Capítulo 1: Fuera de lugar

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Kinu no se sentía cómoda en aquel abrazo entre Helena y sor Lucía. Su mente no estaba en el momento presente, sino que se perdía en el pasado con cada rincón que observaban sus ojos azules. Tener que dejar atrás el lugar que había sido su hogar los últimos siete años era doloroso. Ya se había despedido de uno, no quería hacerlo de nuevo.

Un fuerte apretón por parte de Helena la devolvió a la realidad. Las manos de la muchacha se le clavaron en las costillas. Cuando miró hacia ella, descubrió que tenía el rostro enrojecido por el llanto, y quizás también por el esfuerzo que estaba realizando con aquel abrazo.

En el hospicio reinaba el silencio. La escasez de muebles, el parqué rayado y la sábana blanca sobre el viejo sofá dotaban al lugar de un aura mucho más triste de lo que había sido en realidad. Las demás monjas no se encontraban ahí. La mayoría ya se habían ido al convento, así que no tuvieron que perder más tiempo con las despedidas.

Kinu lo agradeció. Odiaba las despedidas.

Aquel día el cielo no se había teñido de gris, y cualquiera en esa triste ciudad lo habría agradecido. Kinu observó el panorama desde la ventana del cuarto que compartía con Helena, mientras ella la esperaba junto a la puerta con la mochila de clase y el viejo macuto que usaba como maleta.

Quien viera a la joven de cabello corto y castaño pensaría que era una muchacha flacucha y endeble como otras tantas, quizás un poco más desaliñada que la media y con dificultades para concebir el sueño, a juzgar por las ojeras que enmarcaban sus ojos rasgados. Lo que la gente no sabía era que a su alrededor siempre rondaban criaturas que le impedían dormir con tranquilidad. Nadie más que ella las percibía. Ni siquiera a la pequeña acompañante antropomorfa de ojos saltones y oscuros que solía revolotear a su alrededor.

—¡Como no os deis prisa, vais a llegar tarde! —exclamó la feérica con voz chillona y autoritaria.

Lin apoyó sus diminutos y peludos pies sobre el cabecero de la cama y clavó sus enormes pupilas en la joven, impaciente, como si de ese modo pudiera hacer que fuera más rápido. Dejó caer las alas hacia atrás. Parecían una capa de hojas secas a juego con su piel, del mismo color que la madera de nogal.

La chica la miró de reojo y suspiró antes de coger sus cosas. Las tres salieron de la habitación, dejando atrás los dos somieres y la mesilla que quedaban en ella. Todo lo demás se lo habían llevado las monjas, y lo poco que quedaba en el hospicio se había cubierto con sábanas viejas.

Sabía que tendría que abandonar aquel lugar tarde o temprano, pero no esperaba tener que hacerlo tan pronto, ni porque fuera a cerrar. Como tampoco esperó que cruzar el umbral con el saco sobre el hombro fuera a generarle un nudo en la garganta y ganas de llorar.

—¿Qué tal estás? —preguntó Helena.

Ambas habían encontrado asiento al final del metro y Lin descansaba en la capucha de la sudadera de Kinu. Ninguna había pronunciado palabra en todo el trayecto.

—Me duele la cabeza.

—Me refería a...

—No —cortó—. Solo salí a tomar el aire.

Esa misma noche Kinu se fue del hospicio y regresó con las botas llenas de barro. Helena la había escuchado llegar de madrugada y percibió el olor de la tierra. Esa misma mañana le había visto una nueva herida en el brazo y varios moratones.

La chica de pelo castaño tomó aire y añadió, casi en un susurro:

—Tengo la sensación de que se acerca algo.

Hubo un breve silencio entre ambas. El traqueteo del vehículo hacía vibrar los asientos.

—Me gustaría poder ayudarte.

Portales en la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora