Capítulo 10: El velo

6 0 0
                                    

Víctor caminaba por los jardines del Hipatia en dirección a la residencia femenina, mientras observaba el par de pequeños objetos que tenía en la palma de su mano.

—¡Hola, Helena! —dijo hablando consigo mismo—. ¡Qué casualidad! Precisamente te estaba buscando. No —corrigió—. ¡Hola, Helena! Yo... quería darte algo: las vi en la tienda y me recordaron a ti. —El muchacho vaciló y entornó los ojos, mirando los coleteros de su mano—. Hola, Helena, me recuerdas a unos coleteros —dijo haciendo burla de sí mismo. Se llevó la mano a la frente, con gesto desesperado. ¿Por qué era tan difícil encontrar las palabras correctas y no ponerse nervioso?

De pronto sintió un escalofrío y alzó la vista. No lo había notado antes: una niebla densa, casi opaca, lo había cubierto todo. Aquello le pareció extraño, todo parecía apuntar a que ese día gozarían de buen tiempo y ni siquiera había visto llegar la niebla. Sorprendido, siguió caminando hacia su destino. Y, tras unos cuantos pasos, Víctor miró a su alrededor y tuvo la extraña sensación de que no había avanzado. La piel se le puso de gallina, tenía más frío de lo habitual. Siguió caminando. De nuevo parecía estar en el mismo lugar, inmerso en aquella bruma blanca, cada vez más densa.

Se asustó, lo admitió para sí mismo. Quería volver a sentir que sus pasos iban hacia algún lugar, aquello era desesperante, ni siquiera podía ver qué tenía delante. Totalmente desubicado, cambió de dirección. Echó a correr sin rumbo y la densidad de la niebla se hizo más tenue, dejándole ver la fuente del cruce de caminos. En ella estaba Helena, sentada en el bordillo de piedra, con el uniforme y el abrigo del colegio. El chico sonrió y se relajó al verla allí.

—¡Helena! —saludó él. La muchacha alzó sus ojos verdes hasta que sus miradas se cruzaron. Entonces sonrió.

—Hola, Víctor.

El joven se acercó a ella, y en seguida lo invadió un aroma dulce que le recordaba a la canela y a la miel.

—¿Colonia nueva? —comentó para romper el hielo, a pesar de que Helena nunca le había olido a nada en particular.

—Tal vez —respondió con tono enigmático—. Quizás si te acercas más puedas apreciarlo mejor.

Víctor tragó saliva, sonrojado. No se había esperado una respuesta así, pero hizo lo que le dijo y se sentó a su lado.

—Bueno... yo —comenzó él—. Te estaba buscando, en realidad.

La chica se acercó más a él y colocó una de sus manos sobre el muslo del joven. Él no lo vio venir, demasiado concentrado en lo que quería decirle. Su cuerpo entero se tensó al notar el contacto y, al mirarla, descubrió picardía en su sonrisa, ante la cual Víctor no pudo evitar enrojecer más y apartar la mirada.

—Ve-verás —balbuceó él—. He-he encontrado esto en una tienda y-y pensé que quizás te gustaría. —Iba a enseñarle los coleteros que tenía en la mano, pero de pronto notó cómo la mano de la chica le acariciaba la entrepierna y él se puso en pie de golpe, sobresaltado—. ¡Eh! ¡Eh! ¡¡Espera!! Helena ¿Qué haces?

Su visión se nublaba, le pareció estar a punto de desmayarse. El aroma dulce invadía sus sentidos y lo atontaba. Al mirar a su alrededor, las escasas formas entre la bruma se le antojaban difusas, lo único que distinguía era a la chica que estaba frente a él.

—Creía que era lo que querías, Víctor —dijo ella poniéndose en pie.

—¡No! Bueno, sí, un poco, supongo. ¡Pero no así! Es decir...

Helena puso un dedo sobre sus labios, rogándole silencio. Entonces se pasó la lengua por los suyos, para humedecerlos y, lentamente, sin dejar de mirarlo a los ojos, acercó su rostro y su cuerpo a los de él.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 07 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Portales en la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora