𝖀𝖒𝖇𝖗𝖆 𝕴𝖒𝖕𝖊𝖗𝖎𝖎

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Año 1402,
Distrito Verde,
Chuai,
Centro de reunión de
El Consejo de los Tres Jefes.

𝕷a mazmorra en la que nos encontrábamos en ese entonces era iluminada por un par de antorchas que fueron distribuidas al ser colgadas en las paredes. El sitio se hallaba húmedo y el ruido era ensordecedor.

        Los presentes en la sala de hablaban a gritos mutuamente. Nadie acallaba sus tontas ideas y soluciones, había tanto buenas como malas respuestas ante las dichosas propuestas.

        Yo, aparte de los ocho hombres que hacían guardia, era de los que permanecían en silencio dentro del lugar y el único sentado en la mesa; apartado en un rincón; jugando con los anillos de cerámica en mis dedos y teniendo los labios sellados.

        Con apenas veinte años de edad, todos, absolutamente todos me veían como un niño tonto.

        Incluido mi padre, quien mantenía una conversación silenciosa junto al Jefe Seidel, el señor de Itoku. El par de hombres entrecanos había acercado sus cabezas para poder escucharse entre sí.

        Como muchos otros, vestían túnicas, con la diferencia en el color morado por parte de papá y los hombres de Chuai, y amarillo canario para los de Itoku.

        El bordado en los pechos de las vestimentas también poseía significados distintos; el hilo dorado representaba una flor de loto por encima del amarillo; y una esfera que contenía un espiral que daba comienzo desde el centro hasta un sitio en el borde dentro de una flama similar al fuego a color berenjena por sobre el morado.

        En Ninken siempre se ha utilizado un tornado de viento inclinado del lado izquierdo, y sus hombres vestían orgullosamente la túnica azul cerúleo con bordeado en tono egeo.

        El hombre que ocupaba el sitio del ausente anciano Millward no era ni remotamente parecido a algún nieto, puesto que tenía alrededor de unos treinta años, y Iol no era como él.

        Su rostro permanecía libre de bello y hacia uso de unas gafas gastadas y pequeñas. Igualmente sostenía una plática más amena con el hombre a diagonal izquierda de mi padre, Enzo Dorní.

        El rasgo que los hacía distinguir por sobre nosotros era el anillo de bronce grabado que constaba de un tornado que arrastraba una fila de flores de loto, y como pistilo usaban la imagen de la dichosa esfera con espiral, mismo emblema que estaba inscrito en la madera de la única puerta.

        Entonces, las voces nuevamente llamaron mi atención y me hicieron desviar la mirada de la cabecera de la mesa.

        »—¡La solución está en las palabras, en la política, no la guerra! —expresó alguien.

        »—¡Blasfemias! ¡Si su religión no es más que blasfemias! —dijo otro.

        »—¡Alcémonos en armas, ha llegado la hora!

         Más frases como esas llenaron mi cabeza. Las oraciones llegaron como vagantes susurros. Las voces se entremezclaron con las otras y crearon mensajes distorsionados. Las palabras aumentaban y yo me sentía muy mareado.

𝕻𝕽𝕰𝕯𝕺𝕹𝖀𝕸: 𝕰𝖑 𝕽𝖊𝖌𝖗𝖊𝖘𝖔 𝖉𝖊 𝖑𝖔𝖘 𝕭𝖊𝖑𝖑𝖆𝖙𝖔𝖗𝖊𝖘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora