VI

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KIARA

—¡Hija!

No respondo, tengo que terminar un trabajo para clase y no me puedo concentrar con mi madre gritándome.

—¡Kiara Dankworth Myers, venga aquí!

Mierda. Esto huele que me va a caer una...

Las veces que mi madre me ha llamado así acabe llorando con sus estúpidas discusiones, mi madre puede llegar a ser un tanto estricta.

Bajo corriendo las escaleras y me topo a mi madre echando fuego por sus ojos.

—¡¿Qué mierdas te pasa?!

—¿De qué hablas?

—Con que hace semanas te escapaste de casa, te fuiste a un pub, te fuiste con cinco hombres a follar, y encima te atreves a serle infiel a Rider.

—Mama...

—¿Sabes que es lo peor? Qué dos de esos hombres son Liam y Cayden... no me esperaba esto de ti.

—¿Cómo lo sabes?

—Un amigo mío trabaja en ese pub, te vio con esos cinco hombres y me lo ha dicho.

¿Qué?

Fuera de mi casa.

No puede estar hablando en serio.

—Mama no digas mierdas, no puedes hacer eso.

Claro que puedo, lo acabo de hacer, ahora ve a por tus cosas y lárgate.

Me quedo tiesa esperando a que mi madre me diga que es una broma, pero no lo hace.

—¿Es una broma verdad?

Mi madre me da tal bofetada que mi cara gira del golpe.

—¡¿Te parece esto una broma?!

Me voy cagando leches y cierro la puerta de un portazo, me tiro a mi cama y me echo a llorar, soltando todas las lágrimas que mis ojos pudieron soltar.

Mi madre durante toda mi vida a sido muy estricta, nunca le a gustado que le oculte cosas, que me acueste con chicos durante una noche y luego los deje hay, plantados. Cada vez que incumplía alguna de sus tantas normas, me maltrataba, me pegaba, me echaba a la calle y hasta pasadas cinco horas no me dejaba volver a entrar.

Luego de una hora, mi madre da puñetazos a mi puerta para que salga de una puta vez.

Nunca imagine una vida sin mi madre, estuve convencida de que tendría una vida perfecta, novio perfecto... pero no todo sale como quieres.

—¡Te quiero en la calle en 15 minutos, no tardes!

Empaco todo lo que necesito, todos mis libros, ropa, y algunas cosas que me regalo gente importante para mí. Salgo de la habitación y veo a mi madre delante de la puerta. «Por lo menos me espera.»

Abro la boca para despedirme, pero mi madre me interrumpe:

—No me hables, vete ya.

Salgo de casa con la cara llena de lágrimas, saco mi teléfono y busco entre mis contactos a Cayden, marco su número y por suerte contesta enseguida.

—Hola Mocosa.

—Ven, por favor.— Le ruego. Creo que nota mi voz, porque añade:

Rezando en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora