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NATHANIEL

Llevo horas dando vueltas por la cama, hasta el punto de que tengo las extremidades entumecidas de no encontrar postura. Me duele la cabeza y tengo los ojos hinchados de tanto llorar. El sol empieza a iluminar parte de mi cama y con ello, parte de mi cara. Me deshago del edredón para que el solo pueda llegar a mi piel. Me reconforta el calor progresivo que ejerce sobre mí. 

Por fin, me arrastro por la cama y me pongo en pie. Me miro en el espejo de mi habitación. Aparece una versión de mí demacrada, pálida. El miedo extremo me afecta de maneras horribles, aunque supongo que a todo el mundo, incluso a Raven. Sacudo mi cabeza para evitar que se cuele en mis pensamientos. Ya ha conseguido demasiado de mí sin mi permiso.  Arrastro los pies hasta la cocina y pongo la tetera en el fuego. Un té, y la rutina, me vendrán bien para apaciguar la ansiedad creciente. 

Agradezco con creces no tener que ir a trabajar hoy, no tener que salir de mi casa. Necesito reflexionar acerca de todo lo que ha pasado en las últimas 36 horas. Me siento en la mesa de la cocina, sin saber muy bien cómo han llegado las tostadas y el té frente a mí. Y empiezo a comer en silencio. El agotamiento acumulado durante los últimos días me está pasando factura. El té caliente me sienta bien y tengo la sensación de poder volver a respirar. 

Esto no es el fin del mundo. No dejo de repetirme esta afirmación una y otra vez con la esperanza de que cale en mi subconsciente. Voy a hacer algo con lo que no estoy de acuerdo, algo ilegal, que podría llevarme a la cárcel, o peor todavía: a no poder escapar de ella. Y eso sí que no puedo permitírmelo. Es entonces cuando me hago una promesa: no importa lo que pase, voy a cumplir con lo que me ha tocado (tal como Michael me aconsejó) sin plantearme si tengo la culpa o si merezco esto. Y lo voy a hacer sin comprometerme más de lo necesario. Lo voy ha hacer desde la distancia, desde lo que mejor se me da: desde el aislamiento.

Recojo los platos de mi desayuno y me acomodo en el sofá, con la esperanza de escapar de mi destino durante unas horas, de sumergirme en un mundo y una vida que no me pertenezcan. De desaparecer.

SKYE

Por primera vez en muchísimo tiempo, me irrita el despertador hasta el punto de apagarlo y seguir durmiendo. El entrenamiento nocturno intensivo tal vez no fuera tan buena idea, me regaño. Sé que este placer entre el sueño y la vigilia me durará poco. Solo los minutos antes de que Laura entre por mi puerta para nuestra reunión matutina habitual. Ni siquiera un sábado aislado me puede dar la oportunidad de no hacer absolutamente nada.

Me pongo la bata a regañadientes antes de que mi asistente entre y murmure lo raro que es verme así. Aunque sea mi persona de confianza, prefiero guardar estos cambios para mí, sin que ella se entere. De modo que cuando entra en mi habitación me ve desayunando, con un bollo y un café a mi lado. Se sienta sin decir una palabra y espera a que le dé pie para comenzar, dándome espacio para cuando yo esté lista.

—Cuanto antes empecemos, antes acabaremos. Di qué tienes hoy para mí.

Me mira fijamente, calibrando mi estado de ánimo, para saber qué decir y qué no.

—Ayer no completaste tu agenda para el día.—dice con suavidad, temiendo mi respuesta.—Te falta revisar los presupuestos para las reparaciones necesarias en el complejo, repasar los contratos con algunos de los proveedores de armamento y los contratos con la Tríada china local. Sé que esto último es un poco pesado, pero es necesario que lo revises. Los de arriba se están poniendo un poco tontos y creo sinceramente que deberías intervenir.

Ruedo los ojos, llena de exasperación. Pero soy capaz de controlarme delante de ella y asiento con la cabeza.

—Puedo quitar de tu agenda el entrenamiento de hoy, creo que lo de anoche fue suficiente para tu cuerpo. 

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