Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ I

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—No lo cojas —dije al oír el teléfono de nuestro apartamento

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No lo cojas —dije al oír el teléfono de nuestro apartamento. Ya fuera una premonición o fruto de la paranoia, ese sonido acabó con la sensación de tranquilidad que tanto me había costado conseguir.

El prefijo es el 281 —comentó Dylan, mi novio, mientras salteaba tofu en una sartén al que añadió una lata de salsa de tomate ecológica. Dylan era vegetariano, lo que quería decir que sustituíamos la ternera picada por proteína de soja en el chili. Cualquier tejano se echaría a llorar sólo de pensarlo, pero estaba intentando acostumbrarme por Dylan—. Según el identificador de llamadas.

281. Houston. Esos tres numerillos bastaban para que me pusiera a hiperventilar.

—O mi padre o mi hermano —dije, desesperado—. Que salte el contestador. —Llevaba por lo menos dos años sin hablar con ellos.

Un tono.

Antes de añadir un puñado de verduras congeladas a la salsa, Dylan dijo:

No puedes huir toda la vida de tus miedos. ¿No es lo que siempre les dices a tus lectores?

Tenía una sección de consejos en Vibrationes, una revista sobre relaciones, sexo y cultura urbana. Mi columna, titulada «Pregúntale a Mr Independiente», comenzó como una publicación universitaria, pero no tardé en llevarla al siguiente nivel. Después de licenciarme, trasladé mi idea a Vibrationes, donde me ofrecieron un espacio semanal. La mayoría de mis consejos se publicaba en la revista, pero también mandaba consejos privados, previo pago, a aquellas personas que así lo requerían. Para aumentar mis ingresos, de vez en cuando escribía como freelance en revistas orientadas al público omega.

No estoy huyendo de mis miedos —lo contradije—. Huyo de mi familia.

Dos tonos.

Cógelo, Baek. Te pasas la vida diciéndole a la gente que afronte sus problemas.

Cierto, pero prefiero pasar de los míos y dejar que se infecten. —Me acerqué al teléfono y reconocí el número—. ¡Por Dios, es mi padre!

Tres tonos.

Venga —insistió Dylan—, ¿qué es lo peor que puede pasar?

Clavé la vista con miedo y odio en el teléfono.

En cuestión de treinta segundos, podría decirme algo que me devolverá a la consulta del psicólogo para toda la vida.

Cuatro tonos.

Si no averiguas lo que quiere —comentó Dylan—, te pasarás la noche dándole vueltas.

Solté el aire, disgustado, y cogí el teléfono.

—¿Diga?

Baekhyun, ¡tenemos una emergencia!

Para mi padre, Heechul Kim, todo era una emergencia. Era uno de esos padres omegas alarmistas, el rey del drama por antonomasia. Sin embargo, lo supo ocultar tan bien que poca gente sospechaba lo que ocurría de puertas para dentro. Había exigido que sus hijos colaboraran para mantener la leyenda de la familia feliz, y Taehyung y yo habíamos accedido sin rechistar.

Vɪʙʀᴀᴛɪᴏɴᴇs ||| KᴀɪBᴀᴇᴋDonde viven las historias. Descúbrelo ahora