Pasamos juntos todas las noches del mes siguiente y también todos los fines de semana, y aun así tenía la sensación de que no veía a JongIn lo suficiente.
Había momentos en los que apenas me reconocía, sobre todo cuando reía y jugaba como el niño que nunca había sido. Fuimos a un bar de carretera donde JongIn me sacó a la tarima de madera que servía de pista de baile, pegajosa por la cerveza y el tequila, y me enseñó a bailar en línea.
En otra ocasión, fuimos a un mariposario y nos dejamos rodear por cientos de coloridas alas que parecían confeti.
—Cree que eres una flor —me susurró JongIn al oído cuando una de las mariposas se posó en mi hombro.
También nos llevó a Lucas y a mí a un mercadillo de flores y artesanía, donde me compró una enorme cesta de jabones naturales y dos cajas de melocotones de Fredericksburg. Dejamos una de las cajas en casa de su padre, donde estuvimos una hora de visita durante la cual Eung-Soo nos enseñó el hoyo de golf que acababan de instalar en el jardín trasero.
Al enterarse de que yo nunca había jugado al golf, Eung-Soo me dio una clase improvisada. Le dije que no me hacía falta tener otro pasatiempo que se me daba fatal, pero me aseguró que el golf era una de las dos únicas cosas en la vida que se podían disfrutar aunque se fuera malísimo. No me dio tiempo a preguntarle cuál era la otra porque JongIn meneó la cabeza y me sacó de allí, no antes de que su padre le hiciera prometerle que me llevaría pronto de visita.
También hubo salidas elegantes como la velada a beneficio de la Orquesta Sinfónica de Houston, o alguna exposición de arte, o una cena en un luminoso restaurante emplazado en lo que fuera una iglesia en los años veinte. La reacción de los otros omegas al ver a JongIn me hacía gracia, aunque también me molestaba, porque no dejaban de revolotear a su alrededor y de coquetear con él. JongIn, en cambio, era siempre amable, pero mantenía las distancias, cosa que sólo parecía instarlos a esforzarse más. En ese momento, me di cuenta de que JongIn no era el único de la pareja que tenía una vena posesiva.
Disfrutaba enormemente de los fines de semana que lograba encontrar a una canguro, porque así pasaba las tardes en el apartamento de JongIn. Nos tirábamos las horas muertas en la cama, hablando o haciéndolo, en algunas ocasiones incluso las dos cosas a la vez. Como amante, JongIn era muy creativo y hábil, y me guiaba hasta alcanzar nuevos niveles de sensualidad antes de devolverme a la realidad con mucho cuidado. Día a día, me daba cuenta de que estaba cambiando de una forma que ni siquiera era capaz de analizar. Nuestro vínculo comenzaba a ser demasiado estrecho, lo sabía, pero era incapaz de encontrar el modo de evitarlo.
Sin saber muy bien cómo, le hablé a JongIn de mi pasado, de cosas que sólo había sido capaz de confiarle a Dylan, de recuerdos que seguían siendo muy dolorosos, tanto como para llenarme los ojos de lágrimas y hacer que me fallara la voz. En vez de decir algo filosófico o de darme un sabio consejo, JongIn se limitaba a abrazarme, a ofrecerme el consuelo de su cuerpo. Era lo que más falta me hacía. Aunque en ocasiones también me tensaba por el conflicto que se libraba en mi interior. Me sentía muy atraído por él, sí, pero, al mismo tiempo, me esforzaba por mantener entre nosotros todas las barreras posibles por débiles que fueran. El problema radicaba en que JongIn era muy listo, tanto que no me presionaba. En cambio, me conquistaba poco a poco, con ternura pero sin flaquear, con sexo, con dulzura y con una paciencia a prueba de bombas.
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Vɪʙʀᴀᴛɪᴏɴᴇs ||| KᴀɪBᴀᴇᴋ
Fanfic𝑁𝑎𝑑𝑖𝑒 ℎ𝑎 𝑐𝑜𝑛𝑠𝑒𝑔𝑢𝑖𝑑𝑜 𝑗𝑎𝑚𝑎́𝑠 𝑙𝑙𝑒𝑔𝑎𝑟 𝑎𝑙 𝑐𝑜𝑟𝑎𝑧𝑜́𝑛 𝑑𝑒𝑙 𝑎𝑙𝑓𝑎 𝐽𝑜𝑛𝑔𝐼𝑛 𝐷𝑜ℎ. 𝐻𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑙 𝑜𝑚𝑒𝑔𝑎 𝐵𝑎𝑒𝑘ℎ𝑦𝑢𝑛 𝐵𝑦𝑢𝑛 𝑎𝑝𝑎𝑟𝑒𝑐𝑒 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑛𝑎𝑑𝑎 𝑎𝑛𝑡𝑒 𝑠𝑢 𝑝𝑢𝑒𝑟𝑡𝑎, 𝑒𝑐ℎ𝑎𝑛�...