Capítulo 8: Una noche movidita

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Los días habían pasado sin mayor contratiempo. Kinu por fin regresó al Hipatia, en compañía de Lin, y se reincorporó a las clases. Helena la recibió con los brazos abiertos, al igual que Víctor y Sam, alegres de volver a verla y disculpándose por no haber ido a visitarla.

—Lo prefiero así —respondió ella ante las palabras de los chicos—, no tenemos tanta confianza.

—Nunca se tiene suficiente confianza para ver a nadie en camisón de hospital —corrigió Sam—. A mí me lo pusieron cuando me operaron de apendicitis. Toda mi familia vino a verme. —Se estremeció—. Fue horrible. Un camisón que no te tapa el culo: ¡te quita la poca dignidad que puedas tener!

Después de ponerse al día, anotar unos cuantos exámenes en la agenda y un par de clases extra con Helena, llegó el fin de semana. Por primera vez en mucho tiempo, Kinu durmió hasta las doce y media; hora a la que la despertó su compañera, no sin cierto resentimiento, para que se preparase para ir a comer.

Se dio una ducha fría y se puso unos pantalones de chándal negros, camiseta morada, sudadera blanca y su cazadora vaquera forrada con borreguillo varias tallas más grandes de la que necesitaba. Helena, por su parte, se había puesto un vestido azul grisáceo de punto con medias gruesas, botines, abrigo y bufanda. No era un largo camino hasta el comedor del edificio principal, pero la rubia detestaba pasar frío. Lin, por otro lado, prefirió quedarse en la habitación para continuar descansando el ala, pues aún no se sentía con fuerzas para volver a volar.

Una vez en el comedor, fueron interceptadas por Sam, que enseguida las invitó —o, mejor dicho, arrastró— a sentarse con él y el resto del grupo. Sorprendentemente la mirada de Rachel no fue tan severa en aquella ocasión. Las observó con cierto desdén durante un segundo y se volvió para continuar hablando con Luis y Ana.

—Entonces —comenzó Sam, mientras dejaba sus cosas en la mesa y se sentaba—, ¿cuáles son los planes para hoy?

—Estudiar —respondió Rachel apoyando la barbilla en la mano— de cuatro y media a seis y media.

—Bien. ¿Alguna respuesta que no dé ganas de cortarse las venas?

—¿Y si vamos al zoo? —propuso Ana, entusiasmada.

—¿Al zoo? —exclamó Héctor—. ¿Qué tienes, cinco años?

Luis rotó los ojos, pero todos parecieron ignorarle.

—Sí, Ana —continuó Víctor—, ¿para qué quieres ir al zoo cuando tenemos con nosotros todos los días a este gorila pelirrojo? —Le revolvió el cabello a su amigo, entre risas, y él le apartó la mano de un manotazo.

—¿Qué os parece la idea? —preguntó Sam a las dos chicas que aún no se habían pronunciado.

Kinu no dijo nada, se limitó a señalar a Helena con la mirada y todos los ojos se posaron sobre ella esperando a que dijera algo. Comenzó a hablar, cohibida y titubeando.

—Yo no... Yo no voy a zoológicos, lo siento.

Víctor se inclinó hacia ella, algo sorprendido por la respuesta.

—¿Por qué? Si es por el dinero de la entrada...

—No —lo interrumpió—. No es por el dinero. El caso es que... —Todos la miraban, aquello era demasiado incómodo y temía las reacciones de su confesión, no quería ser la aguafiestas. Tomó aire y, con él, fuerza para continuar hablando—. Estoy totalmente en contra de esas prisiones exhibicionistas para animales. Me parecen una crueldad.

Todos guardaron silencio unos instantes, perplejos por las palabras de la muchacha.

—Estoy de acuerdo —confesó Luis—. Además, el zoológico de la ciudad tiene unas condiciones lamentables. Me sorprende que siga abierto después de todas las denuncias que tiene.

Portales en la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora