos aquellos rostros entre la multitud de Captionem, el día de la fiesta, felices por haber pasado otra luna llena sanos y salvos. Aquel día había visto decenas de rostros sonrosados por el alcohol y riendo escandalosamente. En ese momento no eran más que caras. Simples personas que llenaban el pueblo y no significaban nada, extras, relleno. Pero ahora cada una de esas imágenes en su memoria estaba tintada con la presencia de una víctima, un cuerpo, un Lobo, un asesino.

Recordó una vez, antes de que el juego comenzara, en que Lev le dijo que siempre sería la amiga, enemiga, amante y cazadora en la historia de alguien. Una sola persona podía llenar todos los roles, según quién lo mirara. En ese entonces no había sabido dimensionar lo que significaba eso. Todos habían cometido traición. No estaba segura de haberla cometido ella misma, pero si no lo había hecho aún, lo estaba por hacer.

Se clavó las uñas en las palmas y comenzó a caminar hacia la casa de Black. De a poco, iba quebrando la muralla que ella misma había construido con su negación, y entendía cada vez más. Pero todavía algunas cosas estaban en negro. Levka era el mayor de los enredos. ¿Sabía que Alek era el Lobo? ¿Qué significaba la predicción que había hecho justo antes de morir? Había saltado a un río y muerto congelado. Tenía que haber estado muy convencido de algo para aceptar un destino como ese. A Ángela no se le ocurría nada para que tal cosa valiera la pena. Cuando sentía que la solución del acertijo estaba tan a su alcance como el filo de una daga, esas preguntas volvían a nublarle la mente.

Estaba casi frente a la casa de Black cuando algo hizo clic en su cabeza y se detuvo súbitamente: Lisbeth había estado a punto de morir en aquel Juicio por una simple razón. Era ajena al grupo de sobrevivientes. El propio Alek lo había dicho. Todos los que quedaban vivos eran amigos y miembros de la Alianza, y después estaba Lisbeth, sola. Hasta Levka lo había explicado, "morirá de todas formas", como si fuera un simple objeto. Lev sabía que Alek era el Lobo y que, si moría Lisbeth en ese Juicio, luego iría por la siguiente persona menos cercana a él. Esa persona era Black. Ahora las palabras de Lev cobraban sentido, el razonamiento era tan simple que Ángela se odió por no haberlo visto. Y odió también el dolor intenso que se le extendió por el pecho al entender que Levka se había sacrificado para evitar que Alek tuviera que tomar esa terrible decisión. Lev, que había dirigido la Alianza como si fuera un tablero de ajedrez, lo sabía todo. Y había acomodado las piezas con mucho cuidado para que se produjera ese final. Ángela se puso una mano en el pecho y trató de contener una lágrima mientras se daba cuenta de que, a pesar de lo terrible, ella habría elegido ese mismo final si hubiera estado en sus manos.

LUPUS I - A los Lobos les gusta jugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora