Las obras de la piscina avanzaban lentas. Al parecer los daños habían sido mayores de lo esperado, así que las clases de educación física se impartían ahora en el campo de atletismo del exterior, lo suficientemente amplio para que dos clases pudieran ejercer la materia sin molestarse mutuamente. Esto solo era posible cuando el clima lo permitía; en otras ocasiones se vieron obligados a compartir el gimnasio, y Kinu comprobó de primera mano que era mucho más incómodo. Sentía más de cerca todas las miradas que se posaban sobre ella, oía los cuchicheos entre los alumnos. No era ningún secreto que ella había estado ahí durante el derrumbamiento, y de repente su persona había despertado un gran interés. Pero, de entre todas las miradas, había una que le resultaba especialmente molesta, pues ni siquiera se molestaba en disimular. Durante el mes que duraron las obras, una vez por semana, sus ojos se cruzaban con otros, descarados, verdes y profundos, como un bosque de acebos.
Un día lluvioso su paciencia llegó al límite y, mientras Helena se aseaba en los vestuarios al final de la clase, Kinu lo siguió hasta la salida del edificio, lo agarró por la muñeca y lo arrastró a una zona más alejada, donde los alumnos que entraban y salían del recinto no los molestasen.
—¿Cuál es tu problema? —le espetó Kinu de repente, cruzándose de brazos.
—¿Qué?
—Llevas semanas observándome sin parar durante las clases. Y no me digas que me lo estoy imaginando.
—No te lo imaginas.
—¡Ajá! Entonces confiesas. Bien. —Se elevó sobre las puntas de sus pies todo cuanto pudo y se inclinó hacia él, decidida y con los ojos entrecerrados. A pesar de sus esfuerzos, no consiguió ponerse a su altura—. Pues, dime, ¿por qué? ¿Acaso tengo monos en la cara?
—No. Es solo que tu amiga y tú me resultáis... interesantes —explicó, azorado—. Sobre todo tú. No sé, me pareces tan diferente. Supongo que es pura curiosidad. Siento haberos incomodado.
—¿Diferente? —preguntó arqueando una ceja. Desde luego era diferente, pero estaba segura de que no se refería a sus habilidades—. ¿Qué coño quieres decir con eso?
—¿Cómo? —preguntó perplejo.
—¿A qué demonios te refieres con eso de que soy diferente? —El muchacho, si tenía intención de contestar, se había quedado en blanco, con la boca entreabierta—. ¿Es que acaso soy mejor o peor que otras chicas?, ¿es eso?
—Sí... —La mirada de Kinu se le clavó punzante y sintió un escalofrío. Titubeó antes de ser capaz de corregir su respuesta—. ¡No lo sé!
—Tienes algún tipo de fetiche con las asiáticas, ¿verdad? Te van los ojos rasgados y las pieles amarillentas. —La muchacha se apartó. Giró la cara y encogió el rostro en una mueca de desagrado. Miró al joven por el rabillo del ojo—. Ya me he topado con otros como tú. Sois asquerosos. —Había estado tentada de escupirle a los pies, pero logró contenerse.
—¿¡Qué!? ¡No! Oye, déjalo, ¿vale? —dijo avergonzado, tratando de poner fin a esa situación—. Lo siento, he dicho una estupidez, solo quería hacerte un cumplido —explicó.
—Pues lo has hecho de pena.
—Ya lo veo.
El chico se pasó una mano por el cabello negro despeinado. Guardaron silencio unos segundos mientras la lluvia los empapaba. Kinu dedujo que la conversación había acabado, así que se dispuso a volver con Helena, pero la voz del muchacho la detuvo.
—Me llamo Víctor —dijo estrechándole la mano. Ella lo miró con desconfianza.
—Yo, Kinu. Aunque probablemente ya lo sabes, estoy en boca de todos.
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Portales en la niebla
FantasyUna joven que se verá obligada a redescubrir su pasado... y a sí misma. Durante eones, las criaturas del otro lado han convivido con nosotros en secreto. Pero algo ha ocurrido y las más peligrosas vagan ahora libres por nuestro mundo, aunque nadie p...