Aprendiendo

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– ¿Me repites lo de hace rato? – Pide Horacio por quinta vez en toda la noche, recostado en suelo del yate. Volkov se ríe suavemente cuando lo escucha.

– ¿Qué parte quieres que te repita? – Se hace el desentendido, como lo ha hecho por bastante tiempo ya. Siente a su pareja removerse, acercándose a él y empujándolo suavemente con su hombro.

– Si... si ya sabes a lo que me refiero... deja de hacerte el tonto. – Pese al insulto, el tono viene cargado de un cariño que, Volkov jura, podría tocar con los dedos si quisiese.

La atmósfera es todo lo que han querido y, por primera vez, pueden respirar tranquilamente, con la certeza de que cuentan con el amor y la correspondencia total del otro. Volkov aparta la mirada del cielo estrellado, dirigiéndola entonces a la estrella más brillante que sus ojos han podido presenciar. Lo detalla, delinea el rostro del moreno con una lentitud propia de él, haciéndolo sonrojar y soltar una risita que enciende y calienta su corazón, uniéndosele sin esfuerzo alguno.

– Me gustas, Horacio. Me... gustas. Me gustas. – Lo último se lo susurra, acercándose a su mejilla y besándola apenas puede, feliz de sentir su calidez y la suavidad de su piel, embobado por cada suspiro y sonrisa que le roba a la única persona que lo ha hecho sentir de este modo. – Ahora... será que... ¿puedes repetir lo de hace rato?

Horacio podría hacerse el tonto como el contrario hace siempre, pero se ha cansado de aquello. Sin necesidad de más que el amor que se profesan con cada mirada, el ruso apenas cierra los ojos puede sentir los labios del menor. Ya se han besado mucho desde ese primer beso que tardó en llegar; aunque a la vez se siente tan lejano, puesto que la noche se ha sentido eterna debido a lo poco convencional de la ocasión.

Es Volkov quien tira de la cintura de Horacio y lo guía sobre su cuerpo, queriendo más de ese sentimiento que parece florecer cada que recibe un beso de su amado, y este no hace más que seguirle el juego, con las mariposas revoloteando en todo su cuerpo, feliz y pleno. Tal y como siempre mereció estar.

Horacio no tarda en separarse y levantarse con prisa, sonrojado. Le ofrece la mano a Volkov, invitándolo a seguirlo con una mirada cómplice, pero a la vez tímida. El peligris no vacila y es prontamente guiado por los pasillos y habitaciones del yate, hasta llegar a aquella que estaba destinada para su descanso.

Cuando la puerta se cierra, es Volkov quien toma la iniciativa y vuelve a besar al moreno, incitándolo a caminar hacia atrás y haciéndolo caer con delicadeza sobre el colchón, siendo ahora el ruso quien se encuentra arriba. Hay tantas cosas que pasan por sus mentes, en donde coinciden en algunas, como el no creer que están en ese momento, justo en ese lugar, y en esa situación. Ni en los sueños más salvajes, ni en el estado más alejado de la cordura podrían haberse imaginado juntos, pero es así.

Son solo ellos dos bajo la penumbra de la noche.

Es Horacio quien más alejado de la realidad se siente, así que decide poner los pies sobre la tierra de la única manera que ha encontrado en toda la noche.

Los besos cada vez son más húmedos, profundos y ruidosos; a veces un poco torpes por las emociones a flor de piel, sin embargo, no se sienten cohibidos. El motivo podría ser cualquiera, como la confianza que han alcanzado con el paso de los años, o el hecho de que han esperado demasiado y no hay lugar para la vergüenza cuando se tiene un amor como el de ellos. A pesar de esto, sí que hay movimientos torpes y dudosos, debido a la falta de experiencia de Volkov y a los nervios de Horacio.

Parece ser que están a mano en cuanto al estado en el que se encuentran y no pueden evitar reírse mientras se van quitando las prendas como una rutina aprendida, aunque es la primera vez que sucede. Comparten un beso entre cada prenda que cae al suelo o cama, y el siguiente es cada vez más largo que el anterior.

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⏰ Última actualización: Aug 01, 2022 ⏰

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