PRÓLOGO

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Patrick Shein era un hombre acostumbrado a conseguir todo lo que quería

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Patrick Shein era un hombre acostumbrado a conseguir todo lo que quería.

Desde su más tierna infancia había comprendido que la vida podía ser dura, pero siempre sería todo mucho más fácil si conseguía manejar a la gente a su antojo. Habría excepciones, está claro, pero cuantas menos desviaciones del camino tuviese que manejar mejores resultados obtenía. Lo que nunca hubiese pensado es que su propio hijo, su primogénito, él único legítimo de todo su linaje, supondría un escalón tan alto para poder conseguir sus fines.

Dos semanas después del incidente en el que todos sus planes se fueron al traste por culpa de un error de cálculo se encontraba en su despacho esperando a que uno de sus mejores socios le diese la respuesta que tanto tiempo llevaba esperando.

—¿Y bien? —preguntó con voz ronca mientras se levantaba de su asiento.

—No lo tengo muy claro —contestó el visitante—. ¿Estás seguro de que la chica posee el Don blanco?

—Totalmente seguro. Mis fuentes son muy fiables y, además, sería fácil comprobarlo. No creo que Albus esconda a la chica ahora que piensa que no es necesaria para nuestros planes.

—Y, ¿no lo es? —dijo el hombre mientras se levantaba.

Thomas Crane, empresario textil y poseedor del Don rojo, paseó por el despacho de su compañero con cara divertida mientras entrelazaba las manos en su espalda. Su porte recto, la tensión debida al intento de esconder su barriga incipiente y las ligeras marcas de sudor que se adivinaban en sus axilas reflejaban que, a pesar de su intento por parecer despreocupado, la presencia de Patrick Shein causaba estragos en su estado de ánimo. Aunque, con los años, había aprendido a mantener la compostura cuando estaba con su amigo.

—Es una pieza importante, pero muy a largo plazo. Que un nuevo Don haya surgido en estos momentos reafirma nuestra creencia de que la profecía está cerca de cumplirse. Si no, ¿por qué justo ahora? Tenemos que estar muy atentos a los acontecimientos.

—Todo son conjeturas basadas en tu intuición, Patrick —dijo Crane mientras se servía una copa—. Está demasiado cogido por los pelos. El Consejo...

Un golpe en la mesa cortó de golpe el pequeño discurso, haciendo que tirase el vaso que se acababa de poner al suelo. Thomas Crane miró con temor hacia su socio, cuyos ojos verdes se estaban tornando tan rojos que parecían iluminar la estancia. Todas las luces rojas que decoraban la habitación, creadas con el Don de Patrick Shein, comenzaron a brillar con tal intensidad que el hombre tuvo que taparse la cara.

No pasaron más de cinco segundos, pero en ese tiempo Thomas Crane creyó que su vida había llegado a su fin. Recordó que la última vez que había hablado con su hija fue para discutir sobre una fiesta a la que quería acudir y se lo había prohibido hasta que mejorase sus calificaciones. También pensó, con tristeza, que no se acordaba de la última vez que le había dicho a su mujer que la quería.

Mientras una vorágine de malos pensamientos asolaban la mente del hombre, Patrick Shein decidió que era mejor calmarse y no asustar demasiado a alguien que le apoyaba. Su luz se fue apagando mientras una siniestra sonrisa se dibujaba en su rostro. Una gota de sudor caía por el rostro de Crane mientras su socio se acercaba y le daba una amistosa palmada en el hombro. Con un leve suspiro de alivio se sentó en el sillón, olvidando su vaso, roto en mil pedazos, en la alfombra de la habitación.

—Thomas, créeme cuando te digo que algo grande se acerca. No puedes negar que el ambiente está enrarecido en la comunidad. Estas dos semanas el rumor acerca de la aparición del nuevo Don a causado mucho revuelo y tú también tienes que sentirlo. ¿Lo notas, verdad?

Crane sabía a lo que se refería su amigo. Su luz estaba inquieta desde hacía un tiempo, lo sentía en la punta de sus dedos. Nunca había tenido esa sensación y, entre todos, estaban alimentando sus propias conjeturas que no se basaban en ningún sentimiento real; pero el haber tenido tan cerca el cumplimiento de la profecía había hecho que, ante el fracaso, se agarrasen a un clavo ardiendo para poder continuar con su trabajo.

—De acuerdo, Patrick —contestó, aunque no muy convencido—. ¿Cuál es tu plan?

—Lo que hemos hablado —respondió mientras se acercaba a la puerta, invitando a su acompañante a marcharse—. Los chicos se harán cargo de nuestra nueva hechicera para ponerla de nuestro lado y, mientras tanto, habrá que tener los ojos bien abiertos. Seguiremos en contacto con todas nuestras delegaciones para que ante cualquier indicio de un humano reaccionando a las luces podamos actuar.

—Perfecto.

Se dirigió a la puerta mientras evitaba la mirada de su socio, con la cabeza agachada y pensando en que tendría que darse una buena ducha en cuanto llegase a casa, pero en el último momento un pensamiento cruzó su cabeza. Dudó si hacerlo o no, pero era demasiado tarde: Patrick se había dado cuenta de que algo le rondaba la mente y su expresión le confirmó que no dejaría que se fuese sin contárselo.

—¿Qué pasa con Peter?

—No te preocupes —contestó con una mueca de decepción en su rostro—. Yo me encargo.

 Yo me encargo

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Sombrío [Luces de colores 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora