05. Divertido,

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El teléfono comenzó a vibrar. Pacientemente espero a que conteste, aunque los nervios y las voces en mi cabeza me decían que esto era una pésima idea.

Sarah no contestaba mis mensajes, la puerta de mi habitación se encontraba cerrada con seguro, y un tenedor le estaba complicando a mis progenitores el poder abrir la puerta para entrar a regañarme. Ese tutorial de YouTube me sirvió demasiado para este tipo de ocasiones.

Los gritos del otro lado de la puerta no me ayudaban a calmarme. Me levanté del suelo apoyando mi espalda y cabeza junto a la puerta y caminé en círculos en la mitad de la habitación.

Sarah no contestó mi llamada, y, por algún motivo, paré de dar círculos, centrando ahora mi mirada en tijeras, la ventana de mi habitación, y después mi celular.

Ja. ¿Qué tan patética puedo llegar a ser como para pensar en quitarme la vida ahora? No quería que mi historia fuera contada por otra persona, no podía, por eso, miré a mis contactos nuevamente. Pasé entre la pequeña lista de amigos que tengo para darles este tipo de noticias, y que así, de algún modo estos me ayudaran; llegando a una sola persona. Dos, en realidad, pero una no aparecía.

El teléfono sonaba nuevamente, y los gritos y golpes en la puerta más fuertes, pero yo seguía sin responderles. Ocupaba una distracción, una enorme. Ella sabría que hacer, ¿no? Tanto pasaba por mi cabeza que no me inmuté cuando ella contestó.

—¿Avis? ¿Eres tú? —tan pronto escuché su voz no supe que decir, además de que la idea de pensar que en verdad alguien por fin estaba dispuesto a ayudarme era verdad; me hacía dudar de todo esto. Ella no necesitó respuesta para empezar a preocuparse—: Si eres tú, ¿qué sucede? Usualmente ya estás dormida a esta hora. ¿Todo está bien?

—¡Avis! Abre esta maldita puerta antes de que entre yo ahí y te haga lamentar esto —Natalia, quien se encontraba del otro lado de la puerta, llevaba casi unos veinticinco minutos diciendo lo mismo, y aún sin lograr entrar. Agradezcan a YouTube por enseñarme ese truco con el tenedor.

—Sal y terminemos con la conversación jovencita. Tienes que cenar. —añadió mi padre con su típico tono amenazador. No debió haber vuelto sabiendo que todo seguía igual de desastroso que como escuchó que estaba por Natalia.

Enid debió haber escuchado todo atreves del celular. Quedándose callada por un momento antes de que yo hablara.

—Lamento molestarte, pero eres la única con la que se me ocurrió hablar de esto —me excusé. Era parte mentira lo que le dije, porque la primera persona en la que pensé fue a nadie. Y la otra Sarah, pero al final nada sale como uno espera.

—No tienes que preocuparte por eso, en verdad. Podemos hablar de lo que sucede si quieres —no le respondí inmediatamente porque aún pensaba en su propuesta, y no quería molestarla con mis idioteces. Pero ella se adelantó en darme otra opción—. Si no, podemos hacer otra cosa para distraerte.

Quería llorar. Las cosas que me decían tras la puerta, las voces dentro de mi cabeza, las mil calorías subiendo de poco a poco y peleando con la idea de ir a vomitar todo lo que ya había comido en el día. Como si eso fuera posible a esta hora. Sin embargo, aunque mis ojos suplicaban estallar, que en mi garganta se encontraba un bulto atorado y listo para ser liberado, me lo tragué e intenté mantener la calma. Poco sucede en mi vida para darle tanta importancia como a estas cosas, y aún así, de alguna forma se la termino dando.

—La segunda —respondí cansada; mi hora de dormir ya había pasado, y mi cabeza me pesaba como nunca antes, pero aún así me quedé en la llamada.

—¿Música está bien? —Enid parecía una experta en este tipo de situaciones. Me sorprendía lo mucho que podía ayudarme, y lo poco que hasta el momento yo sabía que podría hacer para que lo lograra. No puedo evitar imaginarme que la hizo estar tan preparada.

¿Atarías mis agujetas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora