Capítulo 9: Brujas

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La furgoneta ya atravesaba el puente que conducía al islote. Nadie había dicho una sola palabra desde que subieron al vehículo.

Los seis descansaban en los asientos traseros, todavía conmocionados por los últimos sucesos: primero un desconocido había acosado a Helena; segundos después de librarse de él, una voz anónima llama por teléfono para decir que Kinu estaba herida. Una vez llegaron al parque donde se encontraba, se toparon con dos desconocidos y su amiga tendida en el suelo, sudada, delirando y con la espalda cubierta de sangre. Helena corrió junto a ella nada más verla, tomó la mano de Kinu entre las suyas y no la soltó hasta que la ambulancia llegó y la subieron a una camilla para llevársela. Helena y el hombre que los avisó se fueron con ella al hospital, mientras que el resto del grupo se quedó a solas con la otra desconocida: una mujer alta, morena y de rostro anguloso, ataviada con un jersey gris oscuro de lana y cuello alto, con una larga falda verde y un abrigo de punto granate que le llegaba casi a los tobillos. Su cabello azabache y ondulado estaba recogido en un moño despeinado, y sus ojos oscuros los enmarcaba un trazo grueso de kohl negro y unas pestañas largas y tupidas que le proporcionaban una mirada muy dramática.

La mujer se presentó como Chitra, dijo ser amiga de la directora N'Diaye y se ofreció a llevar a los muchachos de regreso al Hipatia. Toda aquella situación era muy extraña, ninguno de ellos tenía intención de acompañar a la desconocida hasta que Niara la llamó por teléfono preguntando si Kinu estaba bien. La mujer entregó el teléfono a los alumnos para que hablaran con ella y les pidió que regresasen de inmediato.

Dicho y hecho. Chitra los acompañó hasta un parking cercano en el que había aparcado su furgoneta, que en sus mejores momentos había sido naranja. Ahora lucía un color apagado y oxidado.

Víctor no dejaba de mirar la luz de notificaciones del móvil con la esperanza de que en algún momento se encendiera y fuera Helena respondiendo a algunos de los mensajes que le había dejado. Alzó la vista y miró por la ventana, dejando escapar un suspiro de alivio al ver que ya estaban llegando a su destino. Entonces el teléfono vibró y se apresuró a desbloquearlo. Le decepcionó ver que no era más que un mensaje de Héctor en el chat del grupo:

«Menos mal que ya estamos aquí, empezaba a pensar
que nos llevaría a algún lugar oscuro y recóndito para
quitarnos los órganos y venderlos».

Iba a responder, pero Ana se le adelantó. Añadió a su mensaje un emoji con media sonrisa pícara:

«Todavía está a tiempo de hacerlo».

Sam fue el siguiente en responder:

«Idiotas. No digáis esas cosas,
todo esto ya es bastante incómodo».

Víctor envió su mensaje:

«Sí, además parece buena gente».

Héctor:

«No sé, tiene una pinta sospechosa,
a lo mejor nos oculta algo».

Rachel:

«Tú tienes pinta de idiota y no te juzgamos por ello».

—¿Te molesta mi aspecto, Héctor? —Se les heló la sangre. Víctor pudo ver cómo Chitra sonreía gracias al reflejo del retrovisor. Tenía que tratarse de una tremenda casualidad, ¿cómo podía espiarlos mientras conducía?—. No he podido evitar notar que me has observado con suspicacia desde el primer momento.

Héctor titubeó.

—N-no, yo... Lo siento. No pretendía incomodarla.

Chitra rio despreocupada y suspiró antes de hablar.

—Ay, muchacho. Para bien o para mal, ya estoy acostumbrada, no vas a ser tú quien logre incomodarme. —La mujer paró la furgoneta justo frente al gran portón del internado y se volvió hacia atrás para mirar al pelirrojo—. Pero te daré un consejo que espero que algún día sigas: deja de juzgar a los demás y empieza a verte a ti mismo. —Sin apartar su vista de Héctor, pulsó el botón que desbloqueaba las puertas y todos se sobresaltaron con el chasquido—. Bueno, ya estamos aquí. Corred a vuestras habitaciones antes de que decida vender vuestros órganos.

Portales en la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora