Capítulo 18 parte II

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Capítulo 18: ¿La luna puede apagarse?

—Y al hijo escuchó decir mientras el fénix se posaba sobre su cabeza; Terra, no temas de su sombra. Alégrate y gózate, porque haremos grandes cosas, porque nunca estarás sola.

Stolas, capítulo 15, versículo 11. Ni siquiera sé en qué momento lo aprendí.

—De todo el tiempo que llevan aquí es la primera vez que los veo predicar.

Y tiene razón, es la primera vez que lo hago, o al menos la primera vez que lo hago por voluntad propia y con el corazón. Pero no pude ir en contra de mis instintos, apenas salí de la sala de prácticas mis pies me llevaron aquí directamente y la mujer a mi lado tomó el mismo camino. Desde que me ocurrió aquello en el bosque, me he estado sintiendo raro, y aunque no me guste admitirlo ahora me preocupo por otras cosas; como el bienestar del planeta que habito... Solo un poco, tampoco hay que exagerar. Ikaika está arrodillada a mi lado pero ambos nos incorporamos en cuanto vemos a Grecia en la puerta de la capilla. Hace una reverencia cuando cruza el umbral en señal de respeto a la imagen de Inanna tallada en piedra frente a nosotros. Ikaika se cruza de brazos cuando ella llega frente a nosotros y seguramente se pregunta lo mismo que yo.

Está vestida de fucsia. Pantalones de vestir, sandalias bajas doradas, una blusa holgada con diseños florales de encaje sobre la tela y su cabello rubio está adornado con una corona de flores.

¿Realmente esta es Grecia? Porque usualmente se ve más ruda y oscura, menos... Esto.

—¿No se supone que no había mujeres en la base? —preguntó mi compañera.

—Sin embargo, estás aquí —el tono tosco con el que siempre habla sigue allí.

—La luna rosa no me afecta.

—Como sea, estoy aquí porque puedo controlarme, además, no todas cabemos en el templo así que fuimos ubicadas en otro sitio.

—¿En dónde están entonces? —pregunto yo mientras llegamos a la salida de la sala de oración, la cual está en el segundo piso de arriba hacia abajo por lo que estamos más cerca de la superficie.

—En un hotel de por aquí, el dueño es un bimbaio muy amigo del superior a cargo —explica—. De hecho venía a buscarlos.

—¿A ambos? —sueno confundido y ella lo nota.

—A ti porque aunque no te afecte eres mujer —le dicta a la morena que se está atando el cabello—, la regla es que no haya mujeres laborando y tú... Te solicitan allí.

—¿Quién?

Grecia resopla y noto que sus ojos verdes están un poco raros. Se ven más pequeños, algo hinchados. También su pupila parece dilatada.

—¿Quién más? —reitera— Ha estado llorando todo el día sin razón y pide comida como un jodido animal en estado. Te quiere allí.

—No creo que…

—Oye, no te niegues —me toma del brazo para tirar de mí pero tan pronto como lo hace me suelta como si mi piel quemara, aclara la garganta y no puede ser más rara. Suspira para mirarme de nuevo, su pupila agrandada me desconcierta—. No es que me caigas muy bien pero Venus es mi amiga y tienes que comprender una cosa; la luna rosa es la peor de las fases. Si ella te quiere ahí hazle caso, no importa que solo sea para verte esa cara de culo que tienes —genial, gracias por el cumplido—. Andando, se acerca el anochecer.

Por algún motivo que desconozco, la mayoría de las cosas aquí suceden de noche. Esta mujer me da miedo, de hecho, todos los guardianes mentales me dan miedo y siempre trato de mantener distancias con ellos pero ella en particular me causa desconfianza. Se supone que tienen prohibido invadir la privacidad mental sin un permiso pero aún así siempre trato de bloquear mi mente a cualquier pensamiento que no quiero que sea revelado, porque uno nunca sabe.

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