Sentimientos enfrascados

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- ¿Entonces esto termina así? ¿Te vas de nuevo?

La voz lastimera del francés inundó todo su ser. Entró por sus oídos, recorriendo su mente y pecho, plantándose en su corazón haciendo un eco interminable. Notó los ojos del contrario cristalizarse, sembrando un dolor inevitable. El ambiente era tenso, el silencio abrumador y la situación parecía empeorar conforme los minutos pasaban.

- Horacio - le llamó, queriendo sanar cada parte del moreno. Pero no podía, volver a trabajar para el gobierno iba más allá de lo que estaba dispuesto a hacer. Su garganta se secaba, los temores crecían en su interior.

- No, Volkov... - Horacio le mantenía firmemente la mirada; esa mirada que se hallaba cansada y opaca, a pesar de estar llena de lágrimas - creí que- que te quedarías. ¡Ya no quiero estar solo! ¿Qué está mal? Te dije que yo podía- podía protegerte.

Cada palabra era una daga que se ensañaba en su corazón; no quería perderlo, pero tampoco podía quedarse. Había logrado escapar de pura suerte, un segundo intento resultaría en tragedia. Sin embargo, esos orbes imploraban piedad. Y aunque lograban convencerlo, no podía darles aquello que tanto pedían.

- Horacio - volvió a llamarlo - ven conmigo a Rusia - sugirió; la esperanza de llevarlo consigo era poca, sabía que no iba a aceptar. Y si lo pensaba, tampoco era una buena opción. Pero le gustó mencionarlo; decirle y demostrarle que lo quería con él. No era un capricho suyo el irse, era una necesidad.

- Sabes que no puedo, ¡sabes... sabes que estoy buscando a Gustabo! ¡Ayúdame! - los gritos hacia su persona le quemaban.

- Sabes que tampoco puedo quedarme, ¡me matarán! ¡Nos matarán! - elevó la voz, queriendo ser escuchado y comprendido. Ambos tenían luchas por separado, pero el hundirse en ellas era lo que los unía.

- Yo puedo protegerte... - repitió el moreno en un susurro, cabizbajo y derrotado. Las lágrimas rodaban por sus mejillas como un río descontrolado, la aflicción de la escena acababa con lo poco que quedaba de ambos. Si es que quedaba algo.

El peligris decidió que había sido demasiado, el agotamiento físico y mental que conllevaba esa conversación sin rumbo era excesivo. Se necesitaban, eran su único soporte. Se acercó, temeroso, con el miedo de dañarlo con su simple presencia. Ambos se miraron, un cielo gris anunciaba una tormenta que terminaría por llenar la piel ruborizada del rostro del antiguo comisario.

- Quisiera... quisiera poder expresar lo mucho que deseo estar a tu lado, Horacio - comenzó, aclarando su garganta, intentando hacer lo mismo con su atormentada mente - te quiero, te he querido desde siempre y volver a verte ha sido una de las cosas más maravillosas que me han pasado en mi jodida vida.

Horacio ahogó un sollozo.

- Pero no puedo quedarme - continuó - me matarán si me descubren, si nos... si nos descubren. No puedes arriesgarte así, qui- quiero verte vivir nuevamente.

No pudo soportarlo más, por ello, rodeó al más bajo con sus brazos. Lo estrujó sintiendo cómo la vida se le escapaba junto a ese hombre. La segunda oportunidad que parecía ser un regalo del universo parecía haberse convertido en aquello que siempre temió: terminar solo. Porque el verlo nuevamente había sido un obsequio, uno que no merecía.

Ya no habían palabras que pudiesen llenar el vacío que ambos sentían, ahora solo les quedaban los recuerdos que compartían y ese abrazo que luchaba por mantenerlos completos. Temían soltarse y que sus cuerpos se deshicieran como consecuencia de sus actos.

Sus miradas se buscaron, aún manteniéndose cerca. Tácitamente acordaron ese beso que ocurrió después. Sus labios chocaban, necesitados y salados por las lágrimas que ahora se mezclaban. Sus cuerpos eran tocados sin cuidado, las varoniles manos se ceñían, intercalándose entre distintas locaciones: sus rostros, sus cuellos y cinturas. ¿El propósito? El intento desesperado por mantenerse lo más cerca posible.

ONE SHOTS / Volkacio (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora