𝕵𝖔𝖗𝖌𝖚𝖎𝖓 𝕬𝖘𝖈𝖊𝖓𝖉𝖊𝖓𝖙𝖊

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No nos dimos tiempo de demora, por lo que Ezekiel y yo ascendimos velozmente a la cumbre, desde donde se tenía un buen panorama del lugar. Metros abajo, Killian y los armeros combatían a los carnifex, quienes, resultó, engendraban agua en lugar de fuego, como ya era usual.

        El portazo que dio la escotilla al cerrarse provocó que entrara en la realidad. Respiraba descontrolado, las piernas me dolían y llevaba tiempo sintiendo náuseas a causa de tantas tripas contempladas fuera de su sitio. Poco después, vi al consejero salir de la torre. Reinició sus batallas manejando la roca con agilidad.

        Diferente a Ninken, los tejados estaban libres de humo denso. Sin embargo, tras las murallas de los ocho pasillos, se vislumbraban oleajes toscos, provocados con el propósito de derrumbar las protecciones y abrir el paso a más enemigos.

        Ezekiel estaba en lo cierto. Alguien restringía el oxígeno, se percibía más a esa altura. Esa persona era, evidentemente, un procellis.

        Bastante poderoso, me temí. El ambiente se notaba pesado, incluso sofocante. Cuanto mayor era mi análisis, más me percataba del objetivo inicial. Querían agotarnos mientras el aire disminuía para terminar matándonos a través de la asfixia.

        Debo ser rápido, pensé. Más eficiente y capaz que él. O ella...

        Me doblé a la mitad, puesto que las arcadas me vencieron. Lágrimas brotaron de mis ojos, la comida mal digerida manchó mis labios. Tenía la garganta lastimada al incorporarme, fue también cuando reparé en lo peor.

        Killian mantenía una batalla dos-contra-uno. Un carnifex lo estrangulaba con un pedazo de madera al tiempo que el segundo golpeaba su estómago repetidas veces. Killian alcanzó a patearlo en el rostro, mas el hombre se repuso furioso y estrelló el puño sobre su mejilla. Lo vi escupir sangre al caer. Escuché su alarido al recibir un corte en el muslo.

        Peor se puso cuando el muro del pasillo cuatro cedió, permitiendo la entrada del agua y a los aquialitos.

        La ola mágica acorraló a los armeros, que no eran más de cuarenta personas, al rodear la Fortaleza, dejándolos en desventaja a costa del reducido espacio, sin contar las numerosas bajas hasta el momento.

        Ámos acogió a Killian, sosteniéndolo de la cintura, evitando su caída. Los dos apuntaron amenazadoramente con cuchillos pequeños. El resto, incluyendo a Mirt, retrocedía teniendo las espadas en alto ante los soldados enemigos, quienes se acercaban a paso lento, controlando la ola a sus espaldas de forma coaccionante.

        — ¡No tenemos todo el día, Magnus! —oí la exclamación temerosa de Ezekiel. Se hallaba al lado de Miro, empuñando una katana.

        Oh, vaya...

        Los nervios me invadieron de inmediato.

        Desesperado, inicié mi búsqueda al examinar los techos de las casas lejanas. No había indicio obvio que señalara al responsable de la disnea. Todo indicio de movimiento era la situación a los pies de la torre.

        Estaba entrando en pánico conforme fallaba mi cacería. Las soluciones me eran absurdas acorde las analizaba en mi búsqueda exhaustiva.

        Odiándome a mí mismo e inquieto, recurrí a mi último recurso aparente. Me maldije mentalmente al todavía disponer de aquellos viles recuerdos y perniciosas habilidades del pasado. Inspiré pesadamente cerrando los ojos, concentrando mi espiritualidad en su punto fuerte, el vientre.

        —Pherspicuus... —sollocé temeroso, con una lágrima deslizándose por mi mejilla.

        Separé los párpados, mostrando las irises color mostaza brillante. Mi vista tenía un filtro amarillo. Gracias a esta, identifiqué, inmediatamente, la dichosa burbuja sofocante, era notable para mí a costa del conjuro. Plañí al sufrir de la fogosidad en mi andorga. Emití un jadeo lamentable y me senté con las piernas cruzadas sobre el piso, a la orilla de la cima. El poder sobrecarga a mí sistema, pues hacía tiempo que no acudía a la magia proscrita.

𝕻𝕽𝕰𝕯𝕺𝕹𝖀𝕸: 𝕰𝖑 𝕽𝖊𝖌𝖗𝖊𝖘𝖔 𝖉𝖊 𝖑𝖔𝖘 𝕭𝖊𝖑𝖑𝖆𝖙𝖔𝖗𝖊𝖘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora