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SKYE

Mi reino se extiende desde el centro de la ciudad hacia afuera. Es mucho más práctico conquistar desde dentro hacia afuera. También se hace más fácil desplazarse: estoy en una posición equidistante de todos los puntos de la ciudad, al menos los relevantes para mí. Para esta cacería, nos hemos trasladado cerca de las afueras en una pequeña flota de 4x4. el resto del camino hasta el objetivo lo hemos hecho a pie. 

He escogido a los reclutas más novatos porque es una misión fácil, en la que solo pueden aprender: si la reina dice "a la guerra", ellos van. Es una buena oportunidad de evaluarlos en campo abierto. Algunos de ellos están nerviosos, otros serios como un témpano.

Según nos acercamos al punto central de la mafia italiana, voy reduciendo la velocidad. Yo soy la que más ligera voy, no llevo ninguna protección especial y siempre elijo armas poco voluminosas, así que hago poco ruido. Pero los reclutas, incluso siendo discretos, hacen mucho ruido al moverse. Intento centrarme en lo que me dice el viento. El aire está cargado de un olor industrial. Los italianos se traen algo entre manos y voy a destruirlo, sea lo que sea.

Hago un gesto con la mano para que todos paren. Obedecen de inmediato pero temo que sea demasiado tarde. He escuchado un leve roce: las botas de un oficial de guardia. Esta misión no se me va a resistir, pero me gustaría mantener el factor sorpresa el mayor tiempo que pueda. El hombre pasa de largo y volvemos a quedarnos en silencio. Sigo haciendo gestos con las manos. Les indico que vamos a separarnos. Me quedo conmigo los reclutas que más nerviosos parecen, alguien tiene que llevarse un tiro hoy y si son ellos los quiero tener cerca. El grupo que va solo deberá rodear la nave en la que se encuentran los italianos para poder hacer la estrategia de la pinza. A mi grupo, le indico las posiciones que deben tomar. Les susurro que no abran fuego hasta que yo de la señal. Y una vez que están bien colocados, me adentro yo sola en el paisaje.

Camino con paso decidido y la cabeza alta. Algunos reclutas han retenido las ganas de lanzar un grito ante mi decisión. El tacón de mis botines resuena en el asfalto, pero los idiotas que hay de guardia todavía no se han percatado. Hoy he decidido llevar una de mis escopetas favoritas, de las primeras armas que tuve. La hago girar con habilidad sobre mi brazo y lanzo un grito de guerra, hastiada de que no me vean.

—Vamos a tener problemas, caballeros.

Torpemente, cogen sus armas y me apuntan. Pero yo soy más rápida. Disparo, acertando en el blanco, a los dos hombres delante de mí, como a unos cinco metros.  Ya siento la adrenalina correr por mis venas como loca, inundando mi organismo de ese placer particular que proporcionan las misiones. Pronto otros diez guardias entran en la estancia. Llevan armas, pero se nota de lejos que no estaban preparados para recibir a nadie. Eso es un error muy grande, me aseguraré de hacerlo ver a todos mis reclutas cuando hayamos terminado. 

Entonces doy la señal y sin que yo me mueva del sitio ni un ápice, mis hombres salen de sus escondites y disparan a los que están delante de mí. Les sonrío ante sus expresiones de terror. Une vez todos en el suelo, la nave abierta se queda silenciosa por un momento. Avanzo, adentrándome aun más en la guarida del enemigo. Las ganas de venganza me llenan demasiado y tengo que acabar lo que he empezado. 

Me voy encontrando con todos los defensores de esta base central uno a uno y los abato en lucha cuerpo a cuerpo. Les parto algún brazo, los dejo inconscientes pero no los mato. la vergüenza que les espera después de esto será peor para ellos que la muerte. Me voy acercando por los pasadizos hacia el corazón de una fortaleza muy mal protegida. Según la información que me ha proporcionado Michael, el jefe de la mafia italiana debería estar aquí dentro, mordiéndose las uñas a estas alturas. 

El instinto me dice, al llegar a una puerta como otra cualquiera, que es esta la puerta que estoy buscando. Me crujo los dedos de las manos y cojo impulso para derribar la puerta de una patada. Efectivamente, esta cede. El hombre al que busco casi se cae de la silla. Como había previsto, ya le han dado la voz de aviso y estaba atemorizado ante la idea de encontrarse por fin conmigo. Apoyo la escopeta corta sobre la mesa y sonrío, como si esto fuera una conversación amistosa.

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