Prólogo

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NATHANIEL

Lo mío no son las fiestas. Y mucho menos las de la empresa, a las que me veo obligado a asistir siempre, sin apenas excepción. No salgo mucho de mi planta, la 42, por lo que, a pesar de llevar trabajando cuatro años en el mismo edificio, no me lo conozco en absoluto. Pero necesito salir de la última planta, donde todo es barullo de voces y música, para darme un respiro.

Fuera hace demasiado frío, así que opto por no salir del edificio. Elijo una planta aleatoria al entrar en el ascensor, la 25, para estar lejos de todo el ruido. Al salir del cubículo móvil, me muevo a través del espacio mucho más tranquilo. No sé qué departamento es este, pero es agradable pasearse cuando está vacío, a pesar de ser un entorno extraño. Avanzo por el pasillo, viendo los despachos a través de sus puertas de cristal, con la inscripción del nombre del dueño grabada.

No me doy cuenta de los ruidos hasta que estoy casi al final de la inmensa instancia, pero estoy seguro de que se han producido desde mucho antes (o tal vez no tanto, quién sabe) de que yo me bajara del ascensor. Me quedo paralizado en el pasillo. No sé qué coño hacer ante una situación como esta. Pero pronto los ruidos cesan y veo salir a un hombre de la habitación de la que procedía el escándalo. Lleva los zapatos en la mano y la camisa desabrochada, con la corbata solo colgando sobre su cuello. Me da tiempo a ver varias marcas de mordiscos en su cuello antes de que se choque conmigo a propósito al pasar por mi lado.

Mi sentido común me pide con mucha educación que me retire, que vuelva a la fiesta, o no, que me vaya a casa, pero que me vaya en cualquier caso. Pero mi instinto me lleva a avanzar hasta la habitación y asomarme, solo por curiosidad. Y porque, sinceramente, en el fondo, la situación me ha excitado un poco.

Es un despacho como todos los que he pasado por delante antes. Pero este, evidentemente, no está vacío. Ella está sentada en el escritorio, con las piernas colgando. Lleva un vestido negro de tirantes anchos y cuello en V, sugiriendo sus pechos. La cola es de volantes, corta por delante y larga por detrás. Está elegantemente sentada sobre ella. Acompañan unos tacones negros altos, de tipo sandalia, mostrando sus uñas, también pintadas de negro. Su pelo moreno cae en cascada ocultando su cara. Toda su figura emana una extraña sensación de poderío, que se extiende sobre el resto de cosas que no sean ella.

Al notar mi presencia, levanta la cabeza, de modo que su cara queda al descubierto. Es joven, de mi edad probablemente. Lleva poco maquillaje encima y, a pesar de ser objetivamente guapa, sus facciones son mortalmente serias. De repente, dibuja una sonrisa que le devuelve la viveza en el rostro, como si se encontrara a alguien muy inferior a ella.

—¿Te has perdido? La fiesta está arriba.

Su tono burlón y exageradamente meloso me pone nervioso y, al responder, le dejo claro que siento miedo.

—Yo...quería tomar el aire. Quiero decir...respirar un poco. Está claro que he respirando desde siempre, es que me he agobiado arriba. Demasiada gente.

Su sonrisa se agranda y se pasa la lengua por los labios, divertida. Se echa un poco hacia atrás en la mesa y separa un poco las piernas. No tengo claro si lo hace a propósito, pues de esta manera me revela que lleva una pistola enganchada en la pierna, un palmo por encima de la rodilla. Suelto un sonido extraño para mí hasta ahora. El miedo me paraliza, nunca había visto un arma. Al darse cuenta de que lo he visto, recupera su postura anterior y se ríe. Se burla de mí, otra vez.

Se levanta y avanza lentamente hacia mí, que no me he movido desde que he entrado. Cuando está delante de mí, igual de alta que yo por los tacones, se aparta la cola larga de la pierna derecha, donde lleva dagas sin mango alguno. Aguanto la respiración y, pensando por un segundo que va a cortarme el cuello, me maldigo por no haber escuchado a la razón, que siempre ha imperado en mí. Sin embargo, se acerca a mí y me susurra al oído, pasando una mano por mi nunca y con la otra arrancándome un botón de la camisa.

—Ten cuidado, pequeño. No juegas en las ligas grandes.

Se separa y se lleva el botón a la boca, lo coge con los dientes y se va.

Me quedo unos minutos más en la misma posición, demasiado afectado y confundido por sus movimientos y sus palabras como para reaccionar ante ello.

SKYE

La noche está siendo muy aburrida. No tendría por qué haber venido a la fiesta, pero está claro que se ha celebrado por mí y pensé que sería de mala educación no venir. Así que, sería de malos modales irme ahora. Suspiro hondo, moviendo mi cabeza y colocando mi pelo suelto. Me confundo con las personas de la empresa. He encontrado un momento de placer en un despacho solitario con Michael, pero tengo que volver al trabajo.

Mi gente también está aquí. No hubiera sido muy inteligente haberme presentado sola después de haber amenazado y haber obligado (puede que a punta de pistola) al CEO, un hombre no muy despierto, al parecer, a hacer acuerdos con mi reino. Me acerco a la barra, no solo porque necesito otra copa, sino porque es el mejor sitio desde el que observar a los demás. Todo está tranquilo. Veo a mi mano derecha cerrar un trato y guiñarme el ojo. Me permito sonreír brevemente.

El objetivo de esta noche es, según mi estrategia, calmar los ánimos. A pesar de lo grande que ya es reino, todavía había podido mantenerme en cierto anonimato. Solo me conocían (y, por ende, me temían) los implicados directamente en mis negocios de juego, droga y prostitución. Ahora, están exponiendo más que nunca a los grupos mafiosos. Soy más grande que cualquier otra persona en mi ciudad. Pero nunca se es demasiado cuidadoso.

—Nunca viene mal un poco de publicidad, ¿no crees, Skye? —me dijo mi mano derecha el otro día, sonriéndome para tranquilizarme. Solo él me llama Skye.

Me sacudo el cuerpo, una manía que adquirí tiempo atrás para estabilizarme en mi posición. Me recuerdo que ostento el poder, pero también la fuerza y los pocos escrúpulos de conservarlo y ampliarlo. Este trato es un paso hacia delante y cualquier impedimento que se ponga en el camino será eliminado.

Miro enfrente de mí a los empleados de la empresa que acabo de comprar. Los veo completamente inocentes (es decir, ingenuos) y ajenos a todo lo que sucede a sus espaldas y que serían incapaz de controlar. Me crezco en mi sitio, sintiendo la adrenalina del poder correr por mis venas.

Voy a conquistar la ciudad entera.


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