𝕻𝖆𝖗𝖆𝖓𝖞𝖈

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—𝕬delante, Jefes —nos dijo uno de los alfas, a los tres, con una reverencia.

        —Gracias —les susurré con una sonrisa, pues mucho arriesgaban si resultaba cierto el recelo de Ciro hacia el Marqués Fersnby. El soldado me correspondió la sonrisa con un asentimiento y crucé el puente de bambúes y lianas.

        Killian abrazó con fuerza a Mirt a la par que los soldados cortaron con sus katanas los extremos del puente contrarios a los nuestros y yo los éstos con un machete. Mirt emitió un gemido cuando las plantas cayeron al vacío, pues para un virent no es sencilla la destrucción de vegetación, para ellos es su todo.

        Ambos soldados hicieron como despedida una sesión de movimientos de las manos que abarcó sus frentes, la parte izquierda de sus pechos y la palma izquierda para enviarnos un mensaje. 

        Leal. A. Ti.

        Su última acción nos acaparó a los tres.

        A. Ustedes.

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Paso tras paso le seguía el rastro al alfa. Ese tipo, Ciro Sutton, recorría los pasillos de la llamada Torre con aura cansada pero aliviada. Sabía que yo me encontraba siguiéndole desde que hablo conmigo después de lanzarme un jarrón. 

        Como él lo vio antes que yo, me detuve después que el consejero y me escondí entre las sombras. Una mala costumbre mía.

        —Veo —el hombre que me había contratado un mes atrás apareció de entre la oscuridad de un pasillo y abortó al alfa de gafas gastadas y amante de los pergaminos—, que todavía no partes a casa —advirtió Fernsby arrugado y viejo, igual que ese hijo suyo, solo que en anciano y con el cabello mucho más largo.

        —Por lo visto, usted tampoco. ¿A qué se debe? —preguntó con fingido interés el consejero del alfa de tez morena y cabello castaño (Truman algo, era su nombre).

        —Agh. Pergaminos pendientes, ya sabes. ¿Y tú? —replicó Fernsby con el mismo tono.

        —Igual —sonrió en pequeño. Ambos rieron sin gracia hasta que se fue desvaneciendo ese sonido falso, y el silencio tenso apareció entre los dos, reflejando claramente su incomodidad y desprecio mutuo.

        —Oh, ya veo. Pues, a trabajar —siguió Fernsby con ánimo, caminando hasta arribar a su lado y tocó el hombro de Ciro—. Apresúrate, no querrás que ése omega tuyo se angustie.

        —También va para usted; su esposa debe estar esperándolo —respondió Sutton entre dientes.

        —Por cierto —detuvo su ida y dijo Fernsby sobre su hombro—. Recuérdame, por favor. ¿Cuál es su nombre de pila?

        El consejero, que ya se iba, interrumpió su escapada y se le puso el cuerpo rígido.

        —¿Mm? —insistió el marqués girándose hacia él.

        —Areu —contestó sin más remedio el de gafas. Fersnby sonrió victorioso y rotó sobre sus talones.

        —Ah, sí; Areu Risth —repitió simulando el hecho de que lo sabía de antemano—. Un muchacho muy lindo y amable, educado también —reconoció.

        » Ojalá termine sus adiestramientos artísticos, temería perderme una de sus obras en exhibición —masculló el anciano antes de partir, dejando a un muy perturbado Ciro en medio del pasillo.

        —De donde yo vengo, les decimos paranyc a la gente como él —comenté cuando trasmuté a humano (completamente vestido), apuntado con un cuchillo pequeño en dirección al pasillo que tomó el anciano para irse.

𝕻𝕽𝕰𝕯𝕺𝕹𝖀𝕸: 𝕰𝖑 𝕽𝖊𝖌𝖗𝖊𝖘𝖔 𝖉𝖊 𝖑𝖔𝖘 𝕭𝖊𝖑𝖑𝖆𝖙𝖔𝖗𝖊𝖘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora