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Las crónicas que relatan las memorias de un padre en su juventud.





Hace dos décadas, mi vida dio un giro de 180 grados. Las visitas al médico se volvieron más frecuentes que las noches de fiesta. Las salidas nocturnas quedaron en el pasado y la llegada inesperada de un cachorro me hizo madurar de golpe. Así de nostálgica era mi rutina hace veinte años.

Desde el comienzo de mi expediente académico, mis padres me inscribieron en un prestigioso instituto exclusivo para lobos.

Los pueblos licántropos sostienen que éstas criaturas deben desarrollarse en entornos diferentes a los habituales para mantener a su población "segura". Los caninos comenzaron a desaparecer hace más de diez años. La clase "beta" se expandía por doquier y los instintos de supervivencia en los seres humanos se volvieron cada vez más escasos, lo cual resultó en una disminución progresiva de las parejas predestinadas entre la raza más longeva.

Mis padres susurraban entre sí sobre mi apremiante situación y es que, si no conseguía engendrar al menos un vástago, nuestra estirpe se desvanecería irremediablemente. A diario, tras una extenuante jornada académica, nos aventurábamos a recorrer los frondosos bosques en busca de alguna pareja con la cual pudiera procrear descendencia.

Los tiempos de expedición fueron extensos, y cuando llegó el momento de aceptar el fracaso de su misión, una mujer de cabello blanco apareció en el medio del lago. Con delicadeza, lavaba las pocas prendas que tenía en su canasta de ropa, mientras su melodiosa voz se desvanecía en la brisa fresca de la montaña.

Se cuestionaban acerca de mi sentir, se referían a los sentimientos que experimentaría al estar frente a mi pareja destinada... aunque ninguno de ellos logró conmover el interior de mi ser. Observé a la joven como a cualquier otra persona que se cruzara en mi camino... sin emoción alguna. El resplandor que la envolvía pasaba desapercibido para mi lado más animal, pero nunca dejé que esa incomodidad se manifestara. A pesar de mis verdaderas emociones, acepté con culpa la felicidad de mis padres y, en ese momento, una luz de esperanza se vislumbró en su sombría ilusión.

Nos trasladamos juntos. Compartimos guardarropa, alcoba y, sobre todo, el lecho en el que pasábamos la mayoría de nuestras noches.

Mi pareja se mostró muy ansiosa desde el momento en que entró en mi habitación. Su piel sudorosa y sus bragas mojadas delataban sus deseos indecentes. Sentía mi cabeza latir, pero no precisamente de excitación. Verla en ese estado me hacía sentir mal. Mi estómago se revolvía, no por las mariposas que sentía al mirar sus nalgas, sino por el olor que dejaba en su camino.

Hasta este momento, sería una verdadera desilusión para mis progenitores revelarles la partida de tala que representaba para mí estar ligado a la dama de mirada cristalina. Sin embargo, sentía culpa y cedí a todos los caprichos de mi pareja y de mi raza. En cada encuentro, intentaba dar en el punto preciso para conseguir un bebé.

Transcurrieron meses —y fueron tantos enredos que— era difícil tener el dinamismo para intentarlo de nuevo, a pesar de que el deseo de ser padre seguía ardiendo en mi interior. Después de todos los esfuerzos y sacrificios, finalmente llegó la recompensa.

Mi mujer había llegado con un sobre blanco junto con el logo de la clínica para criaturas peludas. Mis padres celebraron y mi esposa —por el contrario de nuestra flamante celebración— se fue a su habitación.

Han pasado noventa días, y el hospital se encuentra en un estado de euforia. Mi corazón se llena de alegría al sentir cómo mi lobo interior se agita ante la inminente llegada de mi preciado cachorro. Mis amados padres se encuentran a mi lado, esperando ansiosos en la sala de descanso, deseosos de recibir noticias sobre la llegada de nuestro amado YoonGi.

Los doctores emergieron con sus batas azules y mascarillas protectoras. El anciano caballero de la sala avanzó hacia el frente y, tras unos instantes de solemnidad, pronunció:

—Felicidades. Es un precioso omega de ojos azules y pelaje castaño.

Habíamos alcanzado la cima de la grandeza. El legado de mi estirpe se erguía con firmeza sobre el suelo de mármol, listo para expandirse en un futuro prometedor si el destino así lo consentía. Aunque, todo cambió en el preciso instante en que el recién nacido, envuelto en suaves sábanas blancas, fue depositado en mis brazos.

Cuando YoonGi irrumpió en nuestras vidas, las mariposas danzaron en el aire. Mis sentidos se despertaron y el afecto que había florecido en mi ser superaba cualquier amor fraternal. No había lugar para la incertidumbre, la Diosa Luna me susurraba a viva voz que finalmente lo había hallado; había descubierto a mi compañero predestinado.

Como si mi vida no estuviera ya lo suficientemente enredada por conocer a mi inocente y pobre Sohn...la maldición de mi opulenta fortuna.

Por esto y mucho más, te pido perdón. 

Inocente, pobre sohn ↝kookgi |☑️| [+21].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora