CAPÍTULO 24

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Desde hacía un tiempo, una de las cosas que más rondaba la cabeza de Peter era intentar comprender por qué Anna seguía intentando defender a Stuart y se empeñaba en confiar en él cuando estaba bastante claro que le había engañado y traicionado

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Desde hacía un tiempo, una de las cosas que más rondaba la cabeza de Peter era intentar comprender por qué Anna seguía intentando defender a Stuart y se empeñaba en confiar en él cuando estaba bastante claro que le había engañado y traicionado.

Es cierto, también, que desde su posición no se podían ver bien los matices de esta historia. Para Peter siempre había sido todo una cuestión muy sencilla: las personas que le hacían daño estaban automáticamente fuera de su vida. Desde pequeño se había creado una coraza en la que mantener alejado a todo lo que considerara que le podía hacer daño y le costaba mucho entender que el mundo no siempre era blanco y negro.

¡Qué ironía! Su vida estaba llena de colores y, aun así, le costaba detectarlos.

Su naturaleza le llevaba insinuando desde el principio de esta historia que mantuviese la boca cerrada y dejase a Anna cometer sus propios errores, pero lo que le había funcionado en otras ocasiones parecía no surtir efecto con ella. Sin querer, se veía a si mismo imposible de reprimirse y contestar o lanzar malas miradas a cada idea de la chica que insinuase un posible acercamiento con Stuart, aunque fuese inocente o interesado.

Pensaba, erróneamente, que todo esto era debido a que ella le importaba demasiado y no quería que le volviesen a hacer daño. Pero, en su interior, sabía que la pequeña serpiente verde de los celos recorría su estómago cada vez que Anna pronunciaba el nombre de su hermanastro. No estaba acostumbrado a este sentimiento y por eso lo ignoraba, pues siempre había pensado que los celos eran algo tóxico y fruto de la falta de confianza, pero no se dio cuenta de que nadie está a salvo de que los pensamientos intrusivos nos aborden en momentos de inseguridad.

—¿Peter?

La voz de Lily le hizo sobresaltarse. Solo hacía unos minutos que se había ido sin despedirse del despacho de su padre y, tras el encontronazo con Anna, decidió sentarse en un banco que había en uno de los caminos de la facultad, debatiéndose entre salir corriendo detrás de ella para protegerla o dejar que siguiese sus instintos y confiar en su criterio. Aunque, a pesar de no admitirlo, su negativa a acompañarla había sido provocada por el enfado que le pesaba en aquel momento.

La rubia se sentó a su lado, con su inocente rostro reflejando una compasión que a Peter no le gustó. Desde que Lupin, uno de sus mejores amigos, había resultado ser un traidor y su hermanastro confabulaba con él y su padre contra ellos no dejaba de notar esa expresión en los demás cada vez que lo miraban.

—Lily, no quiero hablar de nada relacionado con todo lo que está pasando. Ya has oído a tu padre, solo tenemos que esperar que ellos solucionen todo este entuerto.

Llevó sus manos a la cabeza pasando los dedos por su pelo negro y pensó que le hacía falta un buen corte. Pensó en lo curiosas que eran las cosas que acudían a nuestra mente cuando estaba saturada de preocupaciones, parecía que solo quería añadir nimiedades que hacían más grande esa montaña. Lily suspiró mirando al horizonte y estiró los brazos, sintiendo como el sol de la mañana acariciaba su piel.

Sombrío [Luces de colores 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora