Novelas Y Series

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N/A: He vuelto! Perdón por no colgar capítulo la semana pasada, pero pillé una gripe que me dejó tres días con fiebre :'< Y la fiebre y la escritura no combinan muy bien. Pero esta semana sí hay capítulo y, si no pasa nada raro, la semana se cuelga el último capítulo. Por ahora, disfrutad de este <3

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Con un último sorbo, Bakugou se terminó el café y dejó la taza en el plato con un leve tintineo. Se dejó resbalar y subió los pies a la silla que tenía enfrente de él, a pesar de la mirada airada de la señora en la mesa contigua. Por primera vez desde que subió al tren, se sentía relajado y tranquilo, sin una prisa en el mundo. Aunque se cuidaría mucho de decirlo delante de Kaminari, para evitar que se le subiera demasiado a la cabeza. Sin embargo, sabía que en gran parte su relajación se debía a que no había visto a Midoriya desde ayer.

Para su consternación, se le aceleró el pulso solo con pensar su nombre. El ceño se le llenó de profundas arrugas. El chico lo desconcertaba, con esos ojos tan grandes que le hacían parecer un cachorro lloroso abandonado en mitad de la lluvia. O con esa sonrisa temblorosa que le hacía sentir el corazón lleno de luz o alguna cursilada así. O, peor aún, con esas pecas que le cubrían el puente de la nariz, las mejillas e incluso el cuello y que había contado varias veces ayer. Tenía exactamente treinta y siete pecas y quería dejar un beso en cada una de ellas. Quizás gran parte de su frustración se debía a quería, por un lado, estar pegado a él, tocar la suavidad de sus mejillas y oler su champú barato; por otro, también temblaba de ganas de apartarlo a empujones, morderle la boca y las mejillas y pegarle un puñetazo en la boca. Kirishima le había dicho más de una vez que era porque las emociones eran tan fuertes que solo sabía expresarlas con esa misma fuerza.

También le había dicho que sería buena idea ir a terapia para aprender a expresar esas emociones de una forma más sana, pero se negaba a darle la razón dos veces seguidas.

Se llevó las manos a la cara y se la frotó vigorosamente, como si así esos pensamientos se fueran a borrar. Quizás lo que le convendría sería pasar un tiempo a solas. Quizás así aclararía la confusión de su cabeza. O quizás dejaría de pensar obsesivamente en Midoriya. Con un gruñido, se incorporó bruscamente y fue a su cabina. Un rato leyendo la novela que Mina insistió en prestarle podría ser lo que necesitaba. Abrió la puerta silenciosamente. Midoriya seguía allí, roncando suavemente y tapado hasta la cabeza con las mantas. Entró con cuidado de ni siquiera hacer crujir la madera para rebuscar en su equipaje y salió con la novela en la mano y con el mismo cuidado con el que entró. No es que lo hiciera a propósito para no despertarlo. En absoluto. Ni tampoco estaba evitándolo. Ni pensarlo.

Llegó al vagón de cola y se sentó al fondo, contra la ventana. Si se recostaba, nadie lo vería al entrar, especialmente si ese alguien era Midoriya. Con la cabeza apoyada en un duro cojín y los pies colgando por el otro lado del banco, abrió el libro y empezó a leer. Como temía, era una de esas novelas de romance que tanto le gustaban a Mina. No es que fueran malas en sí, pero le parecían irrealistas e idealizadas. Y a lo mejor también le parecían un poco ñoñas. No entendía por qué se las seguía prestando si ya le había dicho que no le gustaban. A lo mejor tenía todavía la esperanza de que le saliera una vena medianamente romántica y, con ella, una pareja estable. Seguro que Midoriya le caería bien.

El libro se le cayó en la cara. Se lo quitó de un manotazo y se frotó la nariz por el golpe. Ya no podía confiar ni en su propio cerebro. De un salto se levantó del banco y empezó a deambular por el vagón como un tigre enjaulado. Maldijo el tren por no poder salir de ahí para correr o partirse los nudillos contra un muro. Maldijo el libro por ser una recopilación de ñoñerías azucaradas. Y maldijo a Midoriya por existir y haberse interpuesto en su vida.

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