Un pergamino robado

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F: ¡Bien, Procustes! Conozco el castillo como la palma de mi mano. La sala del trono queda a unos tres pisos a la derecha, la cocina a unos dos pisos subterráneos, sala de baile al fondo, derecha arriba y abajo, las entradas y salidas para sustos pequeños quedan en las esquinas, a los alados en los techos, los grandes en el lateral izquierdo y la cocina en el centro después de las habitaciones y...-.

P: Ya, es suficiente. Si que tienes buena memoria-.

Procustes seguía incómodo de trabajar con la chica, por lo que pensó en una excusa para darle, pero nada se le ocurría.

-Procustes- dijo ella-. Me siento lista para empezar a escribir-. Frankelda tocó levemente un pergamino, pero el pesadillero la detuvo.

-¡No, aún no estás lista!- exclamó.

Frankelda estaba sorprendida. -¿Qué más faltaba?- le preguntó.

-Debes demostrar que tienes el talento- respondió el pesadillero.

La fantasma se preguntaba cómo eso podía ser posible, si había completado la historia del pesadillero; él y el príncipe fueron testigos.

-Pero es momento de que lo hagas a partir de una historia enteramente tuya-.

La chica pensó en mostrarle algunas de las historias de su libro, para ella cada una era muy valiosa ya que fueron hechas con una pasión inigualable. Sin embargo, el pesadillero se negó a verlas, y para complicarle más la existencia le dijo que tenía que ser una historia nueva y que siguiera al pie de la letra las características de algún susto.

Frankelda no podía creer que esto fuera posible, tenía que buscar a algún susto y averiguar sobre él, además inventarse una historia a través de esa nueva información con el riesgo de que el pesadillero le pusiera más tareas después.

Por dentro estaba que estallaba de ira, pero se esforzó para no demostrarlo, así que solo se despidió educadamente como había hecho en otras ocasiones.

Al salir, Webber bajó de su telaraña dirigiéndose hacia Procustes y le dijo:

-¿No cree que está asignándole muchas cosas inútiles?-

-Esa es la idea- dijo el pesadillero. -No permitiré que esa pequeña ponga un solo dedo en mis pergaminos, porque si no me olvidaran, la querrán más a ella y posiblemente me reemplacen-.

-Seguramente porque ella se atreve a ver cosas nuevas-.

-Lo nuevo es imprudente y aburrido, además de incómodo e inquieto. ¿De qué sirve algo así? Es mejor ignorarlo, porque en algún momento, después de todo, se hará viejo- argumentó Procustes.

-Pero aún así, las arañas deben cambiar de piel, las veces que sea necesario para mejorar y ser alguien nuevo y ver el mundo de otra forma...- dijo Webber.

Mientras tanto, en el castillo...

Frankelda regresó a su habitación, donde se encontró con Wolfy que quería ojear los libros que les había faltado por leer. En cuanto a la fantasma, se acostó boca arriba en la cama reflexionando qué haría ahora. Wolfy, para acompañarla, siguió echando un vistazo a los libros desde el escritorio; la loba sabía que Procustes retrasaría el asunto porque su orgullo podía más que cualquier reloj de arena... 

Es cierto, ¡El reloj de arena!

-Wolfy, en el despacho de Procustes, vi un reloj de arena brillante que parecía estática, pero igual caía, parecía ser importante ¿Sabes algo sobre eso?- preguntó Frankelda.

-Pues, leí que sí la arena era brillante, significaba que se trataba de un "reloj cortavida", un tipo de reloj en el que, si en su lapso de tiempo una o muchas vidas están en peligro, entonces brillará; tal vez sea el tiempo que nos queda- respondió la loba.

Al saber esto, a la fantasma le dio más coraje porque ella quería ayudar ahora y no pasar por más retrasos.

-Pero sin esos pergaminos, no puedes enviar pesadillas-dijo Wolfy.

Aún así, una idea resonó en la cabeza azul de la chica, algo que no era tan viable, pero era un plan convincente a fin de cuentas.

Tomar "prestado" uno de los pergaminos, cuando nadie se entere. Ya saben que cuando está en comillas se refiere a... ¡Ajá! ¡Robarlo! Pero, a fin de cuentas, se usaría para hacer un bien mayor, además el pesadillero tenía muchos, no notaría la ausencia de uno.

Frankelda y Wolfy se adentraron al despacho en medio de la noche bañada en violeta oscuridad. Procustes estaba colgado en el techo durmiendo y roncando, y su asistente araña también. Las dos tenían que ser muy sigilosas. Frankelda, audazmente empezó a husmear el cajón con los pergaminos, nunca había visto uno vacío por dentro y se preguntaba cómo sería. Pero al tomar uno empezó a arrepentirse, ya que sabía que Herneval y los sustos confiaban mucho en ella, como para hacer algo tan reprobable como robar.

Wolfy revisaba que nadie se despertara, pero las uñas de sus patas, al tocar el piso de madera hacían ruido, por lo que le tocaba caminar con los talones, aun con el riesgo de caerse. Hacía tiempo que no iba a la oficina del pesadillero y le dio risa ver a este dormido con un pergamino en la mano, seguramente estaba escribiendo otra de sus malas historias en sus sueños... (O tal vez pesadillas). 

Wolfy exploró un poco y pudo hallar el curioso reloj de arena que iluminaba la habitación en medio de la oscuridad. Al verlo tan falto de arena, su corazón empezó a latir muy fuerte, su respiración se agitó y sus ojos se aguaron, por lo que pensó en darle la vuelta, pero atrás de este apareció Webber muy molesta. La loba, al ver a la arañita, pensó que estaba durmiendo, pero al parecer solo había sido un engaño.

Entre susurros Wolfy le informó a su compañera de lo que pasó; ambas estaban totalmente acorraladas.

-Ustedes dos señoritas están en serios problemas. Esperen a que el pesadillero se entere de que irrumpieron en su despacho- dijo Webber con su voz dulcemente aguda.

-Yo soy más grande que tú, y puedo comerte- amenazó Wolfy.

-Aún así, gritaría y Procustes no duraría ni un solo segundo en saber que fueron ustedes-.

-No te haremos nada- dijo Frankelda deteniendo a Wolfy. -No le digas, por favor, hago esto para ayudarlos, para ayudarte-.

-¿Cómo sé que puedo confiar en ti?- preguntó la arañita.

-Porque los sustos son lo más cercano que he tenido desde mi niñez y lo que más me recuerda a mi madre, por eso los quiero salvar, y si así no fuera, de todas formas, no merecen extinguirse para siempre- argumentó la fantasma.

-Eso lo dice mucha gente, muchos humanos, muchos sustos, todos siempre vienen con esos engaños- dijo Webber-.

Wolfy gruñía de la ira y Frankelda trataba de calmarla.

-Solo guarda silencio, por favor, te juro que los ayudaré en serio, no hay otra cosa que quiera más en estos momentos- le rogó la fantasma.

-Pura habladuría. Me perjudicaré guardando silencio, no ganaré nada, es mejor que el pesadillero se entere ahora para saber con quÉ tipo de gente está lidiando, gente que entra a los lugares sin permiso y que entra a robar con la excusa de que lo hace por el bien- respondió Webber.

Frankelda estaba extremadamente asustada, no quería decepcionar a Herneval ni a los sustos, pero, ¿cómo podía hacer que Webber le creyera?

Experiencias en el Mundo de los Sustos/ Franfic de FrankeldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora