Kinu estaba sentada frente a la directora, que la observaba fijamente a través de las gafas, con las manos enlazadas bajo la barbilla. La sala de profesores era grande y no había nadie más en aquel momento, por lo que era un buen lugar para reunirse mientras el despacho de la señorita N'Diaye continuaba en obras.
Era primera hora de la mañana. Cualquier otro domingo Kinu no se habría molestado en madrugar, pero ese día era diferente, o más bien lo había sido la noche anterior.
Su mente hizo un repaso rápido de cómo se habían desarrollado los acontecimientos: primero, Víctor las invitó a ella y a Helena a salir con él y su grupo de amigos en Halloween; acabaron en Castro Faoo, donde había vivido con sus padres y ahora era un pueblo fantasma lleno de almas en pena buscando la paz; después vino la sesión de ouija en la que alguien o algo les advirtió del peligro y a continuación revivió un recuerdo de su niñez; ipso facto, salió corriendo hasta su antigua casa —o lo que quedaba de ella— tras sentir la presencia de aquella que decía ser una shaitaan y, finalmente, después de que la criatura le propusiera un trato para conseguir el reloj, huyó, y ella se topó con la directora. N'Diaye le había preguntado qué hacía allí. A Kinu le habría gustado preguntarle lo mismo. La directora le pidió que abandonaran Castro Faoo y que no regresaran demasiado tarde a las residencias, que a las doce y media se cerrarían las puertas del centro. También le advirtió de que hablarían sobre lo ocurrido a la mañana siguiente.
—Entonces dices que esa cosa que sentiste te dijo que era una shaitaan, que busca un reloj y después se evaporó —dijo la directora, tal vez porque repitiéndolo ella misma le sonaba más creíble. Kinu asintió con la cabeza y la directora se recostó pensativa sobre el respaldo de su silla—. Y... ¿sabes qué son los shaitaan? —La alumna negó con la cabeza. La directora se acarició la mejilla—. ¿Por qué puedes ver y hablar con esas cosas?
Kinu parpadeó perpleja.
—¡Eso mismo me pregunto yo de usted desde ayer!
La directora arqueó las cejas ante la respuesta. Parecía sorprendida. Si se había enfadado por el tono de la alumna, sabía disimularlo bien. Kinu agachó un poco la cabeza. Se había pasado la noche cavilando sobre qué podía ocultar la directora, si era un demonio y docenas de teorías más.
De repente, Niara esbozó una sonrisa de complicidad y respondió con voz amable y cálida:
—Puedo verlos porque soy una bruja.
La muchacha fijó su mirada en ella, incrédula, con la mandíbula desencajada. Había visto monstruos, había visto fantasmas, había visto incluso duendes robando objetos, pero jamás se le había pasado por la cabeza creer en brujas. Al menos no más allá de las que dicen predecir el futuro echando las cartas.
—Y... ¿qué tienen que ver las brujas con los dem... —se mordió la lengua para no terminar la palabra— con esas cosas?
La directora se rio suavemente. Kinu no entendía qué tenía de graciosa su pregunta.
—Las brujas tenemos una sensibilidad especial —explicó—. Algunas nacemos con ella, otras nos entrenamos durante años para desarrollarla, como fue mi caso. Gracias a ella podemos ver y sentir cosas que otros no.
Kinu guardó silencio mientras digería la información. Entonces otra pregunta cruzó por su mente.
—Pero ¿puedes hacer magia?
La directora se rio de nuevo.
—Según lo que entiendas por magia. —Volvió a apoyar los codos sobre la mesa—. No puedo lanzar bolas de fuego ni volar en escoba, si es lo que quieres saber.
La alumna enrojeció. Por un momento le había parecido genial que su directora volara en escoba.
—Yo ya he respondido. Ahora te toca a ti.
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Portales en la niebla
FantasyUna joven que se verá obligada a redescubrir su pasado... y a sí misma. Durante eones, las criaturas del otro lado han convivido con nosotros en secreto. Pero algo ha ocurrido y las más peligrosas vagan ahora libres por nuestro mundo, aunque nadie p...