Capítulo 17

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La mañana siguiente el sol no salió.

Otra tormenta azotó la Villa, pero a diferencia ayer, esta no paró después de amanecer y continuó una dramática sonata de truenos y rayos sin descanso. Una persona que no está acostumbrada a semejante calamidad, tomaría un rosario y rezaría hasta la última sílaba de cualquier oración sabida rogando por que no acabara calcinado por uno de esos impetuosos rayos.

JiMin, por otro lado, estaba metido debajo de sus sábanas. Al contrario de estar asustado por la tormenta afuera, más bien, deseaba que esta lo matara de una vez.

Aceptar que estaba enamorado le había costado todo su orgullo y paz mental. Estaba apenas reconociendo que era más fácil amar a alguien de lo que jamás creyó. Allí, donde no era nada ni nadie de valor radical, JiMin se sentía seguro de ser todo lo vulgar y desinhibido que jamás se había permitido ser. Además, por primera vez estaba experimentando lo que era ser protegido.

Cuando fue un niño, no era una clase prodigio en ninguna materia. Esto le generó grandes problemas, porque en realidad, a nadie le importaba que fuese un príncipe o el heredero al trono. No lo respetaron ni trataron como tal. Era un niño, y todos pensaban en sacar provecho de él mientras su edad no le permitiera entender la malicia e inmundicia que existía en el mundo. Pero él nunca fue tonto. Apenas su dulce cabecita comprendió su posición, JiMin se volvió poco a poco en un dolor de cabeza que conocía sus ventajas y evitaba sus desventajas.

Es decir, probablemente la mayoría de la población mundial ni siquiera podría imaginar a un niño de seis años recitando las leyes y reglamentos de su país de memoria. Mucho menos que uno pudiera entender siquiera la palabra "ley" o "reglamento". Pero JiMin pasó su vida más tiempo en una biblioteca y oficinas que en su propia habitación. Y no era un prodigio, no estaba en medio de algún espectro neuronal que lo hiciera mejor o más inteligente. A él solo lo obligaron a aprender todas esas cosas que un niño jamás querría.

La vida real de la familia real de su línea de sangre, era nada más y nada menos que un maldito infierno.

Y JiMin se acostumbró a oír a hurtadillas chismes y maldiciones a su persona mientras que frente a aquellos de mayor edad y rango, era tratado como la cereza del pastel. Ahora se daba cuenta y se preguntaba sí mismo si maduró realmente rápido o simplemente no maduró en lo absoluto.

En el fondo, todavía quería ser amado, cuidado y mimado como un niño pequeño. Por eso, siempre trató de quitar a las personas cercanas a él su amuleto de la suerte, aquello que los hiciera felices, porque él también quería saber, tenía curiosidad por conocer lo que significaba ser feliz. Incluso si sabía que hería a los demás y que probablemente no sería perdonado, JiMin disfrutó momentáneamente de poseer la felicidad de otros en sus manos. A pesar de que no pudo experimentarla de primera mano.

—Esto debe ser lo que la gente llama Karma...

JiMin suspiró con la cabeza estrellada en su almohada y una lágrima resbalando de sus ojitos.

Por fin parecía haber conseguido su propia fuente de luz, su persona amada. Pero resultó que ese alguien estaba comprometido bajo amenaza de muerte.

Y era gracioso para él encontrarse a sí mismo como la pobre damisela de un cuento de hadas cliché y extremista que daba náuseas. Pero, una vez el sentimiento llega, sólo hace falta aceptarlo para que el mundo comience a girar en la dirección opuesta.

Esa mañana, en medio de los brazos de YoonGi se sentía poderoso. Una clase de poder que ni siquiera la corona le habría entregado. Dominar un país era diferente de dominar una persona, y JiMin podía sentir a YoonGi temblar en la punta de sus dedos y a él mismo temblando y suplicando en las palmas del Puma. El calor de su cuerpo y sus piernas enredadas, era algo mutuo. Era hermoso. No había palabras de por medio porque sus corazones estaban hablando por sí solos.

Athélita | YoonMin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora